LA PAZ EN TIEMPOS DE TENSIÓN
- estradasilvaj
- 9 may
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En medio del libro de los Hechos, como un oasis inesperado, encontramos un versículo que brilla con particular belleza:
“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo, vivía en el temor del Señor, y con la asistencia del Espíritu Santo, crecía en número.” (Hechos 9,31)
Este momento de paz llega tras la conversión de Saulo, perseguidor implacable de los cristianos. Pero la paz que Lucas describe no es ausencia de conflicto, sino presencia de Dios. Es la paz que no depende de las circunstancias, sino del Espíritu que guía a la comunidad, la edifica y la multiplica.
La Iglesia se fortalece no cuando deja de sufrir, sino cuando, aun en el sufrimiento, permanece unida, llena de fe y movida por el Espíritu. Aquí no hay triunfalismo, sino crecimiento silencioso, profundo y verdadero. Como las raíces de un árbol que, sin hacer ruido, sostienen una vida que no se ve, pero que es esencial.
La segunda parte del pasaje nos lleva a dos historias donde la fe toca la carne, donde la esperanza se mete en las casas, y donde la vida vuelve a lugares donde ya todo parecía perdido.
Pedro, caminando y visitando a los hermanos, llega a Lida. Allí encuentra a Eneas, postrado en cama desde hace ocho años. No hay largas oraciones ni discursos: sólo una declaración sencilla y poderosa:
“Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla tu cama.” (Hech 9,34)
Eneas se levanta. Punto. No hay efectos especiales, solo obediencia. Y con eso, toda la región se sacude espiritualmente: muchos se convierten al Señor. La curación de un hombre se convierte en señal para una multitud.
Aquí hay una verdad ineludible: el cristianismo no es un conjunto de ideas bonitas, sino una fuerza que levanta personas. Pedro no ofrece consuelo sin acción, ni promesas vacías. Pronuncia el nombre de Jesús con autoridad y da una orden: levántate. Porque el Evangelio es eso: una llamada a ponerse de pie, a no seguir viviendo en la inmovilidad del miedo o del dolor.
La escena en Jafa es aún más conmovedora. Tabita, también llamada Dorcas, ha muerto. Era una mujer reconocida por su generosidad. Su muerte deja un vacío tan hondo que los cristianos, desconsolados, envían por Pedro. Cuando él llega, lo reciben las viudas, llorando, mostrándole las prendas que Tabita tejía para los pobres.
Pedro sube, ora, y luego dice:
“Tabita, levántate.” Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. (Hech 9,40)
Aquí no solo vuelve una persona a la vida. Vuelve también la esperanza. Tabita era el alma silenciosa de esa comunidad. Al devolverle la vida, Pedro devuelve también el tejido social de una Iglesia que había aprendido a amar a través de sus manos.
El texto concluye diciendo que “esto se supo en todo Jafa y muchos creyeron en el Señor”. Porque cuando el amor se hace milagro, no hay testimonio más elocuente.
Este pasaje está lleno de dinamismo, y nos lanza preguntas poderosas para nuestro presente.
1. ¿Qué significa realmente que la Iglesia crezca?
La Iglesia “crecía con la asistencia del Espíritu Santo” (Hech 9,31). Esto no se refiere solo a número, sino a profundidad. Crecer no es llenar templos, sino formar discípulos. Es ver comunidades que, como Tabita, viven en caridad activa. O como Pedro, se ponen en camino para levantar al caído.
Una Iglesia viva no teme salir. No se queda esperando a que los problemas lleguen al despacho parroquial. Va donde hay dolor, como Pedro fue a Lida y a Jafa. Camina. Se involucra. Y cuando llega, no lleva sus soluciones, sino la presencia de Jesús.
2. Eneas: ¿Qué camas tenemos que dejar atrás?
Eneas llevaba ocho años acostado. Ya se había resignado a su parálisis. ¿Cuántas veces nosotros también nos acostumbramos a nuestras postraciones? Puede ser el miedo, la mediocridad, la culpa, la rutina sin sentido…
Pero el Evangelio no nos permite quedarnos ahí. Cristo siempre dice: levántate. Y lo hace a través de otros. A veces, necesitamos que alguien nos lo recuerde con autoridad. Que nos diga: “¡Jesucristo te sana! Sal de esa parálisis emocional, espiritual o existencial.”
