INFANCIAS HERIDAS
- estradasilvaj
- 5 may
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La violencia en el hogar no es solo un fenómeno social ni únicamente una transgresión moral: es una herida profunda en el psiquismo de quien la padece, especialmente si la víctima es un niño. En muchos hogares, el lugar que debería representar seguridad, amor y contención se convierte en un campo de batalla emocional y físico. Cuando los agresores son precisamente los padres o familiares cercanos —figuras que por naturaleza deberían proteger—, la huella se vuelve más compleja, arraigada y difícil de sanar.
La violencia intrafamiliar es todo acto de agresión —física, verbal, emocional, sexual o simbólica— que ocurre en el contexto del hogar, y que involucra a miembros de una familia. Cuando el destinatario de esa violencia es un niño, hablamos de un tipo de trauma temprano que puede marcar decisivamente el desarrollo psicológico, emocional, social y neurobiológico del menor.
Estos son los tipos de violencia en el entorno familiar:
-Física: golpizas, empujones, quemaduras, castigos corporales, entre otros.
-Verbal o emocional: insultos, humillaciones, amenazas, chantajes afectivos, descalificaciones.
-Sexual: cualquier forma de abuso o explotación sexual ejercida por un familiar.
-Negligencia o abandono: omisión de cuidados básicos físicos y emocionales.
-Violencia vicaria: cuando el niño no es víctima directa, pero presencia violencia entre sus cuidadores.
Los estudios en psicología del desarrollo indican que los niños no cuentan con los recursos simbólicos o psíquicos para procesar adecuadamente estas experiencias, por lo que su impacto puede generar una organización patológica de la personalidad si no se interviene adecuadamente.
La infancia es una etapa de enorme plasticidad cerebral y emocional. El cerebro del niño se encuentra en construcción, tanto en lo neurológico como en lo afectivo. Las experiencias tempranas, especialmente con las figuras de apego, modelan estructuras profundas de confianza, autoestima, regulación emocional y capacidad de vincularse con otros.
Según John Bowlby y Mary Ainsworth, el apego seguro se forma cuando los cuidadores son sensibles, predecibles y amorosos. En contraste, la violencia por parte de padres o cuidadores genera un apego desorganizado: el niño teme al mismo adulto que necesita para sobrevivir. Este doble vínculo se vuelve una contradicción insoportable que el psiquismo infantil no logra resolver sin consecuencias:
-Desarrollo de ansiedad intensa o fobias.
-Incapacidad de confiar en los demás.
-Tendencia a relaciones futuras abusivas o codependientes.
-Ambivalencia afectiva (amar y temer al mismo tiempo).
El abuso y la violencia crónica generan un estado de hiperactivación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA), elevando el cortisol y generando una hiperalerta constante en el niño. Esto afecta el desarrollo del:
-Hipocampo: memoria y aprendizaje.
-Amígdala: regulación del miedo.
-Corteza prefrontal: planificación, juicio y control de impulsos.
En palabras simples, el niño traumatizado vive en estado de alarma, como si el peligro nunca se apagara, incluso cuando ya no está presente.
Las consecuencias de la violencia intrafamiliar no desaparecen con el paso del tiempo. Se cristalizan, se transforman o se reprimen, pero rara vez se resuelven solas. En consulta psicoclínica, estas heridas se presentan de múltiples formas:
1. Trastornos de salud mental.
-Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT): flashbacks, pesadillas, hipervigilancia.
-Trastornos de ansiedad: miedo constante, ataques de pánico, fobias.
-Depresión infantil: tristeza persistente, retraimiento, pérdida de interés.
-Trastornos disociativos: amnesia, despersonalización, alteraciones de identidad.
-Trastornos del desarrollo y conducta: TDAH, oposición desafiante, problemas escolares.
2. Conductas de riesgo y autodestructivas.
-Agresividad hacia otros (reproducción de lo vivido).
-Conductas autolesivas o suicidas.
-Adicciones en la adolescencia.
-Relaciones tóxicas o dependientes en la adultez.
3. Somatización.
El cuerpo habla lo que la mente no puede procesar. Es común encontrar:
-Dolores crónicos sin causa médica.
-Problemas digestivos.
-Trastornos del sueño y alimentación.
-Enuresis o encopresis (en niños pequeños).
4. Alteraciones en el aprendizaje y la sociabilidad
El niño puede mostrar:
-Dificultades de concentración.
-Problemas de memoria a corto plazo.
-Fracaso escolar.
-Aislamiento o dificultades para hacer amigos.
-Comportamientos excesivamente complacientes o evitativos.
La mayoría de los niños que sufren violencia intrafamiliar no lo denuncian. No porque no quieran, sino porque no pueden. El aparato psíquico infantil construye defensas para sobrevivir a lo insoportable:
1. Negación y minimización.
“Mi papá me pega porque me quiere educar.”
“Mi mamá solo grita cuando está nerviosa.”
Se racionaliza lo vivido para evitar el derrumbe emocional.
2. Identificación con el agresor.
Para no sentir miedo, el niño puede asumir que el agresor “tiene razón”. Esto puede generar culpabilidad, vergüenza y sumisión.
