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LA MISERICORDIA DIVINA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 4 Min. de lectura

"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo:

—Paz a ustedes." (Juan 20,19)

Es domingo por la tarde, el mismo día en que María Magdalena ha anunciado: “He visto al Señor” (Juan 20,18). Y, sin embargo, los discípulos siguen encerrados, paralizados por el miedo.

-El miedo siempre cierra puertas:

-Miedo a lo que vendrá.

-Miedo a ser perseguidos.

-Miedo a creer demasiado y volver a ser heridos.

Así es el alma humana: como casa de ventanas atrancadas, donde la oscuridad se vuelve cómoda. Sin embargo, la Misericordia de Dios no respeta candados.

Porque cuando el corazón está prisionero, el Resucitado no se queda golpeando educadamente; se planta en medio.

¡Así de urgente es su amor!

Jesús no reprocha, no reclama, no pregunta “¿Por qué dudaron?”, “¿Por qué me abandonaron?”. Lo primero que ofrece es el don de la paz:

"Paz a ustedes" (Juan 20,19).

Esta paz (shalom en hebreo) no es sólo la ausencia de conflicto, sino la plenitud de bendiciones, el estado de comunión con Dios, el regreso a la armonía original perdida en el Edén.

San Agustín explica:

"La paz es la tranquilidad del orden; el orden en el que el hombre se somete a Dios." (De Civitate Dei, XIX,13)

Jesús no ofrece una paz de anestesia, sino una paz de resurrección: esa que es compatible con las heridas, pero no con el miedo.

Jesús no oculta sus llagas. Al contrario:

"Les mostró las manos y el costado." (Juan 20,20)

Las marcas de la Pasión no desaparecen con la Resurrección; son transformadas en signos de gloria.

El Papa Francisco ha dicho:

"Jesús resucitado lleva las heridas. No son cicatrices borradas, sino heridas glorificadas. Él lleva sus llagas para siempre; son el testimonio de su amor extremo."

(Homilía, Domingo de la Misericordia, 2016)

En esas heridas los discípulos no ven sólo dolor: ven victoria.

Porque el amor de Cristo es un amor que sufre y vence.

Después de dar la paz, Jesús no permite que los discípulos se queden en un "estado zen" de bienestar. ¡Los lanza al mundo!

"Como el Padre me envió, así también los envío yo." (Juan 20,21)

Así es siempre la lógica de Dios:

-Primero consuela.

-Luego envía.

No somos discípulos para vivir en burbujas espirituales, sino para ser apóstoles en medio de un mundo herido.

Y para capacitar esta misión, Jesús sopla sobre ellos:

"Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengan, les serán retenidos." (Juan 20,22-23)

Aquí Jesús inaugura el Sacramento de la Reconciliación, fuente privilegiada de su Misericordia.

El Catecismo enseña:

"Cristo instituyó el sacramento de la penitencia para que los bautizados que hubieran caído después del bautismo pudieran ser reconciliados."

(Catecismo de la Iglesia Católica, 1446)

En este gesto, el perdón no es un invento humano: es un torrente que brota del Corazón traspasado de Cristo.

Pobre Tomás, qué injusto es su apodo de "el incrédulo".

Porque Tomás no pide algo fuera de lugar: pide ver lo que los demás ya vieron.

Dice:

"Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el agujero de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré." (Juan 20,25)

¡Qué humana es su reacción! ¡Qué cercana a nosotros, que queremos pruebas, signos, seguridades táctiles!

La duda de Tomás no es arrogancia: es hambre de verdad.

Y Jesús, en su Misericordia infinita, no se escandaliza de su escepticismo.

Al contrario: ocho días después, se presenta de nuevo, solo para él.

Jesús no se impone a Tomás como un general a su soldado; se ofrece como víctima traspasada:

"Trae aquí tu dedo... trae tu mano... no seas incrédulo, sino creyente." (Juan 20,27)

No hay reproche.

Sólo una oferta de amor herido que invita a confiar.

Y entonces, Tomás pronuncia una de las confesiones de fe más sublimes de todo el Evangelio:

"¡Señor mío y Dios mío!" (Juan 20,28)

En esta breve exclamación, Tomás reconoce la humanidad y la divinidad de Cristo.

Ya no necesita meter el dedo en la herida.

Ha sido tocado por el amor.

Jesús entonces pronuncia una bienaventuranza que nos alcanza a ti y a mí:

"Dichosos los que crean sin haber visto." (Juan 20,29)

Nuestra fe no se basa en evidencias empíricas, sino en el testimonio de los apóstoles y en la acción silenciosa del Espíritu Santo en el alma.

El Concilio Vaticano II enseña:

"La fe es antes que nada una adhesión personal del hombre a Dios; implica creer en Dios, en su amor y en su misericordia."

(Dei Verbum, 5)

No hemos visto a Jesús resucitado con los ojos de la carne. Pero podemos verlo con los ojos del corazón.

Y en cada Eucaristía, Él se presenta de nuevo, traspasando nuestras puertas cerradas, diciendo:

“Paz a ustedes.”

¿Cómo podemos vivir las luces de la Divina Misericordia?

1. Abre tus puertas al Resucitado

No importa cuántos cerrojos hayas puesto: tu tristeza, tu pasado, tus miedos. Cristo no se asusta. Déjalo entrar. No disimules tus heridas; Él viene precisamente por ellas.

2. Deja que la Paz de Cristo desplace tu miedo

Haz un ejercicio diario: cuando sientas ansiedad, cierra los ojos y repite:

“Señor Jesús, Resucitado, dame tu paz.”

Su paz no elimina las tormentas, pero sí transforma el corazón que las atraviesa.

3. Reconoce sus heridas en tu vida

No busques a Dios sólo en momentos de éxito.

Mira tus llagas: en ellas Cristo está obrando su redención silenciosa.

4. Sé testigo de la Misericordia

Hoy más que nunca, el mundo necesita ver discípulos que no condenan, sino que perdonan y levantan.

Sé manos heridas de Cristo en tu familia, tu trabajo, tu comunidad.

5. Abraza la fe aunque no “sientas”

Habrá días oscuros, de ausencia de consuelos. No te asustes.

La fe es un acto de amor, no una emoción pasajera.

6. Recibe el Sacramento de la Reconciliación

Confesarse es entrar en la sala donde Jesús dice: "Paz a ti."

No postergues esa cita divina. La Misericordia está esperándote.

"Jesús, en ti confío."

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