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QUE CLASE DE EDUCACION NECESITAMOS

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 28 may
  • 5 Min. de lectura

I. ¿QUÉ HA PERDIDO LA EDUCACIÓN ACTUAL?

1. Ha perdido su propósito humano y existencial

La educación, en muchos contextos, ha dejado de formar personas para formar productos. Se privilegia la funcionalidad sobre la profundidad, la utilidad sobre el sentido. El estudiante es visto como un “recurso humano” en formación, y no como un ser humano en proceso de descubrimiento, ética y trascendencia.

En lugar de preguntar ¿quién eres y para qué estás en este mundo?, la educación pregunta ¿qué puedes hacer por el mercado laboral?.

2. Ha perdido la centralidad del pensamiento crítico

Pese a que se habla mucho de “pensamiento crítico”, este se reduce a ejercicios académicos superficiales y no a una verdadera capacidad de cuestionar estructuras, discursos o realidades. El pensamiento crítico ha sido domesticado, cuando debería ser provocador, transformador y liberador.

El estudiante aprende a responder, no a preguntar. Aprende a replicar, no a discernir. Se ha priorizado la memorización de fórmulas y datos por encima del análisis reflexivo y la creatividad interpretativa.

3. Ha perdido la capacidad de formar carácter

No basta con formar cerebros brillantes si no se forman corazones íntegros. En muchos sistemas, la ética se reduce a asignaturas aisladas o a proyectos decorativos. Pero la verdadera ética educativa debe permearlo todo: el currículo, las relaciones, la cultura escolar.

La educación debería formar personas con coraje, con sentido de justicia, con sensibilidad social, con empatía hacia el otro. Hoy se ve a menudo una gran distancia entre la excelencia académica y la calidad humana.

4. Ha perdido la conexión con la realidad

La escuela se ha convertido en una burbuja. Muchos estudiantes no comprenden cómo lo que aprenden se vincula con su vida real, con su entorno, con su futuro. El conocimiento se presenta como abstracto, descontextualizado, fragmentado.

Los contenidos curriculares muchas veces no dialogan con los desafíos del mundo contemporáneo: el cambio climático, la pobreza, la inteligencia artificial, la salud mental, las migraciones, el sentido de la vida, el trabajo digno.

5. Ha perdido el vínculo afectivo

En la prisa por cumplir metas, rendimientos y evaluaciones, se ha relegado el vínculo afectivo entre educadores y estudiantes. La educación emocional —que debería estar en el centro de toda propuesta pedagógica— se ha convertido en una asignatura más o, peor aún, en un recurso opcional para situaciones de crisis.

Sin vínculo no hay confianza, y sin confianza no hay aprendizaje real. La pedagogía moderna (desde Montessori hasta Freire) lo repite incansablemente: nadie aprende de quien no le importa.

II. ¿QUÉ DEBERÍA DESARROLLAR LA EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI?

Frente a estas pérdidas, el desafío educativo contemporáneo es tan urgente como apasionante. Educar hoy debe significar mucho más que transmitir saberes; debe implicar formar personas con las competencias, actitudes y valores necesarios para transformar el mundo con humanidad y responsabilidad.

1. Educar para el pensamiento complejo y la interdependencia

Ya no vivimos en un mundo simple, lineal o predecible. El siglo XXI exige ciudadanos capaces de comprender la complejidad, de pensar de manera sistémica, de relacionar causas y consecuencias, de identificar tensiones éticas, culturales y políticas en una realidad interconectada.

Esto implica superar la fragmentación del conocimiento. Las disciplinas deben dialogar entre sí. Las ciencias deben conversar con las humanidades. Y todo debe estar orientado a una comprensión integral del mundo, no a la acumulación de datos.

2. Educar para la creatividad y la innovación ética

En una época de automatización e inteligencia artificial, la creatividad humana se convierte en un recurso vital. Pero no cualquier creatividad, sino aquella que esté al servicio del bien común, de la justicia, de la equidad.

