LA VOZ DE LA VERDAD
- estradasilvaj
- 29 abr
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En el evangelio de Juan, capítulo 5, versículos 31 al 47, Jesús se presenta como la luz que testifica de sí mismo y cuyo testimonio es validado por el Padre. En estas líneas encontramos una profunda llamada a la fe auténtica y a la apertura del corazón para reconocer la verdad divina. En esta reflexión, exploraremos cómo este pasaje ilumina nuestra vida cotidiana y nos interpela en nuestro camino de fe.
"Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido; hay otro que da testimonio de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero" (Juan 5, 31-32). Con estas palabras, Jesús subraya la importancia de un testimonio respaldado por una fuente confiable. En la tradición judía, un testimonio debía tener al menos dos testigos para ser creíble (Deuteronomio 19,15). Jesús no solo cumple con este principio, sino que eleva el sentido de su misión al afirmar que es el Padre quien da testimonio de Él.
En nuestra vida, muchas veces buscamos validación en opiniones humanas o en estándares externos que fluctúan con el tiempo. Sin embargo, el verdadero testimonio que da sentido a nuestra existencia es el que proviene de Dios. Solo en Él encontramos la luz que da significado y propósito a nuestro caminar.
Jesús menciona a Juan el Bautista como un testigo veraz: "Él era la lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozaros por un tiempo de su luz" (Juan 5, 35). Juan fue enviado como precursor, señalando a Cristo como el Cordero de Dios (Juan 1, 29). Sin embargo, Jesús aclara que su autoridad no depende del testimonio humano, sino de algo mayor: las obras que el Padre le ha encomendado.
Este mensaje nos desafía a ser también lámparas que arden y alumbran en medio de un mundo muchas veces indiferente a la verdad. Nuestra fe no puede basarse solo en momentos emocionales o en experiencias pasajeras, sino en el encuentro profundo con Cristo, quien da luz perenne a nuestra existencia.
Jesús declara: "Las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado" (Juan 5, 36). No se trata solo de palabras, sino de obras concretas que reflejan la acción de Dios en el mundo.
En nuestra vida cristiana, las palabras son importantes, pero son nuestras acciones las que realmente demuestran nuestra fe. Santiago nos recuerda que "la fe sin obras está muerta" (Santiago 2, 26). La coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos es el testimonio más elocuente que podemos dar al mundo.
Jesús confronta a sus oyentes con una verdad dolorosa: "No queréis venir a mí para tener vida" (Juan 5, 40). Aquí vemos la tragedia de un corazón endurecido, que se resiste a recibir la vida que Cristo ofrece.
Este pasaje nos invita a examinar nuestra disposición a acoger la verdad. ¿Estamos abiertos a la voz de Dios o nos aferramos a nuestras propias seguridades? La humildad es clave para reconocer nuestra necesidad de Dios y permitir que su gracia transforme nuestra vida.
"Yo no recibo gloria de los hombres; pero os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros" (Juan 5, 41-42). Jesús denuncia la búsqueda de reconocimiento humano en lugar del amor auténtico a Dios.
En un mundo donde el éxito se mide en aplausos y aprobación social, este mensaje es una llamada radical a la autenticidad. Nuestra meta no debe ser la aprobación externa, sino vivir de manera que glorifiquemos a Dios con nuestra vida.
Finalmente, Jesús hace referencia a Moisés: "Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió acerca de mí" (Juan 5, 46). Moisés, la gran figura del Antiguo Testamento, ya había señalado a Cristo de manera profética. Sin embargo, los corazones de muchos permanecían cerrados.
Esta es una advertencia para no caer en una religiosidad vacía que se aferra a la letra sin captar el espíritu. La Escritura no es un fin en sí mismo, sino un camino hacia el encuentro con Cristo.
Este pasaje de Juan nos desafía a preguntarnos: ¿estamos abiertos al testimonio de Cristo en nuestra vida? ¿Buscamos la verdad en Dios o en las aprobaciones humanas? ¿Nuestra fe se refleja en nuestras acciones?
Jesús sigue llamándonos a reconocer su voz, a vivir en la luz y a dar testimonio de la verdad con nuestra vida. Que nuestra respuesta sea la de un corazón que, como Juan el Bautista, arde y alumbra, guiando a otros hacia el encuentro con el Salvador.




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