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REPENSAR LA ENSEÑANZA RELIGIOSA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 4 Min. de lectura

La enseñanza religiosa en las escuelas cristianas y católicas ha sido, durante siglos, mucho más que una asignatura: ha sido el alma de muchos proyectos educativos. Sin embargo, en el siglo XXI, esa llama parece apagarse en algunos salones. ¿Por qué? ¿Qué está pasando con esta materia que solía hablar del sentido profundo de la vida?

En tiempos donde la tecnología avanza más rápido que los recreos y donde los adolescentes tienen más preguntas que likes en sus publicaciones, la enseñanza religiosa se enfrenta a un reto titánico: seguir siendo relevante sin perder su esencia.

1. El oro que todavía brilla

La enseñanza religiosa tiene una ventaja que ninguna otra materia puede reclamar: bebe de una tradición milenaria llena de sabiduría, belleza y sentido. El Evangelio, los Santos Padres, el arte cristiano, la doctrina social… ¡hay un manantial que nunca se agota! Solo hay que saber cómo abrir el grifo sin que se inunden los alumnos.

Mientras otras materias se centran en la lógica, los números o los datos, la religión se mete con algo más hondo: la conciencia, los valores, el corazón. Si se enseña bien, toca la vida, moldea actitudes, siembra futuro.

En medio del barullo de TikTok, los exámenes y los dramas adolescentes, la clase de religión puede ser un oasis. Un espacio para respirar, preguntarse, orar, simplemente ser. ¿No es eso lo que muchos jóvenes están necesitando y ni siquiera lo saben?

Cuando la enseñanza religiosa se vincula con el compromiso social —campañas solidarias, visitas a hogares, proyectos de ayuda— los estudiantes descubren que el cristianismo no es solo rezar, sino arremangarse y salir al encuentro del otro. ¡Y eso les encanta!

2. Las grietas que no podemos ignorar

En muchos lugares, la clase de religión todavía es un desfile de fechas, definiciones y nombres de concilios. Los alumnos memorizan… y olvidan al día siguiente. No hay conexión con sus problemas, sus búsquedas o sus dudas existenciales. Resultado: apatía garantizada.

Hablamos de “soteriología”, “virtudes teologales”, “expiación”… y el alumno está pensando si eso es un nuevo juego de PlayStation. Si no traducimos el mensaje al lenguaje del hoy, simplemente no llega. Y no es que el Evangelio esté desactualizado: es que necesita un buen traductor.

En demasiadas clases, la fe se presenta como un paquete cerrado: esto es lo que tienes que creer, punto. Sin espacio para el diálogo, las dudas o el debate, la religión se vuelve ideología. Y los jóvenes se alejan… o se rebelan.

Muchos docentes de religión hacen lo que pueden con lo que tienen. Pero lo que tienen, muchas veces, no es suficiente. Les faltan herramientas pedagógicas, formación teológica actualizada y espacios para compartir buenas prácticas. Sin formación continua, no hay renovación.

3. Lo que viene de afuera y complica todo

Vivimos en un mundo donde lo superficial vende más que lo profundo, y donde el consumo reemplaza al compromiso. En ese contexto, la religión parece fuera de lugar. Muchos la ven como un residuo del pasado. Un obstáculo más que una propuesta.

2. La incoherencia en casa… y fuera de ella

Si lo que se enseña en el aula no se ve en casa, en la sociedad o incluso en la misma Iglesia, el alumno piensa: “¿para qué me sirve esto?”. Y no le falta razón. La falta de testimonio coherente es una bomba silenciosa que mina toda enseñanza.

3. Estereotipos que hacen daño

La religión es vista, muchas veces, como algo represivo, anticuado o anti-ciencia. Películas, redes sociales y algunos medios contribuyen a esta caricatura. Luchar contra esa imagen requiere creatividad, autenticidad… y mucho humor inteligente.

La fe está casi ausente del universo digital que habitan los jóvenes. No hay presencia significativa en las plataformas que consumen, y cuando la hay, muchas veces es superficial, moralista o desconectada. Si no estamos donde ellos están, estamos perdiendo la partida.

4. Ventanas abiertas a nuevos horizontes

Aunque digan que no creen, que no les interesa, que es “de viejos”… cuando se genera el espacio adecuado, muchos jóvenes abren su corazón. Porque siguen teniendo sed de sentido, de algo verdadero, de algo más.

Videos, podcasts, apps, realidad aumentada, juegos interactivos… ¿por qué no aprovechar esas herramientas para enseñar valores, Biblia, historia de la Iglesia o experiencias de fe? Si los recursos cambian, la experiencia también puede hacerlo.

Un profesor apasionado, una religiosa con carisma, un joven con una historia de conversión… a veces, un testimonio vale más que cien PowerPoints. Lo que convence no es el argumento: es la vida.

Vivir en un mundo diverso puede ser un regalo. El diálogo interreligioso, el contacto con otras culturas, la apertura a lo diferente, lejos de diluir la fe, puede fortalecerla. Si sabemos cómo encarar ese encuentro, la fe sale ganando.

5. De la crítica a la acción

Más que enseñar contenidos, hay que provocar experiencias. Dinámicas, debates, dramatizaciones, laboratorios de espiritualidad, trabajo en grupos… ¡hay mil formas de hacer de la religión algo vivo y participativo!

Necesitamos profesores con fuego en el alma y herramientas en la mochila. Formaciones periódicas, espacios de actualización y comunidades de práctica pueden marcar la diferencia. Nadie da lo que no tiene, y eso también vale para la fe.

Actualizar el lenguaje, los recursos, los formatos… pero sin vaciar el mensaje. No se trata de hacer de la religión una moda, sino de mostrar que lo eterno sigue siendo actual.

La religión no es un compartimento estanco. Se puede vincular con historia, literatura, arte, ética, ciencia. El mensaje cristiano tiene algo que decir en todos los campos del saber. Aprovechémoslo.

Salir del aula: visitar comunidades, invitar testimonios, armar campañas solidarias, participar en celebraciones litúrgicas vivas. Que el Evangelio se vea, se toque, se palpe.

No solo hablemos de Dios. Ayudemos a que lo encuentren. Con silencio, con oración, con escucha activa, con espacios de acompañamiento. Que la clase de religión sea también un refugio, un faro, una casa.

La enseñanza religiosa tiene un papel clave en la educación de hoy. Pero si no se renueva, se apaga. Si no se conecta con la vida, se vuelve irrelevante. Y si no se vive con pasión, no conmueve a nadie.

Tenemos mucho a favor: una tradición viva, una propuesta humanizadora, docentes con vocación. Pero también hay mucho por mejorar. Y el momento de hacerlo… es ahora.

Porque los jóvenes no están buscando más tareas. Están buscando sentido. Y si la enseñanza religiosa no se lo ofrece, alguien más lo hará… aunque sea con medias verdades.

La gran pregunta es: ¿vamos a seguir enseñando religión… o vamos a enseñar a vivir con fe, esperanza y amor?

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