top of page

EL DERECHO ROMANO: LA JUSTICIA Y EL DEBIDO PROCESO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 5 jun
  • 5 Min. de lectura

La historia del juicio de Pablo, relatada en Hechos de los Apóstoles 25, 14b-21, es un episodio fascinante y profundamente revelador sobre los conceptos de justicia, debido proceso y libertad religiosa en el marco del derecho romano y el contexto del naciente cristianismo. En este pasaje, se describe cómo el gobernador Porcio Festo explica al rey Agripa la situación de un prisionero heredado de su antecesor Félix: un tal Pablo, acusado por las autoridades judías, pero cuya causa parece, para Festo, más una disputa teológica que un crimen civil.

Esta escena es particularmente rica en elementos jurídicos, éticos y espirituales. A través de ella, no solo comprendemos el funcionamiento del derecho romano y su noción de justicia, sino que somos invitados a reflexionar sobre los desafíos actuales en los sistemas judiciales del mundo y la responsabilidad moral que implica juzgar a otro ser humano.

Cuando Festo asume como procurador de Judea, hereda varios asuntos pendientes, entre ellos, la detención de Pablo. Lo primero que resalta en su relato es el respeto, al menos en teoría, del derecho romano al debido proceso:

“Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre arbitrariamente; primero, el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse de la acusación”.

Aquí ya se establece un principio clave: nadie puede ser condenado sin ser oído. Esta noción es el corazón de cualquier sistema judicial sano y justo. Lo contrario —el castigo sin defensa o el juicio sin pruebas— no es justicia, sino barbarie con toga.

El respeto al debido proceso era una de las piedras angulares del orden jurídico romano. Aunque no estaba exento de corrupción o intereses políticos, el ideal era que todo ciudadano —y aun los no ciudadanos como Pablo, si apelaban al César— tuvieran derecho a defenderse.

Cuando Festo permite la comparecencia de los acusadores de Pablo, se produce una escena interesante:

“Pero, cuando los acusadores comparecieron, no presentaron ninguna acusación de las maldades que yo suponía; se trataba solo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo”.

Festo esperaba encontrar cargos claros: conspiración, rebelión, crímenes públicos. Sin embargo, se encuentra con una disputa religiosa que él, como pagano, no comprende ni le compete. Este punto es crucial, porque refleja cómo un juez puede ser confrontado con un asunto que, si bien tiene consecuencias políticas, es esencialmente teológico y de conciencia.

Aquí el juicio deja de ser solo jurídico y entra en una dimensión espiritual. Pablo no defiende solo su inocencia ante la ley, sino su fe. Lo que está en juego no es un delito penal, sino la legitimidad de una creencia. Y esto plantea un dilema persistente hasta hoy: ¿qué lugar debe tener la religión en los procesos judiciales? ¿Puede un tribunal secular juzgar lo que es, en el fondo, una convicción del alma?

Pablo, consciente de la situación ambigua en la que se encuentra, y de los intereses que mueven a sus acusadores, hace uso de su derecho como ciudadano romano: apela al César. Esta estrategia no solo revela su aguda inteligencia, sino también la precariedad de su situación local.

“Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel para que decida el Augusto”.

La apelación al César era, en muchos casos, un recurso extremo, pero también una garantía. Pablo prefiere permanecer preso un tiempo más antes que enfrentarse a un juicio viciado por el odio religioso. Este acto nos deja dos enseñanzas:

- La justicia, cuando está contaminada por intereses religiosos o políticos, deja de ser justicia.

- El derecho a apelar es una salvaguarda fundamental, especialmente en contextos donde la imparcialidad local está comprometida.

El caso de Pablo se repite, de forma simbólica, en muchas partes del mundo actual. Personas acusadas sin pruebas, juzgadas por su fe, por sus ideas, o por intereses de grupos de poder. A pesar de los siglos, la justicia sigue siendo muchas veces una herramienta manipulada, cuando debería ser un escudo para el débil.

Este relato bíblico nos recuerda que todo sistema judicial debe basarse en principios sólidos:

-La imparcialidad del juez.

-El derecho a la defensa.

-La distinción entre delito penal y convicciones personales.

-La posibilidad de apelar ante instancias superiores.

Cuando estos principios se ignoran, el sistema se pervierte, y los “acusados” dejan de ser ciudadanos para convertirse en víctimas de una maquinaria que no busca la verdad, sino la conveniencia.

Festo, al verse “perdido en semejante discusión”, revela la tensión que vive un juez entre su función legal y su incapacidad (o falta de deseo) de comprender la dimensión más profunda de los conflictos humanos.

Un juez no es solo un aplicador de leyes. En muchos casos, debe ser también un intérprete de la realidad humana. Enfrentado a disputas de fe, de cultura o de conciencia, su papel no es el de juzgar lo que no entiende, sino reconocer los límites del poder judicial y respetar la libertad de pensamiento.

Cuando Festo propone enviar a Pablo a Jerusalén, no es por sentido de justicia, sino porque quiere lavarse las manos. Pero Pablo se da cuenta de que en Jerusalén no lo espera un juicio, sino una trampa. Su apelación al César es también un acto de fe en que, en alguna parte, existe una instancia superior donde la verdad aún puede ser escuchada.

Inspirados en este episodio, y considerando las realidades del mundo moderno, podemos derivar algunas recomendaciones clave para fortalecer una verdadera cultura de justicia:

1. Fortalecer la independencia judicial

Los jueces deben poder actuar sin presiones políticas, religiosas o económicas. Un sistema de justicia sometido es una amenaza para la democracia y los derechos humanos.

2. Garantizar el debido proceso

Todo acusado debe tener la posibilidad de conocer las pruebas en su contra, defenderse y apelar. No hacerlo convierte al juicio en un teatro cruel.

3. Distinguir entre delitos reales y creencias personales

No todo lo que molesta a la mayoría es delito. La libertad religiosa y de conciencia es un derecho sagrado que no puede ser juzgado como crimen.

4. Educar a la sociedad en justicia y derechos

Muchos abusos judiciales prosperan porque la gente ignora sus derechos o no sabe cómo defenderlos. Una ciudadanía formada es la mejor defensa contra la injusticia.

5. Promover jueces con vocación ética y humana

No basta con saber derecho; es necesario tener sensibilidad, integridad y capacidad de comprender al ser humano que se sienta en el banquillo.

La historia de Pablo ante Festo no es solo un relato antiguo. Es una denuncia profética que sigue hablando al corazón de toda sociedad. Nos recuerda que la justicia no es venganza, ni conveniencia, ni teatro. Es, o debería ser, la búsqueda de la verdad con los ojos limpios y las manos sin sangre.

Pablo, acusado sin fundamento, permanece fiel a su fe y a su dignidad. El sistema romano, aunque imperfecto, al menos reconoce que un hombre debe poder hablar y defenderse. Hoy, en un mundo de prisiones preventivas, juicios mediáticos y condenas sociales anticipadas, su historia clama desde las Escrituras como una voz de advertencia.

Porque, al final, cada uno de nosotros puede estar algún día ante un tribunal. Y ese día querrá, como Pablo, que se escuche su verdad, que se le permita hablar y que la justicia, de verdad, sea justa.

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page