LA NOCHE DEL SILENCIO

"Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos."

He venido caminado por las calles muy solitarias de Managua. Igual de vacías como hace dos años atrás. Entristecidas, casi moribundas.

Venía con mi crucifijo en el pecho y el rosario en mis manos. Sin miedo. Sin temor a nada. Pues nadie yacía al acecho.

Meditabundo y triste porque los templos solos y cerrados. Dije entonces: "Dios está aquí más que nunca".

Y caminé más de lo acostumbrado hasta que el sol se hacía noche, y la noche vieja, y el ruido silencio.

Miraba al Hombre en la Cruz, colgado, exánime. Las risas se acabaron, los llantos también, se hizo el silencio, y éste llenó el vacío.

No había quien estuviera con Él, todos en sus casas, ocupados, refugiados, ensimismados.

La tierra caliente estaba y la sombra se adueñó de la ciudad, y la ciudad se olvidó del Nazareno que pendía de lo alto del Gólgota entre ladrones. Solo, únicamente su madre, Juan y unas mujeres lloraban su muerte.

Adónde huirá mi alma, triste y sola, Amado Señor?

Cómo sabré que esta noche no será la última, y no despierte para verte de nuevo?

Oh, Señor, enjuga mis lágrimas, que de pecado están mi carne y huesos envueltos. Lávame, arranca de mi corazón la maldad que recubre mi piel.

Descubre mis ojos de la ceguera y borra en mi mente toda iniquidad.

Pues, sólo Tú, Señor mío, no pasarás desapercibido ante mi muerte.

En esta noche, el silencio llena los espacios más lejanos. Y la sombra de tu Cruz nos sumerge en la fosa.

Qué será del mañana, dónde irá mi alma si contigo va? Llévame, buen Jesús, amordazado, envuelto en sábanas perfumadas para que contigo vuelva mañana.