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LA LÓGICA DEL AMOR DIVINO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 4 Min. de lectura

"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. [...] Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla que llevaba ceñida. [...] Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis." (Juan 13, 1-15)

Hay momentos en el Evangelio que, sin discursos extensos ni milagros espectaculares, nos permiten ver el corazón mismo de Dios. Uno de esos momentos es, sin duda, el lavatorio de los pies. Juan, el evangelista contemplativo, omite la institución de la Eucaristía en la Última Cena y, en su lugar, nos muestra este gesto silencioso y escandaloso de servicio.

Este texto, que abre la llamada "Pasión según San Juan", tiene una profundidad simbólica y espiritual que lo convierte en uno de los relatos más ricos para la meditación cristiana. Aquí se nos revela la verdadera realeza del Mesías: no una que exige tronos, sino una que se arrodilla ante el polvo del camino y lava, con manos divinas, los pies de criaturas humanas.

El versículo de apertura establece el tono: "sabiendo Jesús que había llegado su hora". En el Evangelio de Juan, la "hora" es siempre el momento culminante del plan salvífico: la cruz gloriosa, el paso definitivo. La Pascua ya no es solo la liberación de Egipto: es el paso de Jesús al Padre, llevándose consigo a la humanidad redimida.

En ese marco, el amor "hasta el extremo" (eis telos, εἰς τέλος) no indica simplemente una cantidad, sino una cualidad absoluta: un amor llevado a su cumplimiento, hasta las últimas consecuencias.

El acto de lavar los pies no era tarea para maestros ni señores, sino para esclavos. Según la Mishná (Ketubot 96a), incluso los siervos judíos estaban exentos de tal humillación. Sin embargo, Jesús —el Kyrios, el Señor— se ciñe la toalla.

Este gesto desconcierta a Pedro, quien protesta: "Tú no me lavarás los pies jamás" (Jn 13,8). Su reacción es comprensible: el Mesías, arrodillado. Pero Jesús le responde: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo". La comunión con Cristo no se da desde el orgullo, sino desde la acogida humilde de su servicio redentor.

Más allá del gesto literal, Juan apunta a una limpieza espiritual. Jesús dice: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio" (v. 10). Esto puede interpretarse como el lavacro bautismal que purifica, mientras que el lavado de pies representa la purificación diaria que todos necesitamos en el caminar de la vida.

San Agustín lo explica así: "Aunque todo el cuerpo del cristiano ha sido lavado en el bautismo, los pies, es decir, el caminar cotidiano en el mundo, necesitan ser limpiados por el amor y la humildad" (In Joh. Evang. tract. 55).

Jesús concluye el acto con una exhortación clara: "Os he dado ejemplo" (v. 15). Aquí, la palabra griega hypodeigma (ὑπόδειγμα) no significa solo modelo, sino una forma de conducta para imitar.

Este ejemplo no es opcional. Jesús invierte la lógica del poder: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies... también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (vv. 13-14).

Este episodio es la proclamación silenciosa de una nueva teología: el amor se concreta en el servicio. Aquí se cumple lo dicho en Marcos 10,45: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida".

El gesto anticipa la cruz, donde el mismo cuerpo que se agacha para lavar será colgado para salvar. Y anticipa la Eucaristía, donde el mismo que sirve a la mesa se da como alimento. Servir y amar se convierten así en sinónimos teológicos.

Los Padres de la Iglesia interpretaron este pasaje con profunda reverencia:

- San Ambrosio: "El que lava los pies a su hermano, lava también sus pecados".

- San Gregorio Magno: "Jesús lavó los pies a sus discípulos para enseñar a los perfectos el arte de la humildad".

Y en la liturgia del Jueves Santo, este gesto es perpetuado como un recordatorio viviente de que ningún cristiano puede llamarse tal si no se arrodilla ante el otro con amor.

¿Qué nos enseña este pasaje?

1. Humildad activa: No basta con evitar el orgullo; hay que buscar activamente ocasiones de servicio humilde. Lavar los pies no es un gesto simbólico, sino una actitud interior.

2. Acoger el amor de Dios: Como Pedro, a veces queremos ser autosuficientes. Pero el primer paso de la fe es dejarse amar, dejarse lavar.

3. Limpieza espiritual continua: El lavatorio nos recuerda que, aunque bautizados, necesitamos conversión cotidiana. El examen de conciencia, la confesión y la caridad purifican el alma.

4. Transformar el poder en servicio: En un mundo que exalta el dominio, Jesús nos llama a liderar sirviendo. En casa, en el trabajo, en la Iglesia: quien más alto está, más debe agacharse.

5. Servir sin esperar recompensa: Jesús no puso condiciones. Lavó los pies incluso a Judas. El amor cristiano no selecciona ni calcula.

El lavatorio de los pies no es un bello recuerdo, sino una revolución silenciosa. Jesús cambió el mundo sin espada, solo con una jofaina, una toalla y un corazón dispuesto a amar hasta el extremo.

En cada gesto de servicio humilde, el mundo vuelve a mirar a ese Maestro que se arrodilló. Y cada vez que tú lavas los pies —literal o simbólicamente— el Evangelio vuelve a escribirse en la tierra.

Porque amar es inclinarse. Y en ese abajamiento, está la grandeza de Dios.

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