La educación debe fomentar el espíritu emprendedor no solo para crear negocios, sino para generar soluciones sociales, ambientales, culturales. Innovar debe ser sinónimo de transformar positivamente la realidad, no solo de aumentar ganancias.

3. Educar para la resiliencia y la salud mental

La ansiedad, la depresión y el estrés son hoy parte del panorama educativo. Por eso, la escuela debe ser un espacio de contención, de escucha, de salud emocional. La resiliencia, la autoconciencia, la gestión emocional y la empatía deben ser parte del currículo con la misma seriedad que las matemáticas o las ciencias.

Esto requiere formación especializada de los docentes, incorporación de psicología positiva, tiempos de autocuidado y modelos pedagógicos que reconozcan el valor del descanso, del juego, del silencio y de la contemplación.

4. Educar para la ciudadanía global y el compromiso local

El estudiante del siglo XXI es un ciudadano del mundo. Pero eso no debe hacerle olvidar su barrio, su comunidad, su país. La educación debe promover una ciudadanía activa, crítica y solidaria. Una ciudadanía que defienda los derechos humanos, la democracia, el pluralismo, la paz.

Esto incluye alfabetización digital crítica (para no ser víctima de la desinformación), conciencia ambiental (para no devastar el planeta), compromiso cívico (para no delegar la política en corruptos) y sensibilidad intercultural (para no reproducir racismo ni xenofobia).

5. Educar desde la pedagogía del asombro

El educador italiano Francesco Tonucci decía: “la escuela debería enseñar menos cosas, pero de forma más profunda”. El sistema actual, sin embargo, sobrecarga de contenidos y ahoga el deseo de aprender. Necesitamos recuperar el asombro, la curiosidad, el deseo de descubrir.

Esto se logra cuando el docente no es un mero transmisor, sino un facilitador, un guía, un sembrador de preguntas. Y cuando el aula se convierte en un laboratorio de vida, no en una cárcel de horarios.

III. ALGUNAS PROPUESTAS CONCRETAS

Para que lo anterior no quede en teoría, aquí algunas líneas de acción posibles:

1. Transformar los sistemas de evaluación: Evaluar menos con exámenes estandarizados y más con proyectos, debates, portafolios, autoevaluaciones y rúbricas éticas. La evaluación debe ser formativa, no punitiva.

2. Incorporar asignaturas vitales: Educación emocional, pensamiento filosófico, ética aplicada, economía solidaria, ecología integral y espiritualidad laica deberían formar parte de la oferta curricular.

3. Fortalecer la formación docente: Un maestro no puede formar lo que no ha desarrollado. Urge invertir en la formación continua, en la salud mental docente, y en una cultura de cuidado y acompañamiento profesional.

4. Educar con tecnología, no para la tecnología: El uso de herramientas digitales debe tener sentido pedagógico, no ser una moda. La tecnología debe facilitar el pensamiento, la creatividad, el aprendizaje colaborativo. No reemplazar la reflexión.

5. Incluir la voz del estudiante: La participación estudiantil en las decisiones pedagógicas, metodológicas y comunitarias fortalece el compromiso y la autonomía. El estudiante no es receptor pasivo, sino co-creador de su proceso.

El gran pedagogo Paulo Freire afirmaba que “la educación no cambia el mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. En esta frase se encierra todo el sentido de una educación transformadora.

El siglo XXI no necesita más genios funcionales, sino personas profundamente humanas. Necesita líderes éticos, ciudadanos responsables, mentes creativas, corazones compasivos. Y eso solo puede lograrlo una educación que se atreva a mirar más allá del mercado, más allá del rendimiento, más allá de los estándares.

Necesitamos una educación que, como decía María Montessori, no prepare para la escuela, sino para la vida. Una educación que no solo enseñe a leer textos, sino también contextos. Que no solo forme obreros o técnicos, sino seres humanos despiertos, conscientes, plenos.

La gran tarea educativa de nuestro siglo no es producir éxito, sino sentido. Y no hay mayor éxito que una persona capaz de vivir con profundidad, de pensar con libertad, de amar con verdad y de actuar con justicia.

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