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LA CRUZ QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 6 Min. de lectura

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."(Lucas 23:34)

La cruz de Cristo es, sin duda, uno de los símbolos más poderosos, complejos y conmovedores de la historia de la humanidad. Más allá del marco doctrinal o confesional del cristianismo, la muerte de Jesús en la cruz plantea una interrogante eterna que rebasa los límites de la religión: ¿qué significa que Dios haya muerto crucificado? Esta reflexión busca explorar el significado profundo de ese sacrificio desde una perspectiva bíblica, histórica y humana, y proyectar su mensaje hacia el presente, especialmente hacia los gobiernos, las estructuras de poder, los grupos de odio y todos aquellos corazones atrapados en la espiral de la violencia, la persecución y la venganza.

La crucifixión fue una forma de ejecución reservada por el Imperio Romano para criminales, rebeldes y esclavos. Era pública, lenta, dolorosa y humillante. No se trataba sólo de matar: se trataba de despojar al condenado de toda dignidad. En este contexto, la muerte de Jesús no fue un acto meramente religioso, sino también un evento político.

Jesús fue condenado por proclamarse Rey de los judíos (Juan 19:19), un acto considerado sedicioso ante los ojos del imperio. Para las autoridades religiosas de la época, su mensaje subversivo de amor radical, igualdad ante Dios y crítica a la hipocresía religiosa representaba una amenaza intolerable. Al unir fuerzas con Pilato, el poder religioso y el poder imperial coincidieron en lo que siempre han sabido hacer: eliminar al profeta que incomoda.

La historia secular confirma la existencia de Jesús y su muerte bajo Poncio Pilato, como testifican autores como Tácito, Suetonio y Flavio Josefo. Sin embargo, la clave no está sólo en los hechos, sino en lo que significan.

Para los primeros cristianos, la cruz no era un adorno litúrgico. Era un escándalo. Pablo lo expresa con claridad:

"Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos y locura para los gentiles"(1 Corintios 1:23)

La teología de la cruz no es simplemente la idea de un sacrificio expiatorio, sino la revelación de un Dios que ama tanto a la humanidad que está dispuesto a sumergirse en su dolor, su vergüenza y su violencia. Un Dios que no salva desde un trono dorado, sino desde una cruz infame.

El autor de Hebreos lo explica:

"Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios"(Hebreos 10:12)

El sacrificio de Jesús rompe el sistema sacrificial del templo. Ya no hay necesidad de matar más víctimas para aplacar la culpa. Jesús se ofrece como el Cordero de Dios (Juan 1:29), mostrando que el camino de la redención no es la violencia, sino el amor.

En la cruz, Jesús redefine lo que significa el poder. El mundo admira al fuerte, al conquistador, al que impone su voluntad. Jesús, en cambio, revela que el verdadero poder está en amar, incluso cuando eso implique el sufrimiento.

"El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos"(Mateo 20:28)

Este mensaje es tan revolucionario hoy como lo fue entonces. En un mundo regido por el pragmatismo político, el cinismo institucional y la violencia organizada, la cruz es un grito que denuncia toda forma de dominio basado en el miedo, la opresión y la muerte.

Aunque la cruz es el corazón del cristianismo, su mensaje toca fibras que resuenan en todas las grandes tradiciones religiosas y espirituales del mundo. La idea de la entrega, del amor al enemigo, del sacrificio por el bien del otro, del perdón incondicional, no es exclusiva de una religión.

Gandhi, líder espiritual hindú, dijo:

"Jesús fue uno de los mayores maestros de la no violencia. Si los cristianos lo siguieran de verdad, transformarían el mundo."

El mensaje de Jesús no busca imponer una religión, sino abrir corazones. Es una llamada a vivir desde el amor radical. Desde el silencio de la cruz, Jesús no pregunta de qué religión eres, sino a quién amas, a quién sirves, a quién perdonas.

La crucifixión fue una decisión política y religiosa. Esto significa que la cruz no sólo salva: también denuncia. Es un juicio contra todo sistema que justifica la muerte del inocente. Contra todo poder que oprime en nombre de la ley. Contra todo grupo que promueve la persecución, las guerras y la venganza.

