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HASTA EL CONFIN DE LA TIERRA

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 10 may
  • 6 Min. de lectura

El relato que nos presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles (13,44-47) es una escena intensa, cargada de tensión y de decisión misionera. Pablo y Bernabé se encuentran en Antioquía de Pisidia, en plena predicación del Evangelio. La respuesta del pueblo es abrumadora: “casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor”. Pero lo que podría haber sido un momento de celebración y esperanza, se torna en confrontación. La envidia de algunos judíos provoca una reacción hostil, y es entonces cuando Pablo y Bernabé proclaman con valentía una de las afirmaciones más poderosas del Nuevo Testamento: el Evangelio se dirige ahora también —y con fuerza— a los gentiles.

Este pasaje no solo es clave para entender la expansión del cristianismo primitivo, sino también para meditar sobre la dinámica eterna de la misión: atracción, oposición, discernimiento y envío. Hoy, en un mundo donde la fe es cuestionada, ignorada o combatida, este texto ilumina nuestro camino personal y eclesial.

“El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor.” (Hechos 13,44)

Esta frase es sorprendente. No se trata de una reunión en un rincón del templo, ni de un pequeño grupo de curiosos. ¡Es casi toda la ciudad! El mensaje de Pablo y Bernabé ha tocado algo profundo en los corazones: la sed de Dios.

Vivimos en una época que, a pesar de su apariencia tecnológica y autosuficiente, sigue teniendo una necesidad radical de sentido. La “ciudad” de hoy —representada en nuestros barrios, redes sociales, universidades y centros laborales— también corre a buscar una palabra que no pase, que dé vida. Es un momento privilegiado para los discípulos de Cristo: no debemos tener miedo de proclamar la Palabra con autenticidad, porque muchos la buscan aunque no lo digan.

Pero este despertar espiritual provoca, como entonces, reacciones contradictorias.

“Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.” (Hechos 13,45)

La envidia es una fuerza destructiva. Es uno de los pecados más silenciosos y peligrosos porque no necesita razones lógicas: basta con que el otro brille para que el envidioso quiera apagarlo. Los líderes judíos no objetan el contenido de la predicación de Pablo, sino el éxito que tiene entre el pueblo. Su preocupación no es la verdad, sino la pérdida del control sobre la gente.

Esto también ocurre hoy. Cuando el Evangelio despierta corazones, cuando hay una conversión auténtica, cuando la Iglesia se revitaliza con nuevos carismas, puede surgir oposición incluso desde dentro. El “sistema religioso”, cuando se aleja del Espíritu, teme perder sus seguridades. Por eso reacciona con ataques, críticas, ironías e incluso con blasfemias disfrazadas de corrección doctrinal.

La enseñanza aquí es clara: si nuestra misión encuentra oposición, no siempre significa que estemos haciendo las cosas mal. A menudo, es signo de que el Reino está irrumpiendo con fuerza.

“Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía...” (Hechos 13,46)

No se acobardan. No se repliegan. No claudican. Frente al conflicto, los apóstoles no optan por el silencio temeroso, sino por la claridad valiente. Este coraje no es fruto del orgullo, sino del discernimiento.

La frase que sigue es de una fuerza teológica tremenda:

“Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.”

Pablo no está lanzando una maldición, ni está cerrando las puertas definitivamente. Está haciendo un acto de libertad interior. El Evangelio no puede quedar atrapado en corazones cerrados. Cuando una puerta se cierra, el Espíritu abre otra. Lo importante es que la misión no se detenga.

Esto nos invita a no quedarnos atascados en ambientes donde la Palabra no puede germinar. A veces, en nuestras parroquias, comunidades o incluso en nuestras familias, nos esforzamos por sembrar donde el terreno está endurecido por la costumbre, el prejuicio o la indiferencia. Pablo y Bernabé nos enseñan a seguir adelante, a buscar otros oídos, otras almas, otros caminos.

“Así nos lo ha mandado el Señor: ‘Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra’.” (Hechos 13,47; cf. Isaías 49,6)

Aquí está el corazón del texto. Pablo cita a Isaías, uniendo su misión personal con el designio mesiánico. El siervo de Yahvé no está llamado solo a restaurar a Israel, sino a ser luz para las naciones. Esta es una visión expansiva, universal, que rompe las fronteras religiosas, culturales y raciales.

