TIEMPOS DE CONSUELO
- estradasilvaj
- 29 abr
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«Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas.»
(Hechos 3,17-21)
Pedro, dirigiéndose al pueblo de Israel, les recuerda con compasión y claridad: «lo hicisteis por ignorancia». No hay en estas palabras juicio destructivo ni condena, sino una puerta abierta al entendimiento profundo del misterio de la cruz. La ignorancia, en términos bíblicos, no es simplemente falta de información, sino ceguera espiritual, incapacidad para discernir la verdad a causa del pecado o la dureza de corazón.
Jesús ya lo había anticipado en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). La ignorancia del pueblo y de sus autoridades no anula su responsabilidad, pero sí abre el camino a la misericordia. Pedro, inspirado por el Espíritu, no los acusa sin salida, sino que los confronta con esperanza: Dios cumplió su plan incluso en medio de su error.
Esto revela una verdad desconcertante y poderosa: Dios puede servirse incluso de nuestra ignorancia y pecado para cumplir sus designios eternos. El sufrimiento del Mesías no fue un accidente de la historia, sino el cumplimiento de lo anunciado: «Era necesario que el Mesías padeciera estas cosas y entrara así en su gloria» (Lc 24,26).
El corazón del discurso de Pedro se condensa en dos verbos: arrepentirse y convertirse. No se trata de una mera emoción o sentimiento de culpa, sino de un cambio radical de mente, corazón y camino.
Arrepentirse significa mirar el pecado desde la perspectiva de Dios y no desde la nuestra. Implica reconocer no sólo lo que hicimos mal, sino quién hemos dejado de ser a los ojos del Creador. Convertirse es entonces girar en dirección opuesta, volver a la casa del Padre, abrazar la luz que antes se evitaba.
Esta doble acción tiene consecuencias trascendentales:
«Para que se borren vuestros pecados»
«Para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios»
«Para que envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado»
Pedro no predica un moralismo exigente, sino la esperanza de un nuevo comienzo, un restablecimiento profundo. Aquí se revela el corazón del Evangelio: el perdón es posible, el consuelo está disponible, y la restauración ha comenzado.
Pedro concluye su anuncio con una de las expresiones más profundas de todo el Nuevo Testamento: «hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas».
Esta "restauración" no es una idea esotérica ni un simple retorno al pasado, sino el cumplimiento final del Reino de Dios. Es el día en que todo será sanado, redimido y traído a su plenitud. San Pablo también alude a esta esperanza cuando dice:
«Toda la creación gime y sufre dolores de parto hasta el presente, aguardando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8,22-23).
La promesa de la restauración nos recuerda que la historia no es un caos sin sentido, sino un drama guiado por la providencia. Cada lágrima será enjugada, cada injusticia juzgada, cada herida sanada. Y ese proceso ya ha comenzado en la Pascua de Cristo.
La expresión «tiempos de consuelo de parte de Dios» alude no sólo al futuro glorioso, sino también al presente transformado por la gracia. El consuelo bíblico no es mera resignación, sino la presencia real y activa del Espíritu Santo que fortalece, guía y da paz en medio de la tribulación.
Jesús lo prometió:
«Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14,16).
Este consuelo no elimina las pruebas, pero sí cambia nuestra manera de vivirlas. Pedro no ofrece una vida sin dolor, pero sí una vida llena de sentido. El cristiano consagrado a la conversión diaria vive en esperanza, sostenido por el Espíritu que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).
A partir del texto de Hechos 3,17-21 y de esta reflexión, te propongo algunas prácticas concretas para vivir hoy la llamada a la conversión y prepararnos para la restauración que viene:
1. Reconocer nuestras ignorancias espirituales
Haz un examen sincero de conciencia: ¿en qué aspectos de tu vida vives como si Dios no existiera? ¿Qué verdades del Evangelio sigues ignorando, no por desconocimiento, sino por resistencia interior?
Dedica cinco minutos cada noche a revisar tu jornada a la luz de la Palabra de Dios.
2. Cultivar un arrepentimiento profundo y cotidiano
El arrepentimiento no es un acto único, sino un estilo de vida. San Benito decía que la vida del monje debía ser una "Cuaresma perpetua". También el discípulo de Cristo debe aprender a llorar sus pecados con humildad, no con desesperación, sino con confianza.
Confiesa tus pecados regularmente, y pide a Dios la gracia de verlos con sus ojos, no con los tuyos.
3. Vivir como si la restauración ya hubiese comenzado
Aunque el Reino aún no ha llegado en plenitud, su semilla ya ha sido sembrada. Nuestra vida debe reflejar esa esperanza activa: reconciliación, perdón, justicia, amor concreto.
Haz un acto de restauración cada semana: pide perdón a alguien, ayuda a quien está solo, construye un puente donde hay división.
4. Acoger los tiempos de consuelo con gratitud
Dios nos consuela cada día, pero muchas veces no lo notamos. Reconocer sus caricias cotidianas es un acto de fe.
Lleva un diario espiritual donde anotes las pequeñas "visitas" de Dios en tu día: una palabra que te tocó, una conversación que te sanó, un gesto que te animó.
5. Esperar activamente el retorno de Cristo
No es una espera pasiva, sino una vigilia creativa, como la de las vírgenes prudentes. El mundo necesita ver cristianos que esperan con los ojos abiertos y las manos ocupadas en el bien.
Reza cada día con estas palabras de Apocalipsis 22,20: «¡Ven, Señor Jesús!»
Hechos 3,17-21 no es sólo una palabra del pasado, sino un espejo para el presente y una ventana hacia el futuro. Nos recuerda que Dios escribe derecho en nuestras líneas torcidas, que el sufrimiento del Mesías no fue en vano, y que su retorno será glorioso. Pero mientras esperamos, se nos invita a vivir en arrepentimiento, conversión, consuelo y restauración.
El Evangelio no es una condena disfrazada, sino una propuesta de resurrección diaria. Que nuestras vidas sean testimonio de que el Reino ya está entre nosotros, y que el mundo puede ser restaurado si dejamos que Cristo reine en nuestro corazón.
«Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4,17).
Y ese Reino comienza hoy, aquí, contigo.




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