LA ULTIMA CENA DE MANOLO
- estradasilvaj
- 3 jun
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Sucedió en un barrio casi olvidado. Las calles todavía de tierra, casi sin agua potable. Un lugar bastante abandonado, que de día la gente iba y venía, no sabemos si para buscar trabajo o si para pedir algo de comer.
Fui invitado por una señora amiga a visitar aquel lugar.
En una casa en condiciones de pobreza notables, vivía entre nietos y biznietos, un señor cerca de los noventa años de vida. Su nombre: Manuel, conocido como Manolo.
Lo encontré en una tijera, una cama bastante incómoda. Pero, él ´prefería dormir en ella que en una cama de colchón. Aquellos calores del mediodía y de la tarde, lo hundía en un degaste y desasosiego.
A primera vista, lo vi bastante mal de salud con mucho achaques y mal alimentado. Muy casando.
Después de conversar con los familiares ese día y de saludarlo brevemente, regresé tres días después con unos alimentos básicos para él. Esa vez, tuve la oportunidad de conversar un poco más con él. Se confesó católico y que llevaba mucho tiempo de no practicar por su misma condición.
Algunos familiares asistían a la parroquia que les quedaba algo distante, otros de confesión evangélica, también asistían a sus cultos. En general, veía que tanto los católicos y evangélicos oraban sinceramente por don Manolo. Todos humildes trabajadores, particularmente las mujeres: sus hijas ya mayores y nietas.
Los pequeños biznietos, se acercaban con cariño a saludarlo. Tan solo para acompañarlo.
Un tarde que lo visité, me dijo que quería comulgar.
Hablé con un amigo sacerdote, no podía ir a confesarle. En entonces, le dije: "Escucharé su clamor en el nombre del Jesús, que sienta la misericordia de Dios y que es amado. No dejaré que esta oveja que busca el auxilio, caiga en el desaliento y abandono".
Agregué además: " Le llevaré la comunión, si no ve inconveniente, pues soy Ministro de la Comunión, si no tiene objeción alguna". El sacerdote, lo vio bien.
Hablé con los familiares y le expresé la voluntad de don Manolo.
Todos viéndose el rostro, asintieron que estaba bien respetar su deseo. Al pasar un breve tiempo, nos preparamos para ese día que Manolito había esperado.
Era una tarde entre nubes de amenaza de lluvia, pero no lo fue.
Hacía un calor intenso.
Don Manolo me esperaba, le escuché no sé por cuanto tiempo.
No quería cansarlo, pero él quería decir todo lo que llevaba dentro como aprisionado. Tomó un refresco y algo caldo de pollo con pan, tras de insistirle que comiera un poco más.
Dejamos que descansará una hora, y ya casi siendo las seis de la tarde, me llamó.
Estuvimos conversando muy brevemente, pero lo percibí mucho más tranquilo. Entonces, hablamos de la misericordia de Dios y de su Hijo, Jesús como pan de vida. Recorriendo aquellos detalles tan hermosos de los Evangelios.
Con la Biblia en la mano, nos escuchaban chicos y grandes.
Y llegó el momento: la Comunión. Después de leer pasajes de los Evangelios y de orar todos juntos como familia, aquel lugar se llenó de una paz y serenidad, jamás sentida.
Me arrodillé, saqué del resguardo de la Hostia Sagrada y le dije:
"Este es el Cuerpo de Cristo".
Respondió entre balbuceos: "Amén".
Tomé sus hombros como cargándolo, y aceptó al Señor en su vida.
Fueron momentos muy emocionantes, porque los familiares empezaron a llorar. Seguro que de inmensa alegría. Nuestros corazones estaban llenos de emociones tan inexpresables.
Los niños reían y comenzaron a cantar salmos. Todo se convirtió en una fiesta familiar.
Dando gracias, alabando a Dios. Todo fue maravilloso.
No era la primera vez que me ocurría. Pero, esta vez, aquella familia fortaleció su fe y su unión. Era hermoso ver a los hermanos, abrazarse y de expresar su amor al padre y abuelo.
Esa noche fue la última. Fue la última cena para Manolo.
Se durmió sereno.
Es noche, había comulgado con el Señor, Pan de Vida Eterna.
Descanse en paz, Manolo.
Oramos por ti y por tu familia.




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