top of page

PERFUME DERRAMADO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 5 Min. de lectura

Seis días antes de la Pascua, cuando la tensión ya impregnaba el aire como una tormenta latente, Jesús llegó a Betania. Allí, en la casa de los amigos, en el corazón del afecto humano, se desarrolla una de las escenas más delicadas y reveladoras del Evangelio. El relato de Juan 12,1-11 no es simplemente una antesala a la Pasión: es un acto profético, una declaración de amor, una confrontación entre la luz y las tinieblas.

Betania: el hogar entre la muerte y la vida

“Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos” (Juan 12,1).

Betania no es un lugar cualquiera. Es el sitio donde Jesús ha mostrado su poder sobre la muerte, donde el llanto de las hermanas se convirtió en alabanza, donde la piedra fue removida y la vida volvió a brotar del sepulcro. En esta aldea tan íntimamente ligada al misterio pascual, Jesús no se esconde: se deja ver, se deja amar.

Mientras las autoridades religiosas traman su condena, Él se encuentra en la casa de los que le aman sin reservas: Marta, siempre servicial; Lázaro, testimonio viviente del milagro; y María, cuya intuición espiritual le lleva a realizar un acto que traspasa el tiempo.

“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos; y la casa se llenó con la fragancia del perfume” (Juan 12,3).

Este gesto, tan sencillo y al mismo tiempo tan provocador, encierra un mensaje profundo. María no solo unge a Jesús como signo de veneración, sino que anticipa su sepultura. El perfume, reservado normalmente para los muertos, es aquí símbolo de entrega total.

Lo más sorprendente es cómo María lo aplica: no en la cabeza, como se acostumbraba en los homenajes reales, sino en los pies —la parte más humilde del cuerpo—, y con sus cabellos, renunciando así a su gloria personal, a su dignidad femenina según los códigos culturales del momento. María se vacía de sí misma para que Jesús sea glorificado. Es la imagen perfecta del discipulado.

“Por tanto, les digo: dondequiera que se proclame este evangelio, en el mundo entero, se contará también lo que ella hizo, para memoria suya” (Mateo 26,13).

La fragancia llenó la casa. Así sucede con los actos verdaderos de amor: su aroma lo impregna todo. El amor auténtico no puede esconderse; transforma el ambiente, ilumina los rincones oscuros, toca los corazones más duros.

Pero donde hay luz, también surge la sombra. Judas Iscariote rompe el silencio con una objeción:

“¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?” (Juan 12,5).

Juan no esconde las verdaderas intenciones de Judas: no le importaban los pobres, sino el dinero. Aquí se nos presenta un tipo de actitud que, en nombre de causas nobles, enmascara un corazón endurecido. El utilitarismo sin amor se convierte en juicio ciego. Lo que para María es adoración, para Judas es desperdicio. Lo que para Dios es perfume, para el mundo es gasto innecesario.

“Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6,21).

María pone su tesoro a los pies de Jesús. Judas quiere esconder su codicia tras una máscara de solidaridad. Ambos actúan con perfume: uno lo derrama en adoración, el otro lo quiere convertir en moneda.

“Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán” (Juan 12,7-8).

La respuesta de Jesús no minimiza la importancia de ayudar a los pobres, sino que revela la profundidad del momento. Hay gestos que no se repiten. Hay oportunidades que no vuelven. Jesús reconoce en el acto de María una sensibilidad espiritual capaz de intuir la cercanía de la cruz. Ella lo ha comprendido todo sin palabras. Su fe no argumenta: actúa.

Esta defensa de Jesús no solo redime el gesto de María, sino que pone en evidencia a Judas. En la escena, el contraste es evidente: el amor silencioso versus la crítica hipócrita; la generosidad que se oculta tras el escándalo del derroche versus el cálculo que disfraza su egoísmo de virtud.

“Una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Entonces los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro” (Juan 12,9-10).

En esta escena, Lázaro representa lo que el mundo no puede soportar: un testimonio vivo de la victoria de Jesús sobre la muerte. Ya no se trata solo de eliminar al Maestro, sino también al signo. El poder de la resurrección es una amenaza para el sistema de muerte. El odio no solo busca acallar la voz del Salvador, sino también de aquellos que han sido tocados por su gracia.

“Y lo mataron, y lo sepultaron con los malvados, aunque nunca hizo violencia ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53,9).

Este pasaje es una sinfonía de contrastes:

-Amor que se da vs. cálculo que se reserva.

-Perfume derramado vs. crítica mezquina.

-La mujer que se postra vs. el discípulo que traiciona.

-La casa llena de fragancia vs. el corazón lleno de codicia.

-La vida que resucita vs. la muerte que conspira.

Y en medio de todo, Jesús, sereno, recibiendo el amor, soportando la traición, enfrentando la sombra con la luz del don total.

Este episodio no es solo un recuerdo piadoso. Es una escuela de vida cristiana. De ella brotan enseñanzas que, como el perfume de María, siguen derramándose hasta hoy:

1. Amar sin medida es amar como Dios

María no escatimó. No calculó. Simplemente dio. Y eso es exactamente lo que Dios hace con nosotros: nos ama sin medida.

“Con amor eterno te he amado; por eso te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31,3).

2. El verdadero discipulado es adoración activa

No basta con seguir a Jesús físicamente. Judas lo hacía. Pero su corazón estaba lejos. María, en cambio, comprendió quién era Él y lo adoró.

“El Padre busca adoradores en espíritu y en verdad” (Juan 4,23).

3. Lo que se da por amor nunca se pierde

El perfume derramado parecía un desperdicio. Pero se convirtió en memorial. El amor auténtico no se mide por su utilidad, sino por su entrega.

“Den, y se les dará: una medida buena, apretada, remecida y rebosante” (Lucas 6,38).

4. El mal siempre buscará apagar el testimonio

La vida de Lázaro incomodaba. Representaba una evidencia de lo que Dios puede hacer. Por eso intentaron eliminarlo. Pero los testimonios de vida transformada son más fuertes que la muerte.

“No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5,15-16).

5. Aprovecha los momentos irrepetibles

Jesús dijo: “A mí no siempre me tendrán”. Hay momentos únicos de gracia que no vuelven. Aprovecharlos es sabiduría espiritual.

“Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca” (Isaías 55,6).

6. El amor siempre deja fragancia

María no predicó, no discutió, no escribió tratados. Solo amó. Y su amor perfumó la casa. El mundo necesita menos ruido y más perfume de caridad.

“El amor es paciente, es servicial… todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás” (1 Corintios 13,4.7-8).

En este pequeño retablo de Betania se anticipa toda la Pasión. El amor fiel, la traición hipócrita, la resurrección incomprendida, la decisión de los que odian la luz. Pero también se revela el corazón de Dios, que se deja ungir, que acoge la adoración, que defiende el amor frente a la crítica.

Hoy, tú y yo somos invitados a ser como María: a romper el frasco de lo mejor que tenemos y derramarlo a los pies del Señor. Que nuestra vida entera —pensamientos, tiempo, talentos, afectos— se vuelva perfume. Porque solo el amor perfuma la eternidad.

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page