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LA AVANZADA Historias y realidades

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 26 sept 2022
  • 3 Min. de lectura

Caminaba muy temprano por la mañana, el día había despertado como un cristal, brillante y la piel recibía aquellos rallos de sol con cierto picor.

No había mucha gente en las calles, apenas algunos vehículos pasaban a gran velocidad. Era muy raro para un día que presumía era de mucha actividad. Al llegar a la esquina, lograba ver hasta el final, vacía, sin ruido alguno. Muy curioso, pues ni el trinar de las aves se escuchaban. Caminé buscando un bus para ir al centro, Ninguno pasó. Las calles permanecían solitarias y silenciosas.

Lo que me imaginé es que algo estaba sucediendo. Sí, no era normal. Un día como hoy debería estar abarrotado de gente y vehículos. Pero, no era así.

Llamé a varios teléfonos y nadie me respondió. Empecé entonces a dudar si estaba despierto o soñando. Si estaba viviendo una realidad o había ocurrido algo que desconocía.

La sensación de soledad me empezaba a preocupar. Pasé por una tienda de alimentos y llamé a gritos para que me atendieran. Entré y tomé un jugo y unas frutas, dejando en el mostrador dinero. Apresuré el paso para llegar pronto a la casa de una familia conocida. Las calles se hacían largas.

Golpeé la puerta y llamé. Entonces, bajé el pestillo y despacio ingresé a la casa. No había nadie. ¿Qué les habrá ocurrido?, ¿dónde estarán?

De pronto a lo lejos, escuché el ruido de una alarma. Asomé por la ventana, pero no vi a nadie. Fue entonces que comencé a buscar el origen de la alarma. Sonaba en un edificio. Al ingresar, tampoco había nadie. Subí al décimo piso y apagué la alarma que se habían activado automáticamente.

Se acercaba mediodía. Cansado de caminar, me senté y tomé una botella con agua y algunas galletas. El silencio se hacía cada vez más extenso y la soledad más larga. Todo estaba en total calamidad.

Muy cerca había una iglesia. Empujé la puerta y me senté muy cerca del altar. No sé cuanto tiempo pasó. La luz del sol se fue atenuando, tornándose amarilla hasta desparecer. No había energía eléctrica. Todo estaba como detenido. Encendí unas velas que estaban encima del altar. Esa noche la pasé al pie de la imagen del Crucificado, a quien no supe qué decirle o preguntarle. Estaba tan cansado e inquieto.

Al amanecer del día siguiente, me despertó el ladrido de un canino. Al intentar levantarme caí al suelo. Estaba en mi habitación. Salí a la calle y vi de nuevo gente caminando como extraños. Como ciegos, sin rumbo.

En realidad, qué está ocurriendo. ¿Qué historia es esta que estamos viviendo? Un día nadie y el otro muchos, pero ciegos. ¿En qué nos hemos convertido?

Intenté regresar a la iglesia donde había pasado la noche. Al llegar al altar y ver al Crucificado, aún clavado en la cruz, comprendí que el tiempo no existía más. Comprendí que... cuando el hombre abandona la razón, es un ciego; cuando abandona su fe, es un ciego; cuando deja de amar, es un ciego; cuando se aferra a sus miedos, es un ciego... cuando abandona a Dios, es un ciego. Tan solo un ciego entre otros ciegos. La sordera había carcomido su alma y sumido su espíritu en la nada.

¿Cómo devolver la visión al hombre? Me quedé al pie de la cruz y empecé a orar con todo mi corazón. Fue entonces, que fui comprendiendo el largo desierto de la fe hacia la luz verdadera, la avanzada de un nuevo mundo para una nueva generación.

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