¡HA BUSCAR LOS BIENES DE ARRIBA!
- estradasilvaj
- 29 abr
- 5 Min. de lectura
Cuando todos buscamos cómo aferrarnos a los bienes de abajo que nos dan seguridad, bienestar y consuelo, San Pablo nos da un giro a nuestra manera de vivir.
“Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.”
(Colosenses 3,1-4)
Vivimos en un mundo que corre con prisa hacia todas partes... excepto hacia el cielo. Las agendas, los compromisos, los placeres momentáneos, las redes sociales, la acumulación de bienes y la ambición disfrazada de “progreso” parecen ser las coordenadas de una civilización que ha decidido instalarse en lo efímero.
Sin embargo, San Pablo, desde su carta a los Colosenses, nos grita como desde un monte más alto que el Sinaí:
¡Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba!
Es un grito que suena a campana de resurrección, a despertador divino. No se trata de una metáfora poética, sino de una verdad espiritual: el cristiano no vive en función del mundo, sino desde su resurrección con Cristo.
Aquí está la revolución del cristianismo: no seguimos a un maestro que dejó enseñanzas, sino a un Señor que venció la muerte. Y si estamos unidos a Él, nuestra vida ha cambiado radicalmente. Hemos muerto al pecado, y ahora somos ciudadanos del cielo (cf. Filipenses 3,20).
Pablo comienza con una afirmación rotunda: “Si habéis resucitado con Cristo…” Pero este “si” no es de duda, sino de confirmación retórica: como quien dice, “ya que ustedes han resucitado con Cristo…”
Resucitar con Cristo es más que celebrar la Pascua o cantar aleluyas. Es entrar en una nueva forma de existencia.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
“El Bautismo, que representa y realiza este paso de la muerte a la vida, nos incorpora a la Pascua de Cristo.”
(CIC 628)
Así, desde el día en que fuimos bautizados, no pertenecemos más a la lógica del mundo. Ya no podemos mirar la vida como si aún estuviéramos esclavizados al pecado o a la muerte. Somos resucitados. Somos luz en un mundo que se ha acostumbrado a la oscuridad.
“Buscad los bienes de allá arriba…”: no es evasión, es vocación
Algunos podrían pensar que Pablo nos llama a vivir escapando del mundo, como si aspirar a los bienes de arriba fuera un desprecio a la vida terrena. Pero no. Este no es un llamado a despreciar lo creado, sino a ordenarlo.
-Aspirar a los bienes de arriba significa:
-Mirar el mundo con los ojos de Dios.
-Poner el corazón en lo eterno y no en lo pasajero.
-Desarrollar una espiritualidad de lo alto, pero con los pies en la tierra.
Jesús mismo dijo:
“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.”
(Mateo 6,33)
El problema no es tener cosas, sino que las cosas nos tengan. No es trabajar, sino convertir el trabajo en un ídolo. No es amar, sino hacerlo sin Dios. Pablo no nos llama a dejar el mundo, sino a no ser de él (cf. Juan 17,16).
“Donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”: nuestra brújula está en el cielo
Esta expresión nos recuerda el lugar de gloria de Cristo resucitado. Estar “a la derecha de Dios” significa tener plena autoridad y participación en el poder divino.
¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? Todo.
Porque si Cristo, que es nuestra cabeza, está allá arriba, también nosotros, su Cuerpo, estamos llamados a mirar hacia allá.
El cristiano auténtico no camina por instinto, sino por revelación. Su GPS no apunta al éxito ni a la aprobación social, sino a una sola dirección: donde está Cristo.
Pablo afirma: “Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.”
Qué paradoja: vivimos en un mundo donde todos quieren “exponerse”, “ser vistos”, “ser influencers”, y sin embargo el cristiano es llamado a vivir escondido con Cristo en Dios.
¿Es esto anonimato? ¿Cobardía? Para nada. Es intimidad, contemplación, profundidad.
Significa que la fuente de nuestra vida no está en la apariencia ni en el aplauso, sino en el silencio de Dios. En lo invisible. En lo eterno.
Como dijo Jesús:
“Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”
(Mateo 6,6)
Vivir escondido con Cristo es caminar por este mundo con una paz que no depende de las circunstancias, una esperanza que no se agota en esta vida.
Morir para vivir: la lógica de la cruz.
“Porque habéis muerto…”
Sí. Para vivir en Cristo, hay que morir. Morir al ego, al pecado, a la autosuficiencia, al orgullo, a la mentira de que podemos salvarnos solos.
Jesús lo dijo con claridad:
“El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará.”
(Mateo 16,25)
Esta es la lógica de la cruz: perder para ganar. Morir para resucitar. Abandonar la vida vieja para recibir una nueva.
Y esa muerte no es solo un acontecimiento pasado: es una elección diaria.
Como escribe Pablo:
“Cada día muero”. (1 Corintios 15,31)
Pablo concluye este breve pero explosivo pasaje diciendo:
“Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.”
Aquí está el clímax: nuestra vida tiene un final glorioso.
No se apaga en la tumba, no termina en la vejez, no se resume en lo que logremos aquí abajo.
¡Cristo volverá! Y cuando aparezca, se revelará también la verdad sobre nosotros.
+Lo que hoy está escondido, será manifestado.
+Lo que hoy parece pequeño, será glorificado.
+Lo que hoy el mundo desprecia, será exaltado por el Padre.
Como dice San Juan:
“Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es.”
(1 Juan 3,2)
¿Y cómo se vive esto? Cinco enseñanzas prácticas:
1) Cultiva una mirada de eternidad.
Antes de decidir, hablar o actuar, pregúntate: ¿Esto tiene valor eterno? ¿Esto me acerca a Cristo?
Vivir con los ojos puestos en el cielo transforma lo ordinario en extraordinario.
2) Ora cada día desde tu verdadera identidad.
Eres hijo de Dios, resucitado con Cristo. No ores como un mendigo, sino como heredero del Reino.
Tu oración no es mendicidad, es intimidad.
3) Purifica tus afectos.
¿Dónde está tu tesoro? Porque allí estará tu corazón (cf. Mateo 6,21).
Haz limpieza espiritual: deshazte de lo que te ata a la tierra y te impide volar hacia Dios.
4) Abraza el silencio y lo oculto.
Dios obra en lo escondido. No tengas miedo de ser pequeño a los ojos del mundo.
Es allí, en lo invisible, donde Dios forja a sus santos.
5) Vive con esperanza escatológica.
Tu destino no es una tumba, sino la gloria con Cristo.
Cada dolor, cada pérdida, cada lágrima, tiene una respuesta eterna: la resurrección final.
El mundo parece estar en crisis perpetua: guerras, violencia, nihilismo, desconfianza, cultura del descarte. Pero el cristiano no se deja atrapar por esta neblina.
Nosotros hemos resucitado. Nosotros caminamos con Cristo.
No estamos llamados a sobrevivir, sino a vivir en plenitud, a buscar lo alto, a encarnar el cielo en la tierra.
Y mientras tanto, escondidos en Dios, vivimos con los ojos puestos en el día en que Cristo aparecerá… y nosotros con Él, gloriosos.




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