EL ÚLTIMO SACERDOTE

Y se llenó la ciudad de profetas. Todos predicaban en calles y templos como vendedores de sueños.

Algunos perseguidos, otros enjuiciados, y hay quienes viviendo a escondidas. La confusión reinaba y cada uno erigía su tabla de salvación.

El ateísmo y la indiferencia habían tomado por sorpresa a la fe. El Cristo era considerado un anatema y las iglesias se convirtieron en unos reclusorios. El comercio se adueñaba de las almas sin Dios.

Casi como desaparecido vivía en un lugar alejado un sacerdote católico. Tenía como lugar de encuentro las casas de las familias del pueblo.

Como en tiempos muy antiguos se reunían como hermanos, leían la Palabra y cantaban. Oraban sin cesar y se animaban entre sí, porque la Palabra era perseguida con fiereza.

El pastor del pequeño rebaño era parte de la familia, pues la humildad y sencillez gozaban del beneplácito de todos.

Y transcurrieron los tiempos y fue envejeciendo, entre enfermedades y gozos el anciano sacerdote celebraba como el primer día de su ordenación.

He aquí que enfermó de gravedad y fue llorado por todos. Los discípulos, hombres y mujeres encendieron luces y llevaron flores. Levantaron en alto el Libro Sagrado, partieron el pan juntos y cantaron con alegría. Y fue entonces, que el Cristo se mostró ante ellos y los nuevos tiempos llegaron.

Sólo los elegidos fueron tomados y vivieron por siempre a lo largo del Universo como embajadores de su Palabra.