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YO SOY LA PUERTA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 11 may
  • 5 Min. de lectura

En el Evangelio de Juan, el capítulo 10 inicia con una imagen que resuena con poder espiritual, poético y existencial: la del pastor, las ovejas, el redil, el ladrón, y una puerta. No es una simple parábola rural. Es un mensaje profundo que desenmascara las falsas voces que buscan dominar al ser humano y revela la única voz que da vida en abundancia.

En un mundo saturado de ideologías, sistemas y promesas vacías, Jesús se presenta como la única entrada verdadera hacia la libertad interior y la vida plena.

“En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y llama a sus ovejas por nombre y las saca. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.”

Es una alegoría les dijo Jesús, pero ellos no entendieron lo que les decía.

Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí son ladrones y salteadores, pero las ovejas no los oyeron. Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo, y entrará y saldrá, y hallará pasto. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”

Este pasaje no surge en el vacío. Viene justo después del relato del ciego de nacimiento que fue sanado por Jesús (Jn 9). En aquel episodio, el ciego fue expulsado de la sinagoga por atreverse a dar testimonio de Jesús. Lo que hace Jesús en Juan 10 es una crítica clara, aunque simbólica, a los falsos pastores: a aquellos líderes religiosos que, en lugar de cuidar al pueblo, lo explotan, lo ciegan, lo manipulan.

Juan 10 es una declaración de intenciones. Jesús se presenta como el auténtico Pastor frente a los que han usurpado esa función, y lo hace usando un lenguaje comprensible para todos: el de la relación entre el pastor y sus ovejas.

“El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas… ese es ladrón y salteador.”

El redil simboliza la comunidad de los fieles, la humanidad necesitada de guía. El ladrón no entra por la puerta: se cuela, fuerza, manipula, busca su interés. ¿Cuántas veces en la historia —y en nuestras historias— hemos sido guiados por falsas voces que prometen libertad y ofrecen esclavitud?

Este versículo nos confronta: ¿quién está entrando a nuestro corazón sin pasar por la puerta verdadera? ¿Qué ideologías, dependencias, influencias, relaciones o miedos están dirigiendo nuestras decisiones sin tener legitimidad?

“Las ovejas oyen su voz; llama a sus ovejas por nombre y las saca.”

Jesús no solo guía: llama por nombre. Esta expresión implica cercanía, individualidad, intimidad. No somos números ni multitudes para Dios. Somos “sus” ovejas, reconocidas, amadas, buscadas.

Aquí surge una enseñanza vital: la verdadera fe no nace del miedo ni del deber, sino de una relación personal con Cristo. El seguimiento cristiano no es la obediencia de un esclavo, sino la respuesta amorosa de quien reconoce la voz que lo ama.

“Las ovejas le siguen porque conocen su voz.”

Conocer la voz de Cristo no es un acto mágico, sino un proceso de escucha continua. En la oración, la Palabra, los sacramentos, el servicio a los demás... poco a poco vamos afinando el oído interior. Jesús no grita; su voz es suave. Por eso requiere silencio, discernimiento y fidelidad.

“A un extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen su voz.”

Este versículo nos advierte sobre los "extraños": aquellos que, disfrazados de guía, siembran confusión, miedo o dependencia. En la actualidad, esos extraños pueden ser gurús de éxito, doctrinas de odio, movimientos religiosos autoritarios, o incluso voces interiores de autodesprecio y desesperanza.

El mensaje es claro: cuidado con las voces ajenas a Cristo. No todo lo que brilla es oro, ni todo lo que suena piadoso proviene de Dios.

“Yo soy la puerta de las ovejas… si alguno entra por mí, será salvo.”

Jesús no dice que abre la puerta, sino que Él mismo es la puerta. No se trata de una doctrina, ni de una ley, ni de un código ético. Se trata de una persona. Solo por Cristo se accede a la libertad, a la verdad, a la vida.

Entrar por la puerta es aceptar que la vida solo se comprende plenamente desde Dios. Y no cualquier dios: sino el Dios que se encarna, que sufre, que ama hasta el extremo. Entrar por Cristo es aceptar ser transformado desde dentro.

“Entrará, y saldrá, y hallará pasto.”

Esta frase es bellísima: libertad de movimiento. No hay encierro en Cristo, sino plenitud. Un cristiano auténtico no es alguien reprimido, sino alguien liberado, que “entra” a la intimidad con Dios y “sale” al encuentro del mundo con sentido.

“El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.”

Este versículo es el corazón del pasaje. Resume la gran batalla espiritual de la humanidad: entre quienes roban la vida y quien la da.

-Robar: quitar la esperanza.

-Matar: aniquilar la dignidad.

-Destruir: romper los vínculos humanos y con Dios.

Cristo se opone a esta lógica destructiva con un ofrecimiento radical: vida abundante. No una vida cómoda, sino plena, enraizada en el amor, con sentido, capaz de florecer incluso en el dolor.

Te propongo algunas aplicaciones para tu vida cristiana:

a) Discernir las voces.

Hoy más que nunca necesitamos entrenar el oído interior. Hay demasiados “ladrones” disfrazados de salvadores: redes sociales, ideologías, pseudoespiritualidades, adicciones, placeres instantáneos.

¿Qué voz sigo cada día?

¿La que me dice que valgo solo si produzco, o la que me llama por mi nombre?

¿La que me manipula desde el miedo, o la que me ama desde la libertad?

b) Salir del redil: no miedo, sino misión.

“Sacarlas fuera” (v. 3) es una imagen de envío. El cristiano no está hecho para quedarse encerrado en el templo o en una burbuja moralista, sino para vivir con valentía en el mundo. Cristo no forma rebaños temerosos, sino comunidades misioneras.

¿Qué barreras me impiden salir al encuentro del otro?

¿A quién puedo guiar hoy hacia pastos de paz, escucha o dignidad?

c) Ser pastores unos de otros.

Aunque Cristo es el único Buen Pastor, nos llama a participar de su misión pastoral. Padres, líderes, docentes, amigos, voluntarios… todos estamos llamados a cuidar, proteger y guiar a otros con humildad, sin robar protagonismo a Cristo.

¿Cómo uso mi influencia?

¿Soy puente o muro para los que me rodean?

¿Mis palabras sanan o hieren?

La gran promesa de este pasaje no es una vida sin problemas, sino una vida con sentido, comunión y plenitud interior. Jesús no promete comodidades, sino abundancia de amor, esperanza y libertad.

Entrar por la puerta es un acto de humildad y confianza. Significa reconocer que no podemos salvarnos solos. Que necesitamos al Pastor, su voz, su mirada.

“Yo soy la puerta. Si alguno entra por mí, será salvo.”

Cristo no excluye a nadie. Su puerta está abierta. Solo hay que entrar. Solo hay que escuchar. Solo hay que confiar. Porque el que entra, encontrará vida. Y no cualquier vida, sino vida en abundancia.

Vivimos en tiempos donde las puertas se multiplican: promesas políticas, nuevas religiones de consumo, propuestas de felicidad exprés. Pero ninguna de ellas tiene nombre ni rostro. Ninguna da la vida.

Solo una puerta tiene cicatrices. Solo una tiene forma de cruz. Solo una dice tu nombre con ternura y firmeza. Esa puerta se llama Jesús.

Y está abierta.

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