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LA ORACIÓN INSENSATA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 13 jun 2022
  • 4 Min. de lectura

He salido de casa y como de costumbre he pasado por varios templos cristianos y católicos en el camino, después de misa.

Por cierto, me siento inconforme con esta diferenciación de "cristiano y católico". Porque a veces me doy cuenta que ni uno ni el otro lo son en realidad. Y les voy explicar por qué.

La mayoría de los creyentes no sabemos orar. La oración en común es muy poderosa y la echamos a perder. Nos reunimos en un lugar muy bonito, leemos trozos o pasajes bellos del Libro Sagrado y viene luego un gran discurso del predicador. Hay además otros ritos que acompañan aquella ceremonia. Al final, todo pareciera que lo sucedido queda en bonitas palabras y gestos amigables que saliendo del sitio se olvidan pronto.

Precisamente el Evangelio (Lucas 11:1-13) que relata el hecho de cómo Jesús enseña a sus discípulos cómo orar. Pero no sólo eso, el texto bíblico añade una parábola y como corolario nos insiste que no dejemos de pedir, de buscar... de llamar. Porque Dios no es sordo, ni un tonto.

Quiero compartir tres reflexiones al respecto. Y mis dispensas por el tono, por lo franco que quiero ser.

Me llamó la atención las muchas confusiones y mentiras que se dicen desde la Palabra Sagrada. He escuchado blasfemar e incluso conducir el pensamiento de los oyentes hacia una torre de Babel. Cuidado! Dios no quiere un culto falso, idolátrico y tenebroso.

Me fastidia escuchar un sermón fuera del contexto de los letras bíblicas anunciadas, del mensaje que el mismo Jesús nos está diciendo. Soy de los que se levantan y regresa cuando haya concluido la homilía. Menos todavía asistir a esos cultos llenos de gritos, exasperación y altisonantes cantos.

Siempre recuerdo al profeta Elías cuando allá en la cueva hambriento, huyendo de la muerte de sus enemigos esperaba la llegada del Señor Dios (Yahvé). No estuvo en el viento huracanado, ni en terremoto, ni en el rayo, sino en el suave silencio de la brisa. (1Reyes 19:13-15)

Definitivamente, nuestro manera de celebrar, alabar y orar deben cambiar. Cambiar a algo más simple, menos lleno de tantas palabras y gestos demasiados rigurosos y atosigados de lemas. Aquello llega a convertirse en una concentración de campaña política.

Cuando me reúno con las personas de mi comunidad, así me conduzco:

1. Salgo al encuentro de ellas. Quizás antes haya visitado algunas de sus casas. Pero no las espero en el templo, capilla o sitio acordado.

2. Les pregunto sobre ellos y su familia, sobre su comunidad. En especial, de que aquellos que la están pasando mal.

3. Dejo a los laicos que se encarguen de iniciar y dirigir la ceremonia o la reunión. Cuando se me pide que hable u opine, hablo sin mucho vuelta. Con la Biblia en la mano y sin antes haber orado en lo privado y pedido al Padre las luces para que sean sus palabras y no las mías.

Si tengo que brindar una charla sobre determinado tema, lo preparo por escrito y estoy atento, anotando las preguntas de la comunidad.

4. Lucho para que no sean limoneros, insensatos en la oración, en su vida cristiana y en las discusiones sobre asuntos para el beneficio de todos. A Dios le agrada que sus hijos sean dignos, no unos sometidos o borregos.

Si vamos a requerir ayuda para una necesidad o proyecto, se lo pedimos primero con toda fe y confianza a Dios Padre y a Jesús, nuestro hermano. Si es una situación muy complicada, solicitamos al Padre que nos envíe al Espíritu Santo y buscamos ayuda profesional. Lo hacemos juntos y cada uno en su familia. Todos los días. Hasta lograrlo.

Después, acudimos a nuestros benefactores y amigos, que no son muchos. Lo hacemos porque también son hermanos nuestros y su solidaridad, generosidad y amor lo necesitamos.

A veces nos pasa lo del amigo inoportuno que nos cuenta el evangelista Lucas en la narración citada arriba. Hay quienes no nos abren la puerta, otros que responden de inmediato y algunos que nos dejan esperando. Pero compredemos bien. Y nunca dejamos de orar por ellos y sus familias.

Porque sabemos que si pedimos, se nos dará con amor y cariño; si golpeamos la puerta del corazón humano, hallaremos respuesta siempre y si llamamos, algún día nos responderán.

Somos afortunados, porque nuestra oración es escuchada y la respuesta siempre llega en el momento oportuno.

5. Agradecidos siempre. Primero con el Padre Dios y luego con los que son parte y nos ayudan. Bien sabemos también el tiempo y sacrificio que cada uno de nuestros amigos y benefactores invierten. Lo respetamos y recordamos, no como un limosnero que recibe lo que sobra, sino como aquel leproso curado, aquella viuda que dio lo que solo tenía en el bolso, como aquel amigo que nos abrió la puerta y nos dio los panes, para que no le siguiéramos molestando...

Las palabras en la oración son hermosas y escuchadas si confiamos en la misericordia y bondad del Padre y de su Hijo.

No olvidamos de orar a la María, la madre de Jesús. Lo hacemos porque ella también sabe de nuestras necesidades y confiamos en su maternidad.

No hay oración más insensata que aquella que se dice de labios para afuera, vacía, mentirosa, desconfiada y sin amor.

Por eso, cada vez que estoy solo, es cuando más me callo para escuchar la voz del Padre Dios.

Ahora sabes porqué te pido tu ayuda, tu colaboración. Porque te llevo y llevamos en nuestro corazón lleno de gratitud.

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