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UNA PAZ QUE CAMBIA TODO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 19 may
  • 5 Min. de lectura

«La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Jn 14,27).

Hay palabras que no se las lleva el viento. Hay frases que, aunque hayan sido pronunciadas hace más de dos mil años, siguen latiendo con fuerza en el centro de nuestra existencia. Esta es una de ellas. En una época marcada por la ansiedad, la incertidumbre, el ruido y el miedo, la voz de Jesús irrumpe con poder y dulzura: “No se turbe su corazón”.

No es un consejo cualquiera. Es una invitación a vivir desde otra lógica, desde una paz que no depende de los titulares de las noticias ni de los vaivenes de nuestra vida cotidiana. Es un llamado a una revolución interior: una que comienza en el alma y transforma el mundo.

El contexto de este pasaje es clave: estamos en el Cenáculo. La cena ha comenzado a tener sabor a despedida. Jesús ya ha lavado los pies a sus discípulos, ha anunciado la traición de Judas, ha predicho la negación de Pedro. Todo se está poniendo denso, confuso, oscuro. Y justo ahí, en medio de esa tormenta emocional, Jesús habla de paz. ¿Paradoja? No. Milagro.

Cuando el corazón humano tiembla, el corazón de Dios susurra. Mientras el miedo se agita, Cristo siembra serenidad. Él no huye de la cruz. Va directo a ella. Pero antes de ir, deja algo precioso: “Mi paz les doy”.

¿No es eso lo que más necesitamos hoy? ¿Una paz que no se borre con una crisis? ¿Un silencio interior que no dependa del silencio exterior?

Jesús distingue su paz de la del mundo. ¿Por qué?

Porque el mundo ofrece una paz condicionada. Una paz basada en contratos, en acuerdos, en medicaciones, en rutinas controladas. Una paz que puede colapsar en cualquier momento. Basta una llamada inesperada, una factura que no se puede pagar, una relación rota… y todo tambalea.

La paz de Jesús no necesita estabilidad externa para florecer. Es como un fuego que arde bajo la nieve. Como una melodía que sigue sonando cuando todo lo demás calla. Es paz que se vive incluso en el Gólgota, incluso entre lágrimas.

Esa paz brota de una relación: la del Hijo con el Padre. Jesús vive en una confianza tan profunda en el amor del Padre, que ni la traición, ni la muerte, ni el infierno mismo lo sacan de su eje. Esa es la paz que nos entrega.

¿Puedes imaginar vivir así? ¿Ser tan libre por dentro que nada externo te robe la serenidad? Esa es la promesa. Y es real.

Aquí no se trata de una frase motivacional vacía. Jesús conoce muy bien el alma humana. Sabe que el corazón tiende a turbarse, a llenarse de miedo, de ansiedad, de preguntas sin respuestas. Y por eso no lo condena. Lo consuela. Lo fortalece.

«No se turbe su corazón» es más que un mandato. Es un abrazo. Una forma de decir: “Sí, sé que esto es difícil. Pero estoy contigo. Y no estás solo”.

Hay corazones hoy que viven en estado de alarma permanente. Siempre esperando malas noticias. Siempre al borde del colapso. Y Jesús entra a esa habitación cerrada del alma, como hizo con sus discípulos después de la resurrección, y vuelve a decir: “Paz a ustedes” (Jn 20,19).

¿Lo has escuchado últimamente? ¿O tu corazón está tan lleno de ruidos que no oyes su voz?

Jesús no es ingenuo. No promete una vida sin pruebas. Al contrario, anuncia que viene el enemigo: “Viene el príncipe de este mundo”. Ese enemigo que siempre ha querido robar, dividir, confundir, matar.

Pero Jesús dice algo glorioso: “No tiene poder sobre mí”.

¿Puedes sentir el peso de esa declaración? El mal no tiene la última palabra. El caos no tiene el control. La oscuridad puede gritar, pero no puede vencer la luz que ha sido encendida por el Padre.

Es aquí donde la fe se vuelve una fortaleza indestructible. Porque si Jesús venció al mal, y nosotros vivimos en Él, también podemos vivir esa victoria. No sin batallas. Pero sí con sentido. Y con paz.

El texto concluye con un llamado: “Levántense, vámonos de aquí” (Jn 14,31a). Jesús sabe que no puede quedarse para siempre en la comodidad del cenáculo. Hay que salir. Hay que enfrentar lo que viene. Pero no con temor, sino con paz.

Esto nos enseña algo radical: la paz no es una excusa para la evasión. No es un escape. Es una fuerza para avanzar. Es una convicción que nos permite actuar con libertad, aun en escenarios hostiles.

Jesús no evade la cruz. La abraza. No porque sea masoquista, sino porque ama hasta el extremo. Y ese amor es lo que lo hace invencible. La paz no lo aísla del sufrimiento. Le da sentido al sufrimiento.

Este pasaje tiene el poder de convertirse en una brújula en medio del caos. ¿Cuántas veces nuestro corazón se turba por lo que no entendemos? ¿Cuántas veces confundimos la paz con la ausencia de problemas? ¿Cuántas veces hemos buscado paz en personas, cosas, planes… y no la encontramos?

Jesús nos enseña que la verdadera paz no se busca, se recibe. Es don. Es fruto de la comunión con Él. De la confianza radical en su amor.

Y esa confianza transforma. No nos quita los problemas. Nos hace caminar sobre ellos.

He aquí alguna enseñanzas que nos pueden servir:

1. La paz verdadera es un regalo, no una construcción.

Deja de forzar la paz en tu vida como si fuera un edificio que debes levantar solo. Ábrete al don. Pide la paz de Cristo. Una paz que no depende de que todo esté bien, sino de saber que tú estás en manos de Dios.

2. El miedo es natural, pero no tiene la última palabra.

Jesús no condena al corazón turbado. Lo consuela. Lo fortalece. Así que no te juzgues por tener miedo. Entrégaselo. Deja que Él te mire a los ojos y te diga: “No tengas miedo. Estoy contigo”.

3. No esperes tener todo resuelto para estar en paz.

La paz no es la meta al final del camino. Es el compañero de viaje. Puedes atravesar desiertos con paz si sabes que no caminas solo.

4. Tu paz puede ser tu testimonio más poderoso.

En un mundo agitado, una persona serena, libre, confiada, brilla como faro. Vive desde esa paz y muchos se acercarán al Dios que la hace posible.

5. Levántate y sigue.

Jesús terminó ese momento íntimo diciendo: “Levántense, vámonos de aquí”. La paz no es para quedarnos dormidos, sino para enfrentar la vida con coraje. Levántate. Vive. Camina. Confía. Él va contigo.

“La paz les dejo, mi paz les doy”.

Jesús no nos dejó un libro de estrategias. Ni un mapa detallado. Nos dejó algo mejor: su paz. Una paz que no se compra ni se explica del todo, pero que se vive.

Y cuando la vives, lo sabes. Aunque no todo esté bien… tú estás bien. Aunque haya lágrimas, hay esperanza. Aunque haya tormentas, hay puerto seguro.

No se turbe tu corazón. No tengas miedo. Ya tienes todo lo que necesitas.

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