UN VIAJE SILENCIOSO
- estradasilvaj
- 29 abr
- 5 Min. de lectura
Durante siglos, el ateísmo fue un estandarte que unos pocos levantaban como bandera de batalla intelectual. Pensadores como Ludwig Feuerbach, Friedrich Nietzsche o Jean-Paul Sartre rompieron lanzas contra el concepto de Dios en nombre de la razón, la libertad o la angustia existencial. Pero hoy, en pleno siglo XXI, el escenario ha cambiado sutilmente: el ateísmo ideológico ha dejado paso a un ateísmo más insidioso y omnipresente, el ateísmo práctico.
Ya no se discute tanto si Dios existe. Simplemente, se vive como si no existiera. Y ese, amigos míos, es un enemigo mucho más escurridizo.
El ateísmo ideológico es el clásico: el de quien niega la existencia de Dios mediante argumentos filosóficos, científicos o políticos. Piensa en figuras como Richard Dawkins, autor de El espejismo de Dios (2006), quien afirma:
"La fe es el gran escape, la gran excusa para evadir la necesidad de pensar y evaluar la evidencia." — Richard Dawkins
Esta postura es frontal: se presenta al público, se discute en debates, se imprime en libros gordos que uno presume leyendo en el metro para parecer más intelectual (spoiler: no siempre funciona).
Incluso voces católicas reconocen que esta batalla tiene cierto mérito porque obliga a los creyentes a pensar su fe. Como decía el Papa Benedicto XVI:
"El creyente no debe temer la crítica racional. Más bien debe preguntarse si ha presentado su fe de modo comprensible y razonable." — Benedicto XVI
En este campo de batalla, la fe y la razón chocan, se desgarran, pero también se purifican.
Pero el verdadero cambio de época no lo trajo un nuevo Sartre, sino una nueva indiferencia.
Hoy en día, la mayoría de las personas no niega activamente a Dios. Simplemente, no le encuentran relevancia práctica. Como quien tiene un piano en casa y nunca aprendió a tocarlo: está ahí, polvoriento, pero no forma parte de su vida.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, aunque no católico, capturó esta deriva líquida de la fe:
"La cultura contemporánea fomenta una vida de consumo y distracción, no de profundidad ni de preguntas últimas." — Zygmunt Bauman
La fe, en esta sociedad líquida, no es negada ni combatida, simplemente se diluye en el "tengo prisa", en el "hay que pagar la hipoteca", en el "mejor Netflix que misa".
El ateísmo práctico no argumenta: simplemente vive como si Dios no importara.
Podríamos señalar tres grandes causas:
1. El imperio de lo inmediato
Vivimos en un mundo que adora la inmediatez: la noticia de última hora, el like inmediato, el envío exprés. La religión, que propone una perspectiva de eternidad, de paciencia, de siembra y cosecha, parece un discurso extraterrestre.
El filósofo católico Charles Taylor lo expresa así:
"Nuestro tiempo no es tanto una época de incredulidad como una época en la que la fe es solo una opción entre otras muchas, y fácilmente descartable." — Charles Taylor
2. El anestésico del bienestar
Nunca hemos tenido más comodidades. Y cuando la vida parece perfecta —mientras haya Wi-Fi y café de cápsula— ¿quién siente la necesidad de Dios?
El Papa Francisco diagnostica esta anestesia espiritual con dureza:
"Uno de los mayores peligros del mundo actual es la tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro." — Papa Francisco, Evangelii Gaudium
Una sociedad satisfecha hasta la indigestión no busca salvadores: busca más postres.
3. El relativismo como perfume ambiental
Hoy se enseña (sin que nadie lo haya votado) que todas las opiniones son igualmente válidas. ¿Cristo? ¿Buda? ¿Spotify Premium? Todo es cuestión de gusto.
