¿NECESITA EL MUNDO A LA IGLESIA?
- estradasilvaj
- 29 abr
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La pregunta puede parecer provocadora o incluso redundante para quienes se mueven dentro de la vida eclesial. Pero fuera de ella, en el océano de culturas digitales, tensiones políticas, catástrofes ambientales y revoluciones tecnológicas, esta cuestión se torna más urgente que nunca: ¿Qué tipo de Iglesia necesita realmente el mundo de hoy? ¿Qué esperan los católicos —y no católicos— de ella? ¿Tiene aún algo que decir o se convirtió en eco de sí misma?
En este contexto, no hablamos de una Iglesia idealizada ni nostálgica, ni de una Iglesia “a la carta”. Hablamos de la Iglesia viva, real, a menudo herida, que peregrina en medio de la historia y que es llamada a leer los signos de los tiempos sin desfigurarse, sin rendirse ni encerrarse.
En palabras del Concilio Vaticano II, la Iglesia es “sacramento universal de salvación” (Lumen Gentium, 48). Esto no la convierte en un museo de reliquias, sino en una comunidad viva cuya misión es ser sal y luz en medio del mundo (cf. Mt 5,13-16).
Pero esta misión necesita ser leída a la luz de los tiempos que vivimos, porque como advirtió Jesús: “No se echa vino nuevo en odres viejos” (Mc 2,22). El Evangelio es siempre nuevo, pero la Iglesia —como odre humano e histórico— necesita renovarse continuamente para no romperse.
Esto no significa abandonar dogmas ni traicionar la Tradición, sino revitalizar la fe con la frescura del Espíritu, encarnándola en la historia. Como decía el cardenal Carlo Maria Martini: “Estamos atrasados doscientos años”.
Uno de los mayores desafíos para la Iglesia actual es pasar de una actitud monológica a una actitud dialógica. Esto no implica perder identidad, sino madurar en humildad. En un mundo saturado de discursos, la Iglesia que el mundo necesita es una Iglesia que sepa callar para escuchar.
+Escuchar al mundo no significa adaptarse a él sin más, sino discernir lo que hay de justo en sus clamores. Escuchar al sufrimiento, a la injusticia, a los pueblos silenciados.
+Escuchar a los jóvenes, incluso cuando se expresan con rebeldía.
+Escuchar a las mujeres dentro y fuera de la Iglesia, con toda su fuerza espiritual, intelectual y humana.
+Escuchar a los no creyentes, a los agnósticos, a los científicos, a los artistas, a los que dudan.
Todo esto implica dejar atrás una eclesiología centrada en el púlpito para abrazar una Iglesia de conversación, como Jesús con la samaritana (cf. Jn 4), con Nicodemo (cf. Jn 3), con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24). No impone, propone; no amuralla, acompaña.
El Papa Francisco insistió, desde su elección, en una Iglesia “pobre y para los pobres”. No se trata de un eslogan, sino de una clave evangélica esencial: Jesús mismo nació pobre, vivió pobre y murió desnudo en la cruz.
El mundo de hoy —con su obscena desigualdad económica— necesita una Iglesia que denuncie la injusticia con valentía profética, sin temer el conflicto con los poderes del mundo. Y también necesita que la Iglesia encarne la compasión no desde arriba, sino desde abajo:
-Estar del lado de los migrantes, de los desplazados, de los que viven bajo dictaduras o corrupción.
-Servir a quienes no tienen voz, ni salud, ni vivienda.
-Ser hospital de campaña —como dijo el Papa—, no palacio fortificado.
Una Iglesia que no se compromete con los pobres corre el riesgo de convertirse en “metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Cor 13,1).
La credibilidad de la Iglesia ha sido fuertemente golpeada por los escándalos de abusos sexuales y de poder. No se puede edificar el futuro ocultando las heridas del pasado. El mundo espera —con justicia— una Iglesia valiente para enfrentar sus pecados con humildad y decisión.
Eso implica:
+Reparar el daño causado.
+Escuchar a las víctimas con empatía, no con frialdad jurídica.
+Transformar las estructuras que permitieron el encubrimiento.
+Formar pastores con una espiritualidad de servicio, no de privilegio.
La Iglesia que necesita el mundo es aquella que no teme pedir perdón y que sabe sanar, porque ha sido sanada primero.
