LAS SANDALIAS DEL GALILEO
- estradasilvaj
- 4 feb 2023
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Incansable misionero. Desde pequeño se ocupaba de "los asuntos de su Padre", recuerdo que así respondió a sus padres cuando lo creían perdido en Jerusalem.
Jesús convirtió su vida en una misión, en cumplir la voluntad del Padre. Y marcaba huellas por los caminos que recorría. Desprendido de todo.
El cristiano es también un misionero, y si no lo es, no es cristiano. Lo recuerdo bien cuando les dijo a unos pescadores: "Ven, sígueme". Y a otros que le preguntaron que adonde moraba, le respondió: "Ven, y lo verás". Muchos le seguían. No sé por cuanto tiempo.
A medida que fueron escuchándole y viendo sus obras, iban comprendiendo. Unos fueron elegidos y otros llamados. No todos aguantaron el paso de sus sandalias.
Tan exigente era el segumiento, que una vez les dijo: "Quien abandona su cruz, no es digno de mí". No es fácil seguir a Jesús. Aún así, Él se mostraba abierto y muy sincero todo el tiempo. Sabía lo que sentías y pensabas.
Dijo una vez: "Venid a mí los que están cansados y agobiados". Y les daba consuelo, incluso eran tantos que dio de comer a miles. Fue una tarde maravillosa, porque sus palabras tenían vida. Nada parecido a los falsos profetas y políticos de todos los tiempos.
Y comprendo ahora, que su Reino no es de este mundo. Y lo que Dios Padre quiere: que todos sus hijos se salven, que regresen a su verdadera Casa.
Hoy sabemos más de Jesús y comprendemos su misión. Pero aunque somos llamados a seguirle, pocos son los elegidos. Pocos, lo siguen.
Por qué no somos capaces de seguir el paso de las sandalias del Galileo? Por qué abandonamos nuestra fe? Acaso no nos consideramos dignos?
Una vez le escuché decir: "Venid benditos de mi Padre.... A vosotros os tengo reservadas unas moradas".
Entonces, qué es lo más importante en esta vida? Y recuerdo sus parábolas e historias. Y respondo diciendo:
Tú, Señor. Déjame al menos limpiar tus sandalias y refrescar tus pies. Seguirte quiero, y sobre tus huellas posar las mías, que el camino espera y la vida es corta. Amarte quiero, despojado y con el corazón abierto, sembrando tu semilla, entre tiempos y destiempos, tomando de las manos a quienes ciegos y sordos van huyendo de sus ruidos.
Y al ocaso del día, comer y beber contigo pan y vino, porque sediento estoy de ti, y mi alma espera el refrigerio de la jornada.
Tú, Señor. Por toda la eternidad.

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