Como apuntó el entonces cardenal Joseph Ratzinger:
"Estamos ante una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus deseos." — Joseph Ratzinger
En ese ambiente, la verdad con mayúscula, la Verdad que salva, suena tan autoritaria como un inspector de impuestos en una fiesta de cumpleaños.
El ser humano no puede vivir sin referencias trascendentes. Así que, en ausencia de Dios, surgen sustitutos de baja calidad:
-La adoración de la tecnología: como si un nuevo iPhone pudiera dar sentido a la vida.
-El culto a la imagen: obsesión con el fitness, las selfies, las métricas de Instagram.
-La búsqueda frenética de experiencias extremas: como si saltar en paracaídas pudiera llenar el vacío interior.
Pero como dice el cardenal Robert Sarah:
"El hombre moderno cree que todo es posible, pero vive en una tristeza sin nombre." — Robert Sarah
Irónicamente, en el esfuerzo por liberarse de Dios, muchos se encadenan a ídolos más tiránicos y volubles.
Ante este escenario, no basta con lamentarse como plañideras o repartir folletos en la playa. Se requieren estrategias inteligentes, profundas y, sobre todo, auténticas.
Aquí van algunas recomendaciones:
1. Vivir con una fe visible, no invasiva
El primer paso es ser creíble. No sermonees: sé luz. Como decía San Francisco de Asís:
"Predica el Evangelio en todo momento; si es necesario, usa palabras."
Una fe vivida con alegría, paciencia y coherencia es más contagiosa que cien discursos.
2. Recuperar el asombro
Enseñemos de nuevo a asombrarse ante la vida, el arte, la naturaleza. Todo asombro verdadero es un anticipo de la adoración.
Como decía el físico y pensador no creyente Albert Einstein:
"El misterio es la cosa más hermosa que podemos experimentar. Es la fuente de toda verdadera ciencia y arte."
Redescubrir el misterio es abrir la puerta de la trascendencia.
3. Crear espacios de silencio
Vivimos en ruido. Dios, como siempre, habla en el susurro. Organizar momentos de silencio —retiros, adoraciones, simples paseos sin auriculares— es revolucionario.
4. No temer la cultura contemporánea: evangelizarla desde dentro
No basta condenar Netflix, TikTok o la música urbana: hay que habitar esos espacios con creatividad evangélica. Jesús no se hizo humano en un monasterio tibetano, sino en una pequeña aldea polvorienta llena de problemas reales.
Como exhortaba el Papa Francisco:
"Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro." — Papa Francisco, Evangelii Gaudium
5. Formar inteligencias críticas
No podemos combatir el relativismo a golpe de memes de dudoso gusto. Hay que formar a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) en filosofía, en teología, en historia de la fe, para que puedan responder con inteligencia y belleza.
El paso del ateísmo ideológico al práctico es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. No basta con defender la existencia de Dios en debates académicos; hay que mostrar la belleza de vivir con Él.
Y aquí, querido lector, se nos plantea un pequeño desafío épico: ¿nos resignamos a ser actores secundarios en la obra del olvido, o nos convertimos en testigos luminosos de un Amor que sigue siendo la noticia más urgente?
Tú eliges. Como siempre.
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-Dawkins, Richard. The God Delusion. Houghton Mifflin, 2006.
-Benedicto XVI. Fe, verdad, tolerancia: El cristianismo y las religiones del mundo. Editorial Herder, 2005.
-Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, 2000.
-Taylor, Charles. A Secular Age. Harvard University Press, 2007.
-Papa Francisco. Evangelii Gaudium (Exhortación Apostólica), 2013.
-Ratzinger, Joseph. Homilía en la Misa "Pro eligendo Pontifice", 18 de abril de 2005.
-Sarah, Robert. Dios o nada: Entrevista sobre la fe. Editorial Palabra, 2015.
-Einstein, Albert. The World As I See It. Philosophical Library, 1949.
-San Francisco de Asís. (Frase atribuida tradicionalmente; no consta en sus escritos conservados, pero es aceptada en la tradición franciscana.)




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