Vivimos en un mundo que cambia más rápido de lo que podemos asimilar. Inteligencia artificial, biotecnología, big data, realidad aumentada… Todo parece correr más deprisa que nuestra capacidad de discernimiento ético.
¿Qué papel debe jugar la Iglesia aquí?
-Ser una conciencia crítica frente al uso deshumanizante de la tecnología.
-Promover una sabiduría espiritual que ayude al ser humano a no perderse en la hiperconectividad.
-Ofrecer una antropología integral que recuerde que no somos solo datos ni máquinas, sino misterio encarnado.
Pero para dialogar con este mundo, la Iglesia también debe evangelizar los nuevos areópagos: las redes sociales, los medios digitales, la ciencia, el arte contemporáneo. Esto requiere una pastoral creativa, misionera, que se atreva a ser audaz sin ser superficial.
¿QUÉ ESPERAN LOS CATÓLICOS DE HOY?
No hay una única respuesta, pero pueden señalarse algunas líneas comunes:
+Coherencia: que los pastores vivan lo que predican.
+Participación: que se escuche al Pueblo de Dios, como insiste el Sínodo actual.
+Cercanía: que no haya clericalismo ni distancia elitista.
+Formación profunda: no basta la piedad; hace falta pensamiento teológico, bíblico y social.
+Testimonio de santidad real: no idealizada ni lejana, sino cotidiana, concreta.
Los católicos desean una Iglesia madre y maestra, pero también compañera de camino, especialmente en los momentos de duda, sufrimiento y búsqueda.
¿Y LOS NO CATÓLICOS?
Sorprendentemente, muchos no creyentes siguen teniendo altas expectativas respecto de la Iglesia. Esto dice mucho. Entre sus principales deseos:
-Que la Iglesia sea una voz ética sin moralismo.
-Que defienda la dignidad humana sin imponer dogmas.
-Que se comprometa con causas universales: justicia, paz, medio ambiente.
-Que colabore con otras religiones y convicciones en favor del bien común.
El ecumenismo y el diálogo interreligioso, por tanto, no son opcionales. Son expresión del amor de Cristo que trasciende fronteras.
La Iglesia que necesita el mundo no puede ser simplemente reactiva, es decir, limitarse a responder a lo que sucede. Está llamada a ser profética, es decir, anticiparse, leer en profundidad la historia, abrir caminos nuevos.
Esto implica:
No solo decir lo que está mal, sino mostrar alternativas vivibles.
-No solo resistir al mundo, sino transformarlo desde dentro.
-No solo criticar la cultura, sino evangelizarla con belleza, verdad y alegría.
-La profecía no consiste en gritar más fuerte, sino en vivir con más radicalidad el Evangelio.
Así, aquí te dejo algunas acciones concretas para ser puentes y no murallas:
El Espíritu Santo no nos inspira solo para pensar mejor, sino para vivir mejor el Evangelio. Lo reflexionado hasta aquí puede convertirse en camino, si bajamos del “techo teológico” al “suelo pastoral”.
1. PARA LAS COMUNIDADES PARROQUIALES Y DIOCESANAS
-Fomentar espacios de escucha activa y diálogo abierto
-Crear “foros de escucha” comunitaria, sin filtros clericales, donde se puedan compartir dudas, heridas, propuestas y búsquedas.
-Invitar a participar a personas alejadas de la fe o críticas de la Iglesia, como parte del ejercicio sinodal real.
-Revisar los estilos de liturgia y lenguaje.
-Evitar el formalismo o el ritualismo vacío. Hacer de la liturgia un espacio de comunión real con Dios y los hermanos.
-Usar un lenguaje más comprensible, sin sacrificar profundidad. Jesús usaba parábolas, no tecnicismos.
-Formar agentes de pastoral en clave integral.
No solo en catequesis o sacramentos, sino también en Doctrina Social de la Iglesia, ecología integral, salud mental, comunicación digital.
-Integrar saberes del mundo contemporáneo: psicología, sociología, ciencias políticas, filosofía actual.
-Crear equipos de servicio para necesidades urgentes.
-Redes de acompañamiento a migrantes, apoyo escolar a niños vulnerables, cuidado de ancianos solos, etc.
