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PERSEVERA Y LO VERÁS

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 7 jun 2022
  • 2 Min. de lectura

Antes de ir al descanso, quiero compartir algunas reflexiones acerca de una conversación escrita con un querido amigo, que sufre por la grave situación de una familia que estima mucho.

Es humano sentir pena y dolor por el sufrimiento de otros. Es todavía, más cristiano, orar y solidarizarse por quienes sufren. ¿Qué podemos hacer por ellos? ¿Cómo podemos transformar ese sufrimiento en fortaleza?

El sufrimiento no podemos evitarlo, la muerte mucho menos. Jesús fue sometido a un sufrimiento inimaginable; su muerte, una muerte en la cruz.

Jesús conoció bien el sufrimiento humano. Leemos en los Evangelios muchos casos de enfermedades y muertes, y como Él se compadecía. Pero no podía llegar a sanar a todos. Fue con su sacrificio en la cruz que alcanzó la sanación, la liberación para todos nosotros. Sin embargo, nos preguntamos por qué entonces seguimos sufriendo enfermedades y muriendo.

El egoísmo, la avaricia, la corrupción, la violencia, la explotación... Son realidades de una vida alejada de Dios. Seguimos sobre esas mismas huellas, en esas hondonadas, en el que filo de los riscos, en las tinieblas del error y la ambición. Mientras sigamos en esa dirección, el sufrimiento seguirá tras nosotros como una sombra.

Pero Jesús, sabía bien el propósito de su Padre. Se lo reveló a sus discípulos y les pidió que no lo dijeran. No lo comprendieron hasta no verle apresado, torturado y clavado en el madero.

Cuando el sufrimiento llega una vez, dos veces o más a nosotros, nos quiere llamar la atención a la forma de cómo estamos llevando nuestra vida, de lo que hacemos y cómo lo hacemos. Cuando la muerte aparece, nos detiene para que meditemos y pongamos un alto. El sufrimiento nos enseña a resistir y reordenar, la muerte a valorar y deponer.

La historia bíblica está llena de pasajes teñidos por sufrimientos, guerras, traiciones... Pero, también de un Dios misericordioso, siempre dispuesto a la escucha... A recibirnos, como la oveja perdida y herida, como a la mujer sedienta de agua viva, como a la que corre para tocar el manto y ser sanada.

A veces, no basta ser fuertes, hay que perseverar, mantenernos en pie. La oración que sale del corazón arrepentido, lavado por el dolor es escuchada por Dios. No recibirás respuesta pronto, pero es escuchada.

Orar con las Sagradas Escrituras es muy hermoso y alentador. En ella encontramos ese acompañamiento espiritual que necesitamos, porque nos sentimos vacíos, despoblados por dentro. No debemos temer al silencio. Muchas veces hay que callar por dentro para escuchar la voz de Dios.

Así, como todos sufrimos de distintas maneras, así también, encontramos los caminos para hallar a Dios. El humilde siempre escucha, el soberbio es sordo.

La paciencia es una buena mano en tiempos de angustia y desesperanza. Vivimos tiempos que todo se quiere de inmediato, queremos experimentar a temprana edad y nos envejecemos pronto. Hay que saber esperar para vivir cada día lo que corresponde.

Tenemos mucho que aprender para saber descubrir lo bueno que Dios nos pone en el amanecer de cada día.

Empieza entonces cada día, siendo agradecido, contemplando lo creado, trabajando esforzada y honestamente, ayudando al necesitado, perdonando a ti mismo y a los demás; siendo más humilde, más limpio de corazón, generoso, sincero y una persona de paz.

Quizás así, el sufrimiento y el dolor pasen de largo, y te aguarde una vida dichosa y longeva.

 
 
 

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