LA SÚPLICA
- estradasilvaj
- 23 oct 2022
- 2 Min. de lectura
Casi todos las días suplico al Señor y a varias personas a quien me atrevo tocar la puerta de su corazón.
He rendido mi soberbia y pena. He cargado con el peso de mis lamentos y la tristeza de los abandonados.
Las noches fatigadas, se alargan bajo la sombra de la cruz, con las manos apretando las cuentas del rosario... como quien se aferra a una rama seca para nos caer al risco.
Los pesares en las calles son los males que se fraguan en los hogares donde las parejas se golpean y gritan, donde las palabras son llama ardiendo y navaja afilada.
Por qué tanta división entre todos? Por qué el corazón se cansa de amar y odia y descarna lo bueno?
Nadie quiere escuchar, nadie quiere colocar sus manos al alcance de aquel que rueda como un tronco hueco y viejo por las laderas de un país devastado y sin sueños.
Allí me encuentro casi solo. Durmiendo casi en el abandono, soñando por otros, pidiendo por los tristes, orando por casi todos.
Viendo como pasa la muerte cargando las vidas de buenos y malos; las lágrimas mudas y los corazones rotos como vasijas cuyo vino se ha vuelto vinagre.
Mi súplica no está vacía y mustia, como las hojas de veranos y otoños. Mi súplica grita como quien alza su voz donde la pena y el dolor se irán como voces en el acantilado.
Te llamo Señor día y noche. No me porfío de mis obras, me confío a tu promesa.
Escúcha mi súplica Señor, que mis manos están vacías. Atiende a mi clamor que rápido escapan nombres y rostros por el cansancio que llevo conmigo.
En esta hora donde el silencio me acompaña, ven a mi lado y aconséjame.
Ven conmigo que mis fuerzas me abandonan, y el sueño llega durmiendo mis pensamientos y abrazando mis sentidos.
No dejes, oh Dios que mi alma duerma, que esperando está con la vela encendida.




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