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PERDER PARA GANAR

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 5 Min. de lectura

Hoy quiero compartir con ustedes una palabra que, si se deja entrar al corazón, lo puede cambiar todo. No es exageración. Es palabra de vida. Es de esas frases que atraviesan los siglos como una flecha directa al alma:

“Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él,

no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo,

la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.” (Filipenses 3,8-9)

San Pablo no era hombre de medias tintas. Era apasionado, intenso, de esos que no se guardan nada. Y cuando escribe estas palabras, no lo hace desde una vida tranquila. No. Pablo las escribe desde una cárcel, con cicatrices en el cuerpo, pero con fuego en el alma. Su testimonio nos grita algo que nuestra época necesita con urgencia: sólo Cristo basta.

A ver, seamos honestos: ¿a quién le gusta perder? Nadie se levanta diciendo: “¡Hoy voy a perder cosas importantes!”. No, nuestra lógica es la contraria: ganar, acumular, avanzar, tener más, ser más.

Pero Pablo nos rompe el molde. Él, que lo tenía todo en su mundo —prestigio, formación, religión, reconocimiento—, dice que todo eso… lo considera pérdida, basura. Y no lo dice con resentimiento, sino con alegría. ¿Por qué?

Porque había encontrado algo mejor, algo incomparable: a Cristo.

Esto nos lleva a una gran pregunta existencial, que te lanzo hoy con cariño y sin anestesia:

¿Qué estás dispuesto a perder… para ganar a Cristo?

A veces estamos demasiado llenos como para recibir. Queremos a Cristo, sí, pero sin soltar otras cosas. Queremos su amor, pero sin dejar nuestras seguridades. Queremos su paz, pero seguimos controlando todo. Así no funciona. Hay que vaciarse. Como dice san Agustín: “Dios no llena sino lo que está vacío”.

Pablo no habla de “conocer” a Cristo como quien conoce una teoría. No está hablando de saber de memoria las enseñanzas del catecismo, aunque eso sea importante. Él habla de una experiencia viva, transformadora, personal.

En la Biblia, “conocer” es una palabra con un contenido profundo. Significa intimidad, relación, comunión. Como cuando Jesús dice: “Mis ovejas me conocen, y yo las conozco a ellas” (cf. Jn 10,14). O como cuando declara: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo” (Jn 17,3).

Pablo conoció a Cristo el día que fue derribado en el camino a Damasco. Y a partir de ahí, ya nada fue igual. Su vida se partió en dos. Ese es el conocimiento que lo llevó a decir: “Por él lo perdí todo”. Porque al conocer a Cristo, descubrió que todo lo demás era secundario.

Déjenme preguntarles otra cosa:

¿Qué es lo más importante que conoces en tu vida?

Si la respuesta no es “Cristo”, probablemente estás construyendo sobre arena.

Esta parte del texto es finísima, pero crucial. Pablo dice que no quiere ser hallado con una justicia suya, la que viene de cumplir la ley, sino con la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

¿Qué significa esto?

Significa que no nos salvamos por nuestras obras, ni por nuestros méritos, ni por “portarnos bien”, sino por gracia. Es Cristo quien nos hace justos. Su muerte en la cruz nos reconcilió con el Padre. ¡Y eso es un regalo inmerecido!

No estoy diciendo que las obras no importen. Claro que sí. Pero las obras no son el camino para ganar el amor de Dios. Son la consecuencia de haberlo recibido. Como decía Santa Teresita: “Todo es gracia”.

Y esto es una liberación enorme. Porque muchos de nosotros vivimos bajo la presión de “hacerlo todo bien”, como si Dios fuera un jefe exigente o un maestro con un cuaderno de notas. No. Dios es un Padre que nos ama a pesar de. Y nos llama a vivir desde la fe, no desde el miedo.

Aquí Pablo suelta una joya escondida: “Ser hallado en Él”. Hermano, hermana, ¿dónde quieres ser hallado cuando termine tu carrera? ¿En tus éxitos, tus bienes, tus títulos? ¿O en Cristo?

Estar en Cristo es vivir injertado en su vida. Es tener sus mismos sentimientos. Es vivir como Él, amar como Él, perdonar como Él. Es ser reflejo suyo en el mundo.

Estar en Cristo significa que tu identidad ya no se basa en lo que haces o tienes, sino en quién eres: Hijo, hija de Dios. No eres tu pasado. No eres tus caídas. No eres tus logros. Eres amado en Cristo.

Y eso nadie te lo puede quitar.

V. ¿Cómo se vive esto en lo concreto?

Vamos aterrizando. Porque esto no es teoría bonita. Es un camino de vida. ¿Qué implica, en lo cotidiano, vivir lo que Pablo vivió?

Haz silencio. Pregúntate: ¿Qué ocupa el centro de mi vida? ¿Qué cosas me quitan más tiempo y energía? Si no es Cristo, algo está desordenado.

Jesús lo dijo claro: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33). El problema es que nosotros buscamos primero la añadidura… y nos perdemos el Reino.

Muchos vivimos aferrados a cosas que nos dan seguridad pero no nos salvan: el dinero, la imagen, la aprobación, la rutina. Pablo dice: “Lo perdí todo… y lo considero basura”. ¿Te animás a soltar lo que te sobra para quedarte con lo que salva?

No vivas la fe como un examen. No se trata de merecer a Dios, sino de confiar en Él. “El justo vive por la fe” (Rm 1,17). No por la presión, ni la culpa. Por la fe. Por la certeza de que Dios te ama y te sostiene.

No te conformes con saber “cosas” de Jesús. Conócelo. Hablale. Escuchalo. Leé su Palabra. Adoralo en el Santísimo. Abrile el corazón. Pedile que se te revele. Nadie que haya conocido verdaderamente a Cristo se ha arrepentido.

Cada decisión puede acercarte o alejarte de Cristo. Cada elección, cada palabra, cada relación. Viví con esa meta: “Quiero ganar a Cristo”. No hay premio mayor. No hay vida más plena.

No puedo cerrar estas reflexiones sin recordar que Pablo no fue el único loco de amor por Cristo. Después de él, miles han vivido esta misma entrega: san Francisco que dejó todo por el pobre Cristo; santa Teresa de Ávila, que decía “solo Dios basta”; Charles de Foucauld, que quiso vivir oculto en Cristo; santa Teresa de Calcuta, que vio a Cristo en cada pobre.

¿Y vos? ¿Qué lugar ocupa Cristo en tu vida?

Querido hermano, querida hermana: este texto no es solo para Pablo. Es para vos. Para mí. Para todos los que alguna vez sentimos que la vida nos exige elegir lo que vale.

Y lo que vale… es Cristo.

Perder para ganar. Soltar para recibir. Vaciarse para llenarse. Morir al ego para vivir en Él.

Hoy Jesús te dice:

“¿Querés conocerme de verdad? ¿Querés ganar mi amor, mi vida, mi presencia?”

Entonces…

Soltá. Confiá. Seguí.

Oración final:

Señor Jesús,

hoy te miro como Pablo,

y reconozco que a veces me aferro a cosas que no me salvan.

Quiero conocerte con ese conocimiento que transforma el alma.

Quiero ganarte, Señor.

Quiero vivir no en mis méritos, sino en tu gracia.

Hazme entender que todo es pérdida

cuando no estás vos.

Y que todo se vuelve ganancia

cuando estás en el centro.

Amén.

ree

 
 
 

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