"Mi Reino no es de este mundo... pero si fuera de este mundo, mis siervos pelearían"(Juan 18:36)

Jesús no vino a instaurar un Estado religioso, ni a bendecir estructuras de dominación. Su Reino no es una teocracia violenta. Es una comunidad de compasión. Por eso muere fuera de la ciudad, con los marginados, rechazado por los poderosos.

Desde la cruz, Jesús se convierte en la víctima de todos los imperios. Y en ese acto, expone su vacío moral. ¿Cómo pueden los gobiernos, las corporaciones, los líderes religiosos y los grupos de odio mirar la cruz sin sentirse cuestionados?

En el momento más crudo del sufrimiento, Jesús pronuncia palabras impensables:

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"(Lucas 23:34)

Estas palabras son un terremoto en la historia moral del mundo. La víctima perdona a sus verdugos. El inocente no reclama venganza. El justo ora por el injusto. Aquí está el corazón del mensaje de Jesús: no hay redención sin perdón. No hay futuro si no se rompe el ciclo del odio.

El perdón de Jesús no es un sentimentalismo. Es un acto de resistencia espiritual. Un no rotundo al odio. Un sí valiente al amor que reconstruye. Es la vía más exigente, pero también la única que puede sanar un mundo desgarrado.

¿Qué mensaje proclama Jesús con su muerte a las autoridades del mundo? Si los gobiernos del mundo escucharan al Crucificado, sabrían que:

-No se gobierna desde la imposición, sino desde el servicio (Mateo 23:11).

-La verdadera grandeza está en el cuidado de los pobres, no en el aumento del PIB (Mateo 25:40).

-La guerra no es victoria, sino derrota del espíritu humano (Mateo 26:52).

-La persecución religiosa es un acto de arrogancia y miedo (Juan 16:2-3).

-El enemigo no debe ser destruido, sino amado (Mateo 5:44).

-La cruz nos enseña que el poder verdadero no se manifiesta en la violencia, sino en el amor que se entrega. ¡Qué distinto sería el mundo si esta lógica reinara en los palacios y parlamentos!

A quienes promueven la xenofobia, el racismo, el fundamentalismo o cualquier forma de exclusión violenta, la cruz les dice: ¡Detente!

Jesús murió con los brazos abiertos. No excluyó a nadie. Acogió al ladrón arrepentido, al soldado que lo clavó, a su madre y al discípulo amado. En la cruz se rompe todo muro. Allí nace una nueva humanidad.

"Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación"(Efesios 2:14)

El odio es incompatible con la cruz. No se puede invocar a Cristo para justificar el rechazo al otro. La cruz es el altar del amor inclusivo.

El mensaje más profundo de la cruz es que el amor tiene la última palabra. El amor que no retrocede ante el sufrimiento. El amor que no busca retribución. El amor que se da por entero.

"Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos"(Juan 15:13)

Jesús lo hizo. Y nos invita a hacer lo mismo. No desde una religiosidad superficial, sino desde una conversión radical del corazón. Su cruz no es un amuleto, es un camino. Un camino estrecho, pero glorioso.

Sin embargo...

La historia no termina en la cruz. Jesús resucitó. Y con su resurrección, se confirma que la muerte no tiene la última palabra. Que el odio no vence. Que la violencia no triunfa.

"¡Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado"(Lucas 24:5-6)

Esta esperanza no es un consuelo para después de la muerte. Es una fuerza para vivir aquí y ahora con valor, con amor, con justicia. La cruz sin resurrección sería derrota. La resurrección sin cruz sería ilusión. Pero juntas, son la victoria del Amor.

Jesús no murió para que lo admiremos, sino para que lo sigamos. Su cruz no es un monumento, es una invitación.

Invitación a amar sin condiciones.

-A perdonar sin medida.

-A denunciar la injusticia con ternura.

-A vivir con esperanza en medio de la oscuridad.

La cruz nos llama a elegir: entre el odio o el perdón, entre el poder que oprime o el amor que libera.

Jesús nos dejó su vida. ¿Qué haremos nosotros con la nuestra?

"Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad."(Juan 10:18)

La dio por todos.

Incluso por ti. Incluso por ellos. Incluso por mí.

¿Nos atreveremos a vivir a la altura de ese amor?

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