top of page

LA TERNURA INVENCIBLE

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 10 may
  • 6 Min. de lectura

Evangelio según San Juan 10, 27-30:

«Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno».

Hay palabras que no se olvidan. Voces que no se pierden en la memoria, sino que resuenan en lo más hondo como si hubieran sido pronunciadas dentro del alma misma. La voz de una madre llamando por nuestro nombre. La voz de alguien que nos dijo “te amo” cuando más necesitábamos ser amados. La voz que, aun en el silencio, nos sigue hablando.

Así es la voz de Jesús en este pasaje. No es un grito de mando, ni un discurso de poder, sino un susurro firme que sabe llegar a donde las palabras humanas no alcanzan: “Mis ovejas escuchan mi voz”.

No dice: “Las ovejas escuchan cualquier voz”, sino mi voz. Porque en un mundo lleno de ruidos, interferencias, opiniones, dogmas, modas y algoritmos, solo hay una voz que no miente, no manipula y no olvida: la del Pastor que dio la vida por sus ovejas.

Y eso ya es revolucionario.

Cristo no habla desde un trono lejano, ni como un funcionario divino que observa desde arriba. Él conoce a sus ovejas. Y no usa el verbo conocer como sinónimo de “saber datos sobre”, sino en su sentido más bíblico, más visceral y personal: “Yo las conozco”. Las ha mirado llorar. Las ha visto cansadas. Sabe cómo late su corazón en medio de la noche, cuándo flaquea su fe y cuándo danzan de alegría.

En este conocer no hay frialdad de archivo, sino calor de encuentro.

El seguimiento cristiano, entonces, no comienza por un acto de obediencia impersonal, sino por un acto de confianza: “Y ellas me siguen”. No por miedo, no por interés, no por imposición. Lo siguen porque saben que esa voz no lleva a la trampa ni a la oscuridad. Esa voz las ha llamado por su nombre. Y cuando alguien te llama así, descubres quién eres en realidad.

«Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás».

Aquí el lenguaje se vuelve desbordante. Jesús no ofrece una vida mejor, o más feliz, sino eterna. No como recompensa, sino como regalo.

Y esto rompe nuestras lógicas humanas, siempre condicionadas por la utilidad y el mérito. En un mundo que te mide por tus logros, Cristo da sin exigir currículum. No da eternidad al “mejor creyente”, sino al que lo escucha, lo sigue y se deja amar.

Y no basta con decir que no perecerán algún día, sino que jamás serán arrebatadas. Jesús habla con una certeza que espanta el miedo: “Nadie las arrebatará de mi mano”.

Es una imagen que acaricia: la oveja en la mano del Pastor, sostenida con ternura y firmeza. El peligro existe, el lobo ronda, la oscuridad amenaza, pero la mano permanece. Y lo más impresionante es que no es solo la mano del Hijo, sino también la del Padre.

Jesús subraya algo que no debe pasar desapercibido: “Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre”.

Aquí el lenguaje se vuelve casi sacramental: doble seguridad, doble ternura. Las ovejas están en la mano del Hijo, y simultáneamente en la mano del Padre. No hay fractura entre ambos. No hay competencia de autoridad.

Y por si quedaba alguna duda, Jesús la disipa con una frase que ha hecho temblar concilios y corazones durante siglos: “El Padre y yo somos uno”.

No un juego de palabras, no una metáfora simbólica, sino una declaración de comunión esencial. En esta afirmación resuena todo el misterio de la Trinidad. Y, más aún, resuena una promesa: quien entra en la comunión con Cristo entra en la comunión con el Padre.

Aquí ya no hay distancia entre cielo y tierra, entre criatura y Creador. En el seguimiento al Buen Pastor, somos introducidos al corazón mismo de Dios.

En la era del ruido digital, de las opiniones rápidas y de los “influencers” de la fe, estas palabras de Jesús suenan como una campana en la niebla. ¿Qué voz guía nuestras decisiones? ¿A qué voz prestamos el oído del alma?

Muchos escuchan la voz del miedo. Otros, la voz del éxito, del ego, del dinero. Algunos, la voz del rencor o la del cinismo. Pero esas voces no conocen. No salvan. No prometen vida.

Solo una voz llama sin aplastar, guía sin engañar y ama sin condiciones: la de Cristo.

La escucha cristiana, entonces, no es pasiva. Es una actitud activa de discernimiento, de limpieza interior, de silencio buscado. Porque para oír su voz hay que estar dispuestos a apagar otras.

Y aquí hay una verdad incómoda pero necesaria: si no escuchamos la voz de Cristo, inevitablemente escucharemos otra. Nadie vive sin guías. Solo elige quién los ocupa.

Es fácil romantizar la figura del Buen Pastor: un Jesús dulce, que acaricia ovejas como en las postales religiosas. Pero el verdadero Pastor de Juan 10 no es un esteta bucólico. Es el Cordero que se deja inmolar por las ovejas.

Cristo no habla como quien administra un rebaño, sino como quien ha entregado su vida por él.

«Yo doy mi vida por mis ovejas», dice en los versículos previos (Juan 10, 11). Y eso cambia todo.

En el fondo, Jesús no es un pastor que grita desde lejos, sino uno que se ha metido en el barro, ha sangrado, ha cargado sobre sí la culpa de todos y ha muerto para que vivamos.

Por eso su voz tiene autoridad. Porque no es la voz de un teórico, sino la voz de un crucificado que resucitó.

No nos guía desde un manual, sino desde su costado herido.

“Nadie las arrebatará de mi mano.”

Detengámonos aquí. Es una declaración de guerra contra la desesperanza.

Esas manos que han sanado, partido el pan, lavado pies y sido clavadas en la cruz... esas manos sostienen ahora a las ovejas.

El verbo “arrebatar” implica violencia, intento de ruptura. Jesús lo menciona no para generar miedo, sino para dar seguridad: aunque lo intenten, no podrán.

Esto no significa que el cristiano no sufrirá. Sino que, incluso en el dolor, estará sostenido.

Hay lágrimas, sí. Hay pruebas. Hay desiertos y noches. Pero no hay abandono. Nunca.

Y eso basta para seguir caminando.

La Escritura es coherente. En otra escena, Jesús nos dirá que si una sola oveja se pierde, él deja las 99 para ir por ella (cf. Lucas 15, 4-7).

Esto quiere decir que su amor no es estadístico ni administrativo. Es personal. Es loco, si se quiere. ¿Qué pastor arriesga a 99 por una?

El que conoce cada oveja por su nombre. El que no descansa hasta hallar a la que ha huido.

Y cuando la encuentra, no le reclama. La carga en sus hombros, la lleva a casa y hace fiesta.

Así es el corazón del Buen Pastor. Así es el corazón de Dios.

De este hermoso pasaje podemos aprender lo siguiente:

1. Escuchar es un acto espiritual.

En un mundo donde todos quieren hablar, quien aprende a escuchar la voz de Cristo está haciendo un acto de resistencia y de sabiduría. No se trata solo de “leer la Biblia”, sino de dejarse leer por ella, en el silencio orante.

2. La fe es relación, no ideología.

Jesús no busca adeptos, sino ovejas que escuchen, sigan y se dejen conocer. Nuestra fe no es principalmente un sistema de ideas, sino una historia de amor entre Dios y su pueblo.

3. La seguridad no está en no caer, sino en no ser arrebatados.

El cristiano no está exento de caídas, pero sí está sostenido por una promesa: nadie nos arrebatará de la mano del Buen Pastor.

4. La eternidad comienza ahora.

Cuando Jesús dice “les doy vida eterna”, no habla solo del más allá, sino de una vida que ya ahora tiene sabor a plenitud, a eternidad encarnada, a esperanza activa.

5. La comunión con Cristo es comunión con el Padre.

No seguimos a un gurú aislado, sino al Hijo que es uno con el Padre. En Jesús se nos abre la Trinidad como un hogar.

Cristo sigue hablando. No grita. No se impone. No compra publicidad en redes. Su voz es como el viento que acaricia al que sabe estar atento.

Escucharle hoy es más urgente que nunca. Porque el mundo necesita pastores, sí, pero sobre todo ovejas que no se avergüencen de pertenecer al Pastor.

Que esta palabra evangélica no sea solo un texto leído, sino un eco en el alma.

Porque en medio de todas las voces que nos agobian, solo una sabe quiénes somos, a dónde vamos y qué vale realmente la pena:

“Mis ovejas escuchan mi voz… y no perecerán jamás”.

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page