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LOS DESAFIOS DE LA EDUCACION LASALLISTA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 16 may
  • 5 Min. de lectura

La educación lasallista, inspirada en la vida y obra de San Juan Bautista de La Salle (1651–1719), ha sido durante más de tres siglos un faro de transformación social, especialmente entre los más pobres. Su visión radical –dar educación de calidad a quienes no la podían pagar, en comunidad y con una espiritualidad profunda– sigue siendo revolucionaria. Sin embargo, en este siglo XXI, los contextos sociales, culturales, económicos y tecnológicos han cambiado drásticamente. La educación lasallista no solo se enfrenta a nuevos desafíos, sino que está llamada a responder con audacia profética, sin traicionar su raíz evangélica.

Antes de analizar los desafíos actuales, es clave recordar los pilares del carisma lasallista. San Juan Bautista de La Salle no fundó simplemente escuelas: fundó una manera nueva de concebir la educación. Entre sus aportes revolucionarios:

+ Educación gratuita para los pobres, con métodos eficaces y sistematizados.

+ Formación de educadores laicos, comprometidos no solo con la enseñanza, sino con la transformación espiritual y social de los alumnos.

+ Enseñanza en comunidad, rompiendo con el individualismo pedagógico.

+ Educación integral, que combina saberes académicos, formación moral y vida espiritual.

+ Presencia activa del educador como "hermano", no como autoridad lejana.

Esta visión no es una fórmula congelada en el tiempo, sino un principio dinámico: educar para liberar, formar para servir, enseñar para transformar.

En el siglo XXI, pese a los avances tecnológicos y el discurso sobre el acceso universal a la educación, las brechas sociales no han desaparecido. En muchos lugares donde están presentes obras lasallistas (América Latina, África, Asia), millones de niños y jóvenes aún viven bajo condiciones de exclusión educativa:

-Falta de acceso a internet o tecnología.

-Escuelas inseguras o mal financiadas.

-Entornos familiares fragmentados.

-Violencia, pobreza estructural, migración forzada.

El reto no es solo estar presente en esos contextos, sino ofrecer una educación de excelencia, crítica y humanizante. El carisma exige ir más allá del “asistencialismo” y formar sujetos capaces de cambiar sus contextos. La educación lasallista debe ser un “acto de justicia” en sí mismo.

Vivimos en un mundo hiperconectado, donde los jóvenes están inmersos en tecnologías digitales que moldean su pensamiento, relaciones y deseos. Este nuevo entorno ha generado una nueva antropología: el ser humano digital es más impaciente, más emocional, más visual, menos lineal en su pensamiento, más expuesto a la manipulación informativa.

¿Cómo educar hoy en la era digital sin caer en el consumismo tecnológico, pero tampoco en el anacronismo pedagógico? ¿Cómo utilizar la tecnología para fortalecer procesos críticos, comunitarios y espirituales?

La pedagogía lasallista debe integrarse en los lenguajes digitales sin renunciar a su espíritu humanista. Esto implica:

-Uso creativo y formativo de las TIC.

-Fomentar el pensamiento crítico frente a la infoxicación.

-Acompañamiento personalizado en la era de la soledad digital.

Muchos jóvenes hoy viven en contextos secularizados, donde Dios, la fe o el sentido trascendente han sido desplazados del horizonte vital. Esto no significa necesariamente ateísmo, sino indiferencia espiritual, pérdida del asombro, desinterés por el otro y por lo eterno.

Esto ha traído consecuencias profundas: crisis de identidad, vacío existencial, superficialidad en los vínculos, fragilidad emocional.

La educación lasallista no es neutra: es evangelizadora, aunque respete la pluralidad. Debe volver a ser un espacio donde se despierte el hambre de Dios, el deseo de interioridad, el servicio al prójimo.

Hoy más que nunca se necesitan educadores que no solo enseñen, sino que den testimonio de una vida plena, profundamente humana y abierta a lo trascendente.

El número de Hermanos de las Escuelas Cristianas ha disminuido en muchos países. Esto ha obligado a confiar la obra educativa principalmente a laicos. Aunque esta “laicalización” es positiva, también ha traído tensiones: falta de formación carismática, debilitamiento del espíritu de comunidad, reducción de la identidad lasallista a una “marca” más que a una misión.

El carisma no muere si hay quienes lo encarnan con pasión. El futuro de la educación lasallista depende de la formación integral de educadores laicos, que se sientan parte de una comunidad misionera y no simples empleados. Esto implica procesos serios de:

-Formación espiritual y pedagógica.

-Identidad vocacional.

-Comunidad fraterna.

-Liderazgo comprometido.

En algunos contextos, las escuelas lasallistas corren el riesgo de volverse “burbujas elitistas”, despegadas del dolor social. Si bien ofrecen buena educación, pueden inadvertidamente reforzar las desigualdades, si no educan con una conciencia crítica del entorno.

La Salle no fundó escuelas para formar élites, sino líderes servidores. La misión hoy es formar ciudadanos comprometidos con la justicia, la paz, el cuidado del medioambiente, la equidad de género y los derechos humanos. Esto exige:

-Currículos integrados con la realidad social.

-Proyectos solidarios de aprendizaje-servicio.

-Alianzas con movimientos sociales y comunidades excluidas.

El mundo globalizado ha puesto a convivir en las mismas aulas a personas de distintas culturas, religiones, ideologías. Esto, aunque enriquecedor, también genera conflictos, tensiones identitarias, o la tentación del sincretismo o del relativismo extremo.

El modelo lasallista debe ofrecer una pedagogía del diálogo profundo, que sepa conjugar identidad cristiana con respeto plural. Esto no es un equilibrio políticamente correcto, sino una opción teológica y educativa:

-Firmeza en la identidad lasallista.

-Escucha y diálogo con otras culturas y credos.

-Formación en ciudadanía global, con raíz local y fe activa.

En muchas escuelas, los docentes viven sobrecargados, mal remunerados, poco reconocidos. Esto mina su entusiasmo y creatividad. Si a esto se suma la pérdida del sentido vocacional, la tarea educativa puede volverse una rutina árida.

El educador lasallista necesita espacios de renovación, acompañamiento y comunidad. Debe sentirse parte de una misión común, no solo un ejecutor de planes. Es urgente:

-Cuidar la salud emocional y espiritual del educador.

-Fomentar la fraternidad docente.

-Revalorizar el rol del maestro como agente de esperanza.

Algunas recomendaciones:

1. Recuperar el sentido vocacional de la misión educativa

No basta con transmitir conocimientos. El educador lasallista debe ser un testigo. Urge reavivar el fuego interior, el llamado a “tocar corazones” (como decía La Salle). Para ello:

Ofrecer retiros, jornadas y acompañamiento espiritual.

Reconectar con la fuente carismática: los escritos del Fundador, la Regla, la historia viva de la congregación.

2. Priorizar a los pobres con decisión y creatividad

Releer la opción preferencial por los pobres desde nuevos contextos: los migrantes, los niños en ambientes digitales tóxicos, los excluidos urbanos. No se trata solo de “becar”, sino de transformar estructuras que perpetúan la exclusión.

3. Formar educadores laicos como líderes carismáticos

Ofrecer itinerarios de formación continua, no solo en lo técnico, sino en espiritualidad, identidad lasallista y pedagogía crítica. El futuro depende de la pasión y formación de estos nuevos “hermanos sin hábito”.

4. Integrar fe, cultura y vida en los contenidos curriculares

Actualizar los currículos para que incluyan pensamiento social cristiano, ecología integral, ética del cuidado, antropología cristiana y habilidades para el discernimiento crítico.

5. Apostar por la comunidad educativa como sujeto evangelizador

Revalorar la comunidad de educadores, estudiantes, familias y exalumnos como sujeto colectivo que vive, celebra y transmite el carisma. Esto incluye:

-Espacios de oración y celebración conjunta.

-Participación activa en la vida de la obra.

-Co-responsabilidad en la misión.

6. Fomentar una cultura del discernimiento y la innovación

La fidelidad carismática no implica repetir modelos, sino discernir qué pide Dios hoy. Esto exige estructuras de gobierno flexibles, apertura a nuevas pedagogías, evaluación constante de la misión y escucha a los signos de los tiempos.

La educación lasallista está llamada a ser luz en las periferias, puente entre culturas, respuesta a la injusticia, y camino hacia Dios. Los desafíos del siglo XXI no deben paralizar su misión, sino animarla a una fidelidad creativa. Como dijo La Salle: “Dios, que ha comenzado esta obra en ustedes, la continuará si permanecen fieles a ella”.

Hoy más que nunca, el mundo necesita educadores lasallistas valientes, apasionados, sabios y profundamente humanos. Que no eduquen solo para el éxito, sino para el servicio. Que no formen solo profesionales, sino personas capaces de amar y transformar. Que no repitan fórmulas, sino encarnen el Evangelio en la historia.

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