La orden de “arregla tu cama” implica asumir la responsabilidad de vivir. Ya no eres víctima. Tienes que cuidar de ti, ponerte en marcha, tomar las riendas.
3. Tabita: una vida sencilla que hizo historia
El milagro en Jafa nos confronta con una verdad revolucionaria: las pequeñas obras de amor tienen valor eterno. Tabita no era predicadora, ni mártir, ni profeta. Era una costurera con corazón generoso. Pero cuando murió, toda la comunidad se sintió huérfana. Y Dios la resucitó.
No subestimemos el poder de lo ordinario hecho con amor. Hay mujeres y hombres en nuestras comunidades que, como Tabita, dan sin esperar aplausos. La Iglesia vive gracias a ellos. A veces pensamos que para cambiar el mundo hay que ser famoso, tener títulos, hablar bonito. Pero Tabita cambió Jafa con hilo, aguja y compasión.
Lo que une todo este pasaje no es Pedro, ni siquiera los milagros. Es el Espíritu Santo. Él guía a Pedro. Él fortalece a la comunidad. Él hace que la Iglesia crezca.
Una Iglesia sin Espíritu es como un cuerpo sin aliento: rígido, frío, decorativo, pero sin vida. Por eso Lucas insiste en que el crecimiento no se debe a estrategias humanas, sino a la asistencia divina.
La gran tentación de la Iglesia de hoy —y de cualquier época— es sustituir al Espíritu por métodos, por estructuras, por formalismos. Pero el poder para levantar a Eneas, o resucitar a Tabita, viene solo de Dios.
De este inspirador pasaje de los Hechos podemos entresacar algunas enseñanzas prácticas:
1. Busca la paz verdadera.
No la paz artificial del conformismo, sino la que viene del Espíritu. Examina si tu vida, tu familia o tu comunidad está habitada por esa paz.
1. Cultiva el temor del Señor: una actitud de reverencia, humildad y escucha sincera.
Levanta a los Eneas que encuentres.
3. ¿A quién conoces que esté postrado emocional o espiritualmente? Llámalo. Visítalo. Ora con él.
Usa las palabras de Pedro con fe: “Jesucristo te sana.” A veces una frase así basta para encender la esperanza.
Sé como Tabita: sirve en lo sencillo.
4. No esperes aplausos. Haz del amor tu hábito. Cose vínculos. Regala tiempo. Alimenta al que necesita, no solo de pan, sino de compañía.
Recuerda: Dios resucita obras de amor. Nada se pierde.
5. Ora con poder y humildad.
Antes de levantar a Tabita, Pedro se arrodilla y ora. No confía en sí mismo, sino en Dios.
Haz de la oración tu fuente. Sin ella, todo lo demás es activismo vacío.
6. Déjate guiar por el Espíritu.
Pregúntate cada día: “Espíritu Santo, ¿dónde me necesitas hoy?” Estar disponible es el principio de toda misión.
No planifiques tanto tu vida que le quites espacio a la sorpresa de Dios.
Hechos 9,31-42 no es solo una historia antigua. Es una llamada urgente y actual. Nos dice que la Iglesia verdadera no se encierra ni se adormece. Camina, sana, sirve, ora, se deja guiar. Y sobre todo: resucita.
Una Iglesia viva levanta a los postrados, consuela a las viudas, honra a los servidores anónimos y se deja conducir por el Espíritu.
Tú, cristiano de hoy, estás llamado a lo mismo. Tal vez no resucitarás muertos. Pero puedes resucitar corazones. Puedes levantar a quienes han caído. Puedes ser, con tus manos y tu palabra, una Tabita para los pobres, un Pedro para los enfermos, un testigo para el mundo.
Y cuando lo hagas, otros creerán. Porque verán que Cristo sigue vivo… en ti.




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