El cristianismo no es un club exclusivo. Es una misión en salida. Y esa salida no es optativa: es parte esencial del ADN cristiano. Hoy, este mandato sigue en pie. La Iglesia no existe para sí misma, sino para evangelizar.

El confín de la tierra no es solo geográfico. Es también cultural, existencial, digital. ¿Dónde están hoy esos confines? En los que no conocen el Evangelio, pero también en los que lo han olvidado. En las periferias de la fe, en los que viven esclavos del consumo, del nihilismo, de la soledad, del resentimiento. Allí debe llegar la luz.

Este pasaje puede leerse como una síntesis del itinerario espiritual de todo creyente comprometido:

-Atracción inicial: hay un hambre de Dios que mueve multitudes.

-Oposición inevitable: el mundo —y a veces incluso estructuras eclesiales— se resiste al fuego del Espíritu.

-Discernimiento valiente: no se puede forzar la conversión. Hay que saber cuándo es tiempo de insistir y cuándo de soltar.

-Misión audaz: no podemos quedarnos donde no se nos quiere. El Evangelio tiene alas.

También podemos ver aquí el retrato de Jesús: rechazado por los suyos, enviado a todos, luz de las naciones. El cristiano auténtico reproduce este mismo camino.

Este texto no solo habla al creyente individual, sino a la Iglesia entera. Tiene implicaciones para la pastoral misionera:

Hay momentos en que la fidelidad al Evangelio requiere romper inercias institucionales.

Las estructuras deben estar al servicio de la misión, no de su autopreservación.

La Iglesia está llamada a vivir en tensión entre la memoria (Israel) y la novedad (gentiles), entre lo heredado y lo nuevo que Dios suscita.

No podemos aferrarnos a modelos pastorales que no dan fruto. Es tiempo de buscar “gentiles”, es decir, nuevos interlocutores, nuevos caminos, nuevos lenguajes.

Inspirados en este pasaje, te propongo algunas recomendaciones concretas:

A. Para la vida personal

No temas anunciar la Palabra, aunque seas rechazado. Si Pablo y Bernabé hubieran desistido por miedo a la oposición, jamás habríamos conocido el cristianismo.

Discierne a quién estás llamado a evangelizar. A veces nos aferramos a personas que simplemente no están dispuestas a abrir su corazón. No se trata de rendirse, sino de liberar la misión.

Abraza la libertad interior del apóstol. No busques resultados ni aplausos: siembras porque amas, no porque te reconozcan.

Conoce la Palabra, vívela y anúnciala. El éxito de Pablo y Bernabé no estaba en sus técnicas, sino en su fidelidad y conocimiento profundo de las Escrituras.

B. Para comunidades y parroquias

Revisa si estás hablando siempre a los mismos. ¿Dónde están los “gentiles” de tu barrio? ¿Qué espacios aún no han sido alcanzados?

Rompe moldes pastorales que ya no responden a las necesidades reales. La fidelidad a la tradición no es inmovilismo, sino creatividad inspirada.

Prepara a tus agentes de pastoral para la oposición. No toda resistencia es fracaso. A veces, es señal de que la Palabra está haciendo su trabajo.

Crea espacios de escucha para los alejados. Tal vez no entren al templo, pero sí a una charla en una cafetería, un podcast, o una actividad social con raíz evangélica.

C. Para la Iglesia en general

Recupera el ardor misionero. No estamos en una época de simple conservación, sino de conversión pastoral profunda.

Amplía los horizontes. Hay que ir a las “periferias” de todo tipo, como el Papa Francisco ha insistido.

No temas el conflicto cuando es por fidelidad al Evangelio. El problema no es que la Iglesia tenga enemigos; el problema es cuando se vuelve irrelevante.

Confía en el Espíritu. Es Él quien guía la misión. Nuestra tarea es colaborar, no controlar.

El pasaje de Hechos 13,44-47 es más que un relato histórico: es una radiografía de la dinámica misionera que sigue viva. Nos confronta con nuestras resistencias, pero también nos lanza a la aventura de evangelizar más allá de nuestras zonas de confort. En un mundo que muchas veces reacciona con hostilidad ante la verdad, este texto nos recuerda que no estamos llamados al éxito, sino a la fidelidad. Y que esa fidelidad, cuando es auténtica, lleva la luz de Cristo “hasta el confín de la tierra”.

¿Estás listo para salir? Porque los confines... te esperan.

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