-Que cada parroquia tenga una “célula de caridad” visible y concreta.
-Impulsar proyectos ecológicos comunitarios.
Viveros parroquiales, campañas de reciclaje, catequesis ecológica basada en Laudato Si’, alianzas con grupos ambientalistas.
2. PARA SACERDOTES, RELIGIOSOS Y LÍDERES PASTORALES
-Ejercer el liderazgo como servicio y no como poder.
-Formar la autoridad desde el acompañamiento, no desde el control.
El buen pastor huele a oveja (Francisco dixit), no a despacho cerrado.
-Predicar desde la realidad concreta de la gente
-No tener miedo de hablar de temas incómodos: ansiedad, abuso, sexualidad, corrupción, pobreza, inteligencia artificial...
-Predicar con esperanza, no con condena.
-Ser transparentes y accesibles
-Usar medios digitales para llegar a más personas, pero con humanidad. No solo transmitir misa, sino comunicar vida.
-Rendir cuentas, ser coherentes, caminar junto al pueblo, no delante como jefes.
-Renovar la pastoral juvenil y vocacional
-Ir donde están los jóvenes: redes, cultura pop, universidades, periferias. No esperar que vengan.
-Plantear el seguimiento de Cristo como un proyecto apasionante de vida, no como una “carga pesada”.
3. PARA LOS LAICOS Y LAICAS
-Vivir la fe con creatividad en los espacios cotidianos.
El trabajo, la familia, la política, el arte… son lugares donde la fe se encarna.
-No reducir la fe a lo devocional; vivirla también en lo ético, lo social, lo cultural.
Formarse de manera continua.
-Participar en cursos, leer teología actual, conocer el Magisterio reciente, dialogar con otras visiones.
Una fe sin pensamiento corre el riesgo de ser frágil o fanática.
-Ser presencia cristiana transformadora.
No por imposición, sino por atracción: vivir con coherencia, con compasión, con alegría.
-Testimoniar que ser cristiano no es ser perfecto, sino ser tocado por la gracia.
-Participar activamente en la vida de la Iglesia
-Tomar parte en los consejos pastorales, en decisiones comunitarias, en espacios de sinodalidad real.
La Iglesia no es solo el clero: somos todos.
4. PARA TODOS: CREYENTES, SIMPATIZANTES Y BUSCADORES
-Caminar con otros, sin etiquetas
-Valorar el diálogo interreligioso y ecuménico como riqueza, no como amenaza.
-Aprender del otro. Como decía San Pablo: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes 5,21).
-Buscar a Dios en lo pequeño
En la sonrisa de un niño, en el dolor compartido, en la belleza de la naturaleza, en la ternura de un anciano.
La Iglesia que el mundo necesita empieza con gestos pequeños, cotidianos, invisibles.
-Creer que otro mundo (y otra Iglesia) son posibles
-No caer en el cinismo ni en el fatalismo.
Jesús dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Eso incluye también a su Iglesia.
Jesús dijo: “No tengan miedo, yo estoy con ustedes” (cf. Mt 28,20). Este es el secreto de toda reforma auténtica. El miedo paraliza, el Espíritu impulsa.
La Iglesia que el mundo de hoy necesita no será perfecta, pero debe ser profundamente evangélica. No será la más numerosa, pero debe ser la más luminosa. No será la más influyente políticamente, pero debe ser levadura en la masa (cf. Mt 13,33).
No necesitamos una Iglesia más moderna, sino más fiel. No una Iglesia más rica, sino más pobre y libre. No una Iglesia autorreferencial, sino abierta al Espíritu, al mundo y a los signos de los tiempos.
Decía el teólogo Joseph Ratzinger que el cristianismo no es una idea, sino un encuentro. El mundo no necesita una idea decorativa ni un sistema de normas rígidas, sino el encuentro con el Dios que ama, que perdona y que camina con nosotros.
Esa es la Iglesia que el mundo necesita: una Iglesia samaritana, peregrina, que escucha, que acompaña, que sirve, que se convierte, que se deja desinstalar por el Espíritu Santo.
No será una Iglesia cómoda. Será una Iglesia viva.
Y como decía San Romero de América: “Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando de los privilegios de la tierra, ¡cuidado! No es la verdadera Iglesia de Jesucristo.”




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