top of page

PADRE, HA LLEGADO LA HORA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 3 jun
  • 5 Min. de lectura

El capítulo 17 del Evangelio según san Juan nos adentra en una de las cumbres espirituales del Nuevo Testamento. Jesús, a punto de entregarse a la Pasión, ora al Padre con una intimidad que sobrecoge. Este momento no es un simple acto piadoso, sino una proclamación de unidad, una entrega total y una consagración de todos aquellos que le han sido dados.

Nos encontramos frente a la llamada “Oración Sacerdotal”, donde Jesús actúa como el gran intercesor, sacerdote eterno que ofrece no corderos ni holocaustos, sino su propia vida. El texto de Juan 17, 1-11a condensa el amor trinitario, la misión salvífica del Hijo y la identidad del cristiano. A continuación, recorremos paso a paso el texto, para luego reunir al final las enseñanzas esenciales.

“Padre, ha llegado la hora”

Esta frase resuena como el campanazo que da inicio al misterio pascual. Jesús no dice: “me ha llegado la desgracia”, ni “viene el castigo”, sino “ha llegado la hora”. La hora de la revelación plena. En la teología joánica, “la hora” es el momento de la glorificación de Dios en la cruz. Aquí, lo que para el mundo es fracaso, para Dios es revelación de su gloria.

¿Y nosotros? ¿Sabemos leer nuestras “horas” difíciles como momentos de gracia? Cada prueba puede ser una oportunidad para glorificar a Dios si la vivimos con fe.

“Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti”

Jesús pide ser glorificado, no para su beneficio, sino para devolverle al Padre esa gloria. Este dinamismo de amor y reciprocidad nos muestra que glorificar no es recibir honores, sino amar hasta el extremo. Jesús será glorificado cuando sea levantado en la cruz.

Esta es la gran paradoja del cristianismo: la cruz como trono, el sufrimiento como expresión suprema de amor, la entrega como victoria.

“Tú le diste poder sobre toda carne, para que dé vida eterna”

El poder del Hijo no es como el del mundo. No se impone por fuerza, sino que se manifiesta como capacidad de dar vida. Este versículo es profundamente eucarístico: Jesús tiene autoridad para dar lo que ningún otro puede: la vida eterna.

Y esta vida no es un futuro lejano: empieza aquí, cuando aceptamos vivir en comunión con Dios.

“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado”

Jesús redefine aquí la eternidad: no como longevidad, sino como relación. Conocer a Dios no es aprender datos teológicos, sino entrar en comunión profunda con Él. Esta “vida eterna” es una experiencia que transforma cada día.

¿Conozco a Dios, o solo sé cosas sobre Él? ¿Lo amo, o solo hablo de Él?

“Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste”

Jesús puede afirmar que ha cumplido su misión. Cada gesto suyo, cada palabra, cada silencio, fue para glorificar al Padre. No vivió a medias. No dejó la misión a medio camino.

Aquí hay un espejo: ¿Puedo decir yo lo mismo de mi vida, de mi vocación, de mi trabajo, de mi ser cristiano?

“Glorifícame ahora, Padre, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera”

Esta afirmación reafirma la preexistencia divina del Hijo. No se trata de un ser creado, sino del Hijo eterno que ahora regresa al seno del Padre tras cumplir su misión. La gloria que pide no es terrenal, sino la plenitud de su comunión divina.

Es un acto de regreso, de cumplimiento. Cristo no vuelve solo: quiere llevarnos con Él a esa gloria eterna.

“He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo”

Manifestar el nombre de Dios es hacer presente su ser. Jesús ha revelado el rostro del Padre, su misericordia, su justicia, su ternura. La verdadera catequesis es manifestar quién es Dios, no imponer doctrinas sino encarnar el amor.

Jesús ha hecho presente a Dios entre los hombres. Y ahora, nosotros, somos responsables de continuar esa revelación.

“Tuyos eran, tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra”

Los discípulos no son posesión de Jesús, sino don del Padre. Él los cuida como se cuida un tesoro. A pesar de sus errores y debilidades, Jesús ve lo esencial: han guardado su Palabra. No perfectos, pero fieles. No impecables, pero perseverantes.

Así nos mira Dios: no con lupa de juez, sino con los ojos del amor. Valora más nuestra fidelidad que nuestros resultados.

“Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti”

La conciencia de los discípulos ha crecido. Han descubierto que en Jesús no hay nada que no venga del Padre. Esto es la madurez espiritual: ver en Cristo el rostro mismo de Dios, entender que todo en Él es comunicación del Padre.

La fe cristiana no es adherirse a una doctrina, sino descubrir que Jesús es el camino al Padre.

“Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que me diste”

Esta es una de las frases más misteriosas. ¿No ama Jesús al mundo? Sí, pero aquí “mundo” se refiere al sistema que se opone a Dios, no a la humanidad. Jesús ora específicamente por los que han creído, por los que serán testigos, por los que continuarán la misión.

Su oración es eficaz. Intercede por nosotros. Su amor es concreto: tiene nombre, rostro, historia.

“Ya no estoy en el mundo; ellos están en el mundo, y yo voy a ti”

Jesús anuncia su partida, pero deja a sus discípulos en el mundo. No los saca, no los aísla. El cristiano no huye del mundo, sino que vive en él con una misión. Cristo regresa al Padre, pero no nos abandona. Nos deja su Espíritu.

Aquí nace la Iglesia: una comunidad dejada en el mundo, pero sostenida por la oración de Jesús y animada por su Espíritu.

Al meditar profundamente en Juan 17,1-11a, recogemos las siguientes enseñanzas clave:

-Cada momento difícil puede ser “la hora” de glorificar a Dios, si lo vivimos con fe, esperanza y amor.

-Glorificar a Dios no es buscar nuestra fama, sino vivir en total entrega y coherencia, como Jesús en la cruz.

-El poder de Jesús es dar vida eterna, y nosotros recibimos esa vida cuando entramos en comunión con Él.

-La vida eterna no es solo el cielo, sino conocer a Dios aquí y ahora en una relación viva y transformadora.

-Nuestra misión en la vida es glorificar a Dios con nuestras obras, cumpliendo fielmente lo que nos ha encomendado.

-Jesús es Dios eterno: existía antes de la creación y vuelve al Padre después de cumplir su misión. Nuestra fe se fundamenta en este misterio.

-Jesús reveló el nombre del Padre, y ahora nos toca a nosotros continuar mostrando el rostro de Dios al mundo.

-No se nos pide perfección, sino fidelidad: guardar su Palabra, perseverar en medio de las dificultades.

-La madurez espiritual consiste en reconocer que todo en Cristo viene del Padre y lleva hacia Él.

-Jesús intercede por cada uno de nosotros con amor personal y concreto. ¡No estamos solos!

-Aunque vivimos en el mundo, no somos del mundo: nuestra identidad está en Cristo, nuestra fuerza en su Espíritu, nuestra esperanza en su victoria.

Juan 17,1-11a no es solo una oración antigua, sino un mapa espiritual para todo creyente. En este texto Jesús nos revela el corazón del Evangelio: vivir en comunión con el Padre, cumplir la misión encomendada y permanecer fieles en el mundo sin perder nuestra identidad divina.

Que esta oración de Jesús sea también la nuestra: “Padre, glorifícate en mí, para que yo pueda glorificarte a ti”. Amén.

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page