3. Disociación.
Separar emocionalmente el cuerpo del dolor. A veces el niño no recuerda o recuerda como si le hubiera pasado a otro.
4. Silencio por miedo o lealtad.
Muchos niños temen ser separados de sus padres, o castigar aún más a su madre si ella también es víctima. La violencia los encierra en un laberinto moral que supera su capacidad de juicio.
La terapia con niños víctimas de violencia es un acto de reparación simbólica y psíquica. No se trata solo de “hablar” del dolor, sino de reconstruir la confianza básica, la identidad y el sentido de seguridad.
1. Diagnóstico integral.
Se requiere evaluación clínica, entrevistas con el niño y, si es posible, con cuidadores no agresores. El uso de técnicas proyectivas (dibujo, juego, cuentos) puede ser esencial para acceder a lo no verbal.
2. Abordaje terapéutico.
-Psicoterapia psicodinámica infantil: trabajo con el juego, simbolización del trauma, construcción de una narrativa que le devuelva al niño el control de su historia.
-Terapias cognitivo-conductuales (TCC): especialmente útiles en casos de ansiedad o estrés postraumático.
-Terapia familiar (cuando es posible): para trabajar vínculos, límites y roles.
-Apoyo psiquiátrico: en casos severos puede requerirse medicación, siempre supervisada por especialistas.
3. Acompañamiento psicoeducativo
Trabajar con escuelas y adultos responsables para contener y fortalecer al niño en todos sus entornos.
No hay solución clínica sin conciencia social. La prevención de la violencia infantil debe abordarse como política pública y responsabilidad comunitaria.
1. Señales de alerta para adultos.
-Docentes, médicos, psicólogos y vecinos deben estar atentos a:
-Cambios repentinos en el comportamiento del niño.
-Miedo exagerado ante figuras adultas.
-Lesiones físicas recurrentes.
-Relatos ambiguos o contradictorios sobre el hogar.
2. Educación para la crianza.
Promover escuelas de padres, acompañamiento a familias vulnerables, talleres de inteligencia emocional, resolución de conflictos y autocuidado parental.
3. Denuncia responsable.
El silencio social perpetúa el abuso. Es crucial fortalecer redes de protección y garantizar que los sistemas judiciales y sociales actúen con celeridad y humanidad.
La violencia intrafamiliar contra los niños no es solo un delito o una tragedia. Es una fábrica de futuros adultos rotos, con heridas invisibles que pueden pasar de generación en generación si no se interviene. El trabajo psicoclínico con estos niños es urgente, delicado y profundamente transformador. Ellos no tienen la culpa. Y merecen más que sobrevivir: merecen vivir con dignidad, amor y reparación.
Aquí algunas recomendaciones:
+ Para padres o cuidadores:
No recurras al castigo físico o verbal. La crianza autoritaria genera miedo, no respeto.
Aprende a manejar tus emociones antes de corregir las de tus hijos.
Busca ayuda si sientes que no puedes controlar tu enojo. No es debilidad, es valentía.
+ Para docentes y profesionales de la salud:
Escucha con atención. Un dibujo, un gesto o un silencio también pueden ser un grito.
Actúa con responsabilidad. Denunciar no es traicionar a la familia, es proteger al niño.
+ Para instituciones públicas:
Aumentar la inversión en salud mental infantil.
Fortalecer las redes de detección y respuesta temprana.
Capacitar al personal educativo y judicial sobre trauma infantil.
+ Para la sociedad en general:
No mires hacia otro lado. La indiferencia es una forma de complicidad.
Educa a tus hijos para que nunca callen ante la injusticia.
Recuerda: sanar a un niño herido es salvar a un futuro adulto del abismo.
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Fuentes consultadas:
-Bowlby, John (1988). Una base segura: Aplicaciones clínicas de una teoría del apego.
-Van der Kolk, Bessel (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma.
-Ainsworth, Mary D. S. et al. (1978). Patterns of Attachment: A Psychological Study of the Strange Situation.
-Garbarino, James & Eckenrode, John (1997). Understanding Abusive Families.
-Organización Mundial de la Salud (OMS). Informe mundial sobre la violencia y la salud (2002, actualizado en 2014).
-American Psychological Association (APA).
-Felitti, V. J. et al. (1998). The Adverse Childhood Experiences (ACE) Study.
-Perry, Bruce D. & Szalavitz, Maia (2006). The Boy Who Was Raised as a Dog.
-Instituto Interamericano del Niño, la Niña y Adolescentes (IIN-OEA).
-Cyrulnik, Boris. Los patitos feos: La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida.
-Herman, Judith (1992). Trauma and Recovery.
-Fonagy, Peter et al. (2002). Affect Regulation, Mentalization and the Development of the Self.
-Siegel, Daniel J. (2012). El cerebro del niño.
-UNICEF – Informes anuales sobre violencia contra la infancia.
-Manual DSM-5-TR (APA, 2022).
-Red de Psicólogos sin Fronteras y Save the Children.




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