ELIGE FLORECER
- estradasilvaj
- 7 jun 2022
- 3 Min. de lectura
Leyendo el pasaje del evangelista san Juan 5,14 que dice: "«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Han fluido a mi mente algunas reflexiones recordando a personas que atraviesan crisis en su vida matrimonial.
Las crisis en la vida son parte del crecimiento y maduración, de nuestra naturaleza humana, de nuestras pérdidas y carencias... Pero también, son el rostro de nuestra ingenuidad como de nuestras enfermedades del alma.
Llevaba 38 años aquel hombre tullido, imposibilitado de caminar. Cuando pensaba quedar sano, otro se le adelantaba. Hasta que Jesús se atravesó en su camino (Juan 5, 1-16) y lo sanó.
¿Cuántos años llevamos como pareja o cónyuges? A lo largo de esos años, ¿qué hemos dejado de hacer que ahora estamos en una profunda crisis?
Le pregunté a una amiga qué había hecho para sostener juntos el matrimonio. Ella me respondió con estas palabras:
"Nosotros no hemos estado excentos de problemas, pero la clave ha sido el diálogo constante y el estar tomados de la mano de Dios. El amor prevalece y ambos estamos dispuestos a escucharnos y perdonarnos. Los pequeños detalles siempre están presentes y evitamos la rutina, siempre nos sorprendemos y compartimos muchos momentos dentro y fuera de casa que nos hacen sentir más unidos".
Y las crisis y dificultades no han desaparecido. Siempre unidos, siempre fieles, siempre llenos de coraje. ¿Por qué? Porque no depositaron su sanidad en la piscina como el paralítico, sino en Jesús.
Cada matrimonio es diferente, porque todos lo somos. Sin embargo, hay una realidad que poco recordamos. Que el matrimonio está formado por dos para ser uno solo, uno solo en cualquier circunstancia y desafío. Frente a una crisis o dificultad, hay que hacerle frente como uno solo, apoyándonos mutuamente, quitándonos las máscaras, las murallas y despejando esa neblina que oculta las verdades. Nos olvidamos de dialogar, de salir juntos, de intercambiar detalles, de volver a lo bueno y hermoso de lo que nos unió y nos ha mantenido vivos, amados.
Cuando veamos que la pareja se doblega, empieza a caer, se distancia, enmudece, se enfría... Si vemos que alarga el otoño en su vida, vayamos y abracémosla, tomemos suavemente sus pétalos y reguemos sus raíces de amor verdadero.
¿Quieres sanar tu matrimonio? No te he preguntado si quieres salvarlo, sino sanarlo. Coloca en el centro a Jesús. Él te preguntará si quieres sanar. Te responderá: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». No importa si es sábado o cualquier otro día importante.
Jesús que sabe de tus fragilidades y tropiezos, te dirá de nuevo: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Eso significa, que habiendo sido perdonado, sanado, te recuerda que no eches marcha atrás volviendo a pecar, a caer en la vida pasada, porque te podría ocurrir algo peor. Algo de lo que jamás podrás superar.
Hay que ser muy honesto en la vida. Ser fiel no es una opción, es una dirección. Porque como todo en la vida, la responsabilidad es una exigencia moral, ética.
A los jóvenes les digo siempre: "No te involucres en una relación amorosa si no eres capaz de ser responsable de tus acciones y pensamientos. Porque, las personas merecemos la totalidad del amor".
Elige florecer. Es decir, renacer de nuevo. Depositando nuestro amor en Jesús, el sagrado matrimonio en manos de Jesús, es posible volver a amar como él nos amó.



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