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LA DÉCIMA LUNA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 nov 2022
  • 2 Min. de lectura

Nadie puede olvidar como inicio todo aquel día. Nadie se imaginó la voracidad de la jauría como atacó a los indefensos estudiantes.

Las calles se levantaron, pero fue aún mayor la pólvora en las manos de cientos de sicarios que robaron la paz y arrebataron la vida de decenas de inocentes.

Las lunas transcurrieron entre sombras y dolor, el aullido de lobos se escuchaban en las esquinas agazapados como feroz animal.

Aún así, el miedo fugó y la gente se llenó de ira y valor. Llenaron calles y avenidas, Obispos y clérigos salieron en socorro como el pastor a sus ovejas en peligro. La Iglesia se hizo pueblo, el pueblo se hizo amado por Dios. Y Dios vio la sangre vertida por la libertad.

Llegó la quinta Luna y sumaban más de 600 vidas consagradas bajo la furia del titánico Atila. La Iglesia vio el inmenso dolor de mujeres y hombres que clamaban justicia. Y la justicia se hizo oprobio y las leyes cadenas para someter a miles en las cárceles.

Ya para la séptima Luna eran más de 50 mil los que habían huido del terror y el crimen jamás pensado, jamás esperado.

Al acercarse la octava Luna, llegó el Adviento y la Navidad. Los fieles esperaban el milagro, y su fe crecía cada vez más. Llegaría una prueba quizás más terrible aún, pero los santos y fieles al Nazareno y a su Iglesia verían la Cruz y la Misericordia bajar como la aurora rompe el zenit de la oscura noche. Cómo la roca se movía dando paso al Resucitado y poner bajo sus pies a sus enemigos, a los que cometieron crimen y diseminaron odio y perdición entre muchos.

Esa Navidad comimos pan y bebimos agua, encendimos nuestras lámparas y esperamos su Llegada. Nuestros niños recibieron un gozo en su interior y frutos dulces, pues el Amado nacía en sus almas. Y en el espectro de la noche iluminada por la octava Luna, las estrellas presagiaron un destino no imaginado.

Con el Año Nuevo, la novena Luna marcó el rumbo que los corazones libres atesoraban como elixir amargo y dulce. Fue una noche casi fría, de Luna llena, de silencios.

A la décima Luna, los malvados iban sucumbiendo y la tierra movió sus entrañas y se los tragó sin lamento alguno. No hubo lugar de asilo para los que despreciaron la Luz Divina, pues prefirieron las tinieblas. Terrible fin.

Temed a esa Justicia! Temed por perder tu alma!

Hubo después muchas lunas, pero no fueron tan oscuras, pues el amanecer había llegado.

"El pueblo que caminaba entre sombras, vio una gran luz". (Isaías 9:2)


 
 
 

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