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LAS HUELLAS DEL MISIONERO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 11 oct 2022
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 12 oct 2022

Cuando joven, en la etapa de formación religiosa tuve mi primera experiencia misionera en las montañas de Joyabaj, en el Quiché (Guatemala). Tiempos difíciles atravesaba el país, tiempos de grandes pruebas se acercaban a la Iglesia.

El misionero no tiene fronteras, incluso, ni casa. Sus pies siempre está en camino. Cuando pienso en ellos -misioneros-, la imagen que viene a mi mente es la de Jesús caminando por los senderos polvorientos, bajo el sol o bajo la nieve, bajo la lluvia o de los fuertes vientos de la Galilea. Siempre en camino. Abriendo senderos con su Palabra y la fuerza de su corazón.

Hoy vemos a muchos que van de casa en casa, se hacen llamar Testigos de Jehová; otros, Mormones: otros, evangélicos o cristianos; o simplemente, misioneros de Cristo con un crucifijo en el pecho. Este último soy yo.

La misión es una vocación que nace con el bautismo y es potenciada por la confirmación en el Señor.

Los misioneros que llegaron a América tenían un gran espíritu y una fuerza interior que les empujaba más allá de las enfermedades, martirios, persecuciones y montañas donde nadie quizás habitaba. Más allá de sus propios miedos. Hubo sí misioneros que perdieron la perspectiva y su compromiso con el Evangelio. Pero, hubo muchas más, hombres que sembraron amor y un mundo nuevo donde la Cruz del Señor cambió la vida de muchos que vivían de manera diferente.

¿Qué significa ser misionero de Cristo en un mundo como el que vivimos? Tres dimensiones que creo son importantes.

1. Dimensión salvadora.

La labor misionera más allá de sus propias tierras, en lugares adversos e inhóspitos implica una radicalidad en el modo de vida. Un desprendimiento total, una inseguridad total, un abandono a Dios completo, sin pliegues.

Por el solo hecho de su testimonio de entrega total a Dios en el servicio al prójimo, inmerso en una cultura y lengua totalmente distintas, es ya un mensaje poderoso de que Dios ama con cada palabra y acción que el misionero ejerce en su ministerio.

Su radicalidad y su entrega completa, es como un manto que abraza a todos y les toma de la mano hacia un encuentro con un Dios que salva.

Salva todo la entidad humana. No es una colonización bajo la sombra de la Cruz como tal vez ocurrió hace más de 500 años. No es arrancarles el corazón, ni sedar sus mentes, ni mucho menos mostrar un dilema entre el cielo y la tierra, entre el bien y el mal, entre el Cielo o el Infierno.

Para que la labor del misionero sea salvífica debe estar sumergida en la oración y en el sacrificio.

La ejemplaridad es un gran signo de conversión, porque nadie va a seguir o creer en el que anuncia, si no ve hechos honestos en la vida de quien predica

El anuncio debe ser fiel al Evangelio y debe enraizarse en lo profundo del corazón con la reflexión comunitaria y la práctica diaria de los sacramentos.

Una misión debe salvar la totalidad del ser humano. Es conducirlo de la mano hacia la cumbre por donde él mismo ha caminado hacia el encuentro personal con Dios mismo.

Una misión que no salva, no redime. Porque sólo Cristo es capaz de salvarnos por la fe.

2. Dimensión profética.

La voz del misionero no es su propia voz, ni la de sus pensamientos ni sentimientos. Es la voz que surge del interior donde la Palabra viva, el Evangelio, se ha convertido en fuente de vida y de fe.

Un misionero no se anuncia a si mismo. No anuncia la publicidad de un mundo materializado, atormentado por sus sueños belicosos y ambiciosos. El misionero es una voz en el desierto.

Una voz que trae un mensaje potente, que cambia las piezas de lugar, que rompe los esquemas y te va arrastrando hacia las profundidades donde sólo la fe es posible.

El misionero es un profeta, debería ser un profeta. En mundo lleno de ídolos y de un apego a la ilegalidad, su voz resquebraja y rompe con esos eufemismos.

La dimensión profética es el anuncio del Reino de Dios. Un reino completamente divorciado de los que estamos acostumbrados a aplaudir y festejar todavía. El Reino de Dios es de radicales valores.

Vivimos tiempos en que la religión es manipulada vulgarmente por líderes religiosos y políticos. Bajo las líneas de la Palabra esconden las mentiras y medias verdades que nublan las mentes y corazones de muchos hombres y mujeres de toda clase. Vemos como grandes poblaciones veneran a un mortal por el miedo o el interés de sobrevivir. Ya no existen causas heroicas, ni héroes verdaderos.

El profetismo del Evangelio implica un cambio de orden en la vida, una radical opción por Cristo.

Pero, aquellos que no conocen a Cristo o ignoran la verdad de Cristo, ¿acaso serán salvos?

El papel del misionero es mostrar el verdadero rostro de Cristo a todos, pues cada uno deberá tomar la decisión de seguirle o no. En este seguimiento, Cristo abre sus brazos a quienes confían en Él, en la Palabra que el Padre Celestial ha depositado en su Hijo, pues el Hijo y el Padre son uno, y nadie va al Padre sino por el Hijo.

El misionero se convierte entonces, en esa voz que cala en las arenas del desierto o en las rocas de las cimas para que brote la inauguración de un nuevo Reino para todos.

3. Dimensión escatológica.

Pero, el anuncio y la vida evangélica según Cristo, no se detiene en este tiempo y espacio. Está hecha para otra dimensión más allá de nuestras realidades terrenales. Dice san Pablo que nuestro vivir es un vivir para Dios. Casi siempre nos quedamos en el ahora, cuando en realidad hemos venido al mundo como pasajeros que viajan hacia una realidad todavía más maravillosa y plena de la que ahora suponemos.

El Cristianismo, no anuncia una realidad inexistente y vacía. No es una realidad platónica donde vemos sombras.

El misionero tiene una labor culminante cuando los que han acogido en sus vidas a Jesucristo, se van preparando para una vida mejor, más allá de la muerte. La muerte es tan sólo una puerta que tenemos que cruzar inexorablemente todos de manera diferente, sin saber cuándo y cómo.

La escatología cristiana no es una suspensión anímica en el tiempo y el espacio, ni un viaje en el tiempo a través de un ombligo sideral, o salto a otra dimensión extrasensorial. No lo es. Tampoco la llegada de un apocalíptico final entre batallas, terrores, catástrofes o arrebatos inexplicables. No nos preguntemos cómo será, sino, qué será.

Acaso será el encuentro final o el principio de algo diferente. ¡Quién lo sabe!

Estoy casi seguro que esta vida es un ropaje de una vida todavía más maravillosa y plena si amamos con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas y nuestra mente a Dios.

Esta es la certeza del misionero, que cada creyente haga de Cristo el camino, la verdad y la vida. El camino hacia el Padre, la verdad de un Dios que ama y una vida, que no acaba.


Ahora, sobre mis hombros llevo el destino de muchos por un camino entre abrojos y flores. Llano y a veces pedregoso o lleno de fango, bajo el sol y la lluvia, el peligro y la oscuridad. Pero, el Buen Pastor va conmigo y tan solo repito incansablemente: "aunque camine por cañadas oscuras, tu vara y tu cayado me sostiene... todos los días de mi vida".

Bro George

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