MÁS QUE UN SUEÑO
- estradasilvaj
- 29 nov 2022
- 2 Min. de lectura
Me he encontrado con un amigo en la calle. Un hombre sencillo, perteneciente a la Hermandad de la Sangre de Cristo. Con cierto disgusto me dijo lo mal que se siente el desempeñar su trabajo como miembro de la Hermandad debido a la persecución que sufre la gente y los sacerdotes.
Estuve siguiendo con atención su exposición y los innumerables gestos de incomodidad. Le animé contándole con todo respeto, no sé si llamarle sueño o visión, pues no estaba seguro de lo que había ocurrido.
Debajo de un árbol nos sentamos y le dije: Amigo mío. Quiero compartirle algo que me sucedió estando yo dormido.
Fue durante una Misa de domingo en la Catedral. Estaba llena a no más dar. Creo que presidía la Eucaristía el Obispo Báez. De pronto irrumpió un grupo de hombres armados a aquel lugar santo gritando improperios y palabras obscenas contra la Iglesia y el Obispo. La asamblea se quedó pasmada e indignada.
Un grupo de hombres y mujeres se pusieron al frente, rodeando el presbiterio, mientras otros protegían a los niños. Pero nadie huyó del lugar.
Y fue entonces, que estando yo cerca de la imagen del Arcángel Miguel, a la derecha del presbiterio sentimos que el Santo lugar retumbó como un estallido de volcán, y comenzó a emanar una luz muy brillante del aquel sitio. Nos asustamos, pasmódicos de semejante suceso.
Tras deslumbrante acontecimiento, vimos al Arcángel decir con voz poderosa: QUIS SECUT DEUS! "Hay alguien semejante a Dios?", sosteniendo en lo alto de su espada llamas de fuego y rayos.
Todos, todos caímos rostro en tierra. Y el Obispo con voz firme y valiente dijo: "NADIE, SÓLO DIOS". Aquellos hombres que habían llegado hostilmente, desaparecieron como la ceniza que se lleva el viento. Un silencio lleno la casa del Señor y un olor a incienso cubrió todos los rincones.
Terminó la celebración, el Obispo bendijo al pueblo, y éste lo abrazo y lo amó como a su Pastor más amado. De ahí, no sé qué ocurrió.
Ahora vivo cada día sabiendo que no hay nadie más grande que Dios, y que los enemigos del pueblo, se extinguirán tarde o temprano.
Me despedí del amigo apretando su mano, y siguió su camino mucho más tranquilo.

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