LLÉVAME DONDE JESÚS

Ocurrió después que invité a un pequeño niño a hacer juntos una visita al Santísimo Sacramento en mi parroquia. Aproveché para bautizarlo y estuvimos un rato juntos de rodilla frente al Sagrario.

Para el niño fue una experiencia maravillosa y para mí, un gran gozo.

El encuentro personal con Jesús es extraordinario para quien sabe que va a dialogar con un amigo, a quien le confías tu vida y quizás, las peores cosas que te han ocurrido.

Pues ese día, como de costumbre ya no fue el mismo. Había despertado en un pequeño niño a un Dios que sabe amar a sus hijos.

Cada vez que se acerca el día jueves, el querido niño me dice: "Papá, llévame donde Jesús". Yo sin titubear le respondo: "Sí hijo, iremos a visitarlo mañana".

Tenemos una enorme responsabilidad ante Dios de conducir a sus hijos, al encuentro con Él. Si cada papá y mamá fueran honestos con Dios y coherentes con la fe que dicen profesar, sus hijos no perderían tantas bendiciones y la gracia santificante. No somos quien para negar al hijo el conocimiento y amor de Dios.

Nunca negaré a Dios en el corazón y mente de un niño, adolescente y jóvenes. Es mi deber llevarlo a su encuentro, hablar de su Palabra a sus oídos y mostrar cómo vivir una vida según Jesucristo.

Todo cristiano es un misionero. Dejamos la tarea de anunciar el Evangelio a los sacerdotes o predicadores. No es así. Por el hecho de estar bautizado y confirmado eres testigo y mensajero de Cristo. En cualquier lugar donde vivas o trabajes.

"Llévame donde Jesús". Es una invitación que viene bien ahora que iniciamos Cuaresma. Es sólo un trayecto temporal hacia un encuentro con Cristo Resucitado, hecho Pascua.

Un trayecto que es un proceso permanente de conversión, de mejoramiento o perfeccionamiento con austeridad, desprendido de garfios, emblemas, máscaras y malas actitudes que le sirven a una sociedad vacía de Dios, esclava del pecado.

"Llévame donde Jesús", es el tiempo predilecto que este pequeño ángel me ha enseñado a vivir como el deseo poderoso de aspirar al Cielo, en la intimidad con Dios, pues mi alma seguirá inquieta hasta no descansar en Él por siempre.