EL RESCATE
- estradasilvaj
- 7 jun 2022
- 3 Min. de lectura
La figura de José, esposo de María tienen una conexión con el Evangelio de Mateo (20, versículos 17...).
Resulta que la madre de los hijos de Zebedeo le pidió a Jesús privilegios para sus hijos.
Cualquier madre busca la mejor posición para sus hijos. Ella sabe qué es el sacrificarse por un hijo.
Pero Jesús va más allá del sacrificio mismo, de esa solicitud que al fin al cabo responde: que no es suyo el conceder semejante pedido.
Tanto José cómo Jesús no vinieron a nosotros para ser protagonistas, o de buscar reconocimientos, posiciones o méritos.
La educación de este mundo que nos toca vivir nos enseña que hay que ser el primero, el ganador, el líder... Y desde temprana edad enseñamos y decimos a los hijos a ser protagonistas, a alcanzar metas grandes, porque sino serán quizás, unos perdedores, un "don nadie". Y así dotamos a la acumulación de dinero, al ascenso en un puesto laboral, al triunfalismo de valores absolutos.
Por un lado, José con su vida nos muestra la verdadera humildad, no esa de "agachar la cabeza" y de decir: "sí señor, ordene!", o de "estar sometido" como un esclavo, o de "vivir como un alienado" sin capacidad de pensar, decidir o de ser libre.
Es esa actitud de estar abierto a la voluntad de Dios, dispuesto a esperar y obrar con sano juicio protegiendo la responsabilidad que Dios mismo nos ha encomendado: la familia, nuestro hábitat, nuestra propia salvación.
José también nos enseña a asumir una paternidad íntegra, desprovista del autoritarismo y de esa violencia y abusos que en nuestros días vemos frecuentemente en contra de la mujer: esposa, hija, compañera, madre, o trabajadora. