LA SONRISA

Nos falta sonreír más y cargamos un rostro triste y angustiado, apesarado como si la vida es una desgracia. Todos pasamos por dificultades y pruebas, pero no estamos hechos para vencernos fácilmente.

Ya la tarde había caído y llegando a casa algo cansado, después de estar con algunas familias que se encuentran en problemas muy duros, me senté a descargar los hombros por unos minutos.

En eso, un niño se acercó y me dijo: "Tengo hambre".

-¿No has cenado? Ven, entra y cenemos juntos.

Encendí la cocina y puse en a calentar arroz y frijoles. Le dije al pequeño: "Ponte cómodo y cuéntame cómo te fue en la escuela".

El niño me respondió que su maestra estaba enferma y tenía varios días de no ir a la escuela.

Tomé un plato y le serví: arroz, frijoles, un poco de pollo que había guardado y un vaso de té. El niño comía con gran gusto.

Mientras lo acompañaba en la cena, recordaba a muchos niños que como él también tenían hambre.

Y pensaba porqué no nos damos cuenta de esta realidad. Hacer el bien está a nuestro alcance y no hace falta dudar en brindar ayuda a tantos necesitados. Es mejor vivir muy cómodos, mantener nuestra conciencia insensible, ciega.

Cada noche hago un recuento de los rostros y circunstancias con las que me encontré. De personas que me escriben y me piden que ore por ellas o por algún familiar.

Estoy muy agradecido de amigos y personas que siempre me apoyan cuando recurro a ellas. Yo estoy seguro que Dios que "ve en lo secreto, lo recompensará". Un pequeño apoyo puede transformar una vida.

Ayer una señora me regaló algunos cereales, azúcar, arroz y un poco de leche. Eso bastó para que pudieran desayunar... Dios es maravilloso.

Casi terminando la cena, le pregunté al niño acerca de sus sueños. El brillo de sus ojos encendió en mi corazón una luz muy grande. ¡Qué sagrados son los sueños de los niños!

Al salir el sol de nuevo, ofreceré esos sueños al Señor y le pediré humildemente sea una voz de aliento y esperanza, una sonrisa llena de fe y amor.