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LA FUMATA BLANCA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 6 may
  • 6 Min. de lectura

Hay momentos en la historia de la Iglesia que, sin necesidad de palabras, logran hablar con una elocuencia que conmueve al alma. Uno de esos instantes ocurre en lo alto de la Capilla Sixtina, cuando una pequeña chimenea lanza al cielo una columna de humo. Durante días, este humo ha sido observado con atención por millones de ojos en todo el planeta. Es una señal sencilla, ancestral y poderosa. Cuando la fumata es blanca, la Iglesia tiene un nuevo Papa.

Este humilde signo de humo no es sólo el final de un cónclave; es el anuncio de un nuevo capítulo para el catolicismo y, en cierto sentido, para el mundo entero. Es el eco moderno de una antigua promesa: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Pero ¿qué significa realmente este momento para los fieles? ¿Y por qué despierta interés incluso entre quienes no comparten la fe católica?

La elección de un Papa no es una elección política ni una simple sucesión institucional. Es, ante todo, un acontecimiento espiritual. Desde el siglo XIII, los cardenales se reúnen en un cónclave (cum clave, “con llave”) que simboliza su retiro del mundo para escuchar la voz del Espíritu Santo. No se trata de buscar al candidato más carismático o con el currículum más impresionante, sino de discernir quién está llamado por Dios a guiar la barca de Pedro en tiempos a menudo turbulentos.

Los cardenales ayunan, oran, conversan y votan. Cada voto es un acto de conciencia y responsabilidad. Y aunque el proceso está cubierto de secreto, la historia ha mostrado que en medio de las complejidades humanas, el Espíritu actúa. A veces el elegido es un hombre esperado. A veces, es una sorpresa que solo con el tiempo se revela providencial.

Cuando por fin surge la fumata blanca, una alegría silenciosa invade el corazón de los católicos. No importa en qué parte del mundo se encuentren: sienten que alguien ha sido elegido para representarlos, para confirmar su fe (cf. Lc 22,32) y para abrazarlos con la autoridad de un padre espiritual.

La elección de un Papa no es solo relevante para los católicos. El mundo entero observa. Jefes de Estado, periodistas, académicos, creyentes de otras religiones y personas sin fe siguen atentos ese momento. ¿Por qué? Porque el Papa, además de ser el obispo de Roma y líder espiritual de más de mil millones de católicos, se ha convertido en una figura moral global. Su voz resuena en debates sobre justicia, paz, pobreza, medio ambiente, derechos humanos y más. Es un punto de referencia, incluso para quienes no comparten su credo.

Cada Papa ha traído consigo un estilo, una sensibilidad y una visión. San Juan XXIII fue el pastor bueno que abrió las puertas del Concilio Vaticano II. San Juan Pablo II, el peregrino incansable, contribuyó a derribar muros ideológicos y acercó a millones a la fe. Benedicto XVI, teólogo brillante, ofreció profundidad y claridad doctrinal en tiempos de confusión. Francisco, con su énfasis en la misericordia, la periferia y la sinodalidad, ha inquietado, consolado y sacudido.

Cada elección es también una señal de los desafíos que enfrenta la Iglesia. ¿Se necesita un reformador, un pastor, un teólogo, un diplomático, un mártir silencioso? El elegido, aunque limitado y humano, se convierte en el rostro de Cristo para su tiempo. Y al elegir su nombre, lanza un mensaje al mundo. El nombre que toma el nuevo Papa no es un detalle: es una declaración de intenciones, una brújula.

En un mundo herido por guerras, divisiones, desigualdades y crisis espirituales, la elección de un Papa puede parecer un rito anacrónico para algunos. Sin embargo, la atención que suscita desmiente esa impresión. El mundo espera algo. Tal vez busca esperanza, coherencia, verdad. Tal vez intuye —aunque no siempre lo confiese— que las palabras del Sucesor de Pedro pueden todavía iluminar el camino, señalar lo esencial, recordar la dignidad del ser humano.

No se trata de idealizar al Papa como si fuera un superhombre. De hecho, los pontífices más auténticos han sido conscientes de su pequeñez. Juan Pablo I, en su breve pontificado, dijo: “Dios es Padre, más aún, es madre, y no quiere que sus hijos se pierdan”. Francisco, al presentarse al mundo, pidió a los fieles que rezaran por él antes de dar la bendición. La Iglesia no se sustenta en la grandeza de sus líderes, sino en la promesa de Cristo de no abandonarla jamás.

Desde las catacumbas de Roma hasta la plaza de San Pedro, la Iglesia ha vivido persecuciones, cismas, renacimientos y reformas. Ha tenido Papas santos, pecadores, sabios y humildes. Pero el hilo invisible de la fe no se ha roto. Pedro sigue caminando. Y cada vez que el humo blanco sube al cielo, los fieles recuerdan que Dios sigue escribiendo su historia con la arcilla de lo humano.

Es conmovedor pensar que, mientras la fumata blanca sube, en algún lugar del mundo una madre enseña a su hijo a persignarse. En otro rincón, un joven se pregunta por su vocación. Una religiosa enclaustrada ofrece su día por la unidad de la Iglesia. Y un anciano recuerda a aquel Papa que marcó su juventud. La elección de un Papa no es un acto aislado: se inscribe en una trama viva que une siglos, continentes y corazones.

Aunque el Papa ya no porta la tiara pontificia, su carga no ha disminuido. Ser el Sucesor de Pedro significa llevar sobre los hombros la esperanza de millones, y también sus heridas. Significa hablar con libertad profética, incluso cuando no es comprendido. Significa invitar a la conversión, ofrecer consuelo y recordar que la misericordia de Dios es más fuerte que cualquier pecado.

El Papa no es un rey, sino un siervo de los siervos de Dios (Servus servorum Dei). Su autoridad no proviene del poder, sino de su testimonio. Por eso, cuando un Papa se inclina para recibir la oración del pueblo, no muestra debilidad, sino la fuerza del Evangelio. En un mundo donde muchos luchan por el dominio, él se ofrece para lavar los pies.

La elección de un Papa en el siglo XXI ocurre en un mundo hiperconectado y fragmentado. La Iglesia misma enfrenta desafíos internos y tensiones. Pero tal vez por eso, más que nunca, la voz del Papa se convierte en una referencia. No porque tenga todas las respuestas, sino porque se atreve a formular las preguntas fundamentales.

Cuando la Plaza de San Pedro se llena para escuchar el primer “Urbi et Orbi” del nuevo Pontífice, no es sólo un acto litúrgico. Es un gesto de comunión, de apertura, de fe. Y cuando pronuncia sus primeras palabras, incluso los más escépticos prestan atención. Porque todos necesitamos palabras que toquen el alma, que vengan de un corazón pastoreado por Dios.

La elección de un Papa es más que una noticia. Es una invitación. A creer que Dios sigue actuando. A redescubrir la belleza de la Iglesia. A rezar por quien, con sus luces y sombras, ha sido llamado a ser padre de muchos. A vivir con esperanza, sabiendo que la historia no está al azar, sino guiada por una mano providente.

Y por eso, al final de este artículo, dejamos una oración. No solo por el Papa, sino por todos los que lo escuchan, lo critican, lo aman o lo temen. Porque, como dijo una vez Benedicto XVI: "La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción".

Oremos por el próximo Papa:

Señor Jesús, Buen Pastor de nuestras almas,

tú que confiaste a Pedro las llaves del Reino,

y no permitiste que su fe vacilara,

mira con ternura al nuevo Sucesor que has elegido.

Dale sabiduría para discernir,

coraje para hablar con verdad,

ternura para abrazar a los heridos,

y humildad para caminar entre su pueblo.

Que sus palabras despierten esperanza,

que su silencio hable de tu presencia,

y que su cruz se funda con la tuya,

para que el mundo crea que Tú vives.

Ilumina a quienes lo rodean,

fortalece a quienes lo siguen,

y convierte los corazones de quienes lo rechazan.

Haz que sea puente, no muro.

Sembrador, no juez.

Padre, no funcionario.

Y cuando llegue el día en que deje este mundo,

recíbelo con los brazos abiertos,

y haz que pueda decir, como Pablo:

"He combatido el buen combate,

he terminado la carrera, he guardado la fe".

Amén.

ree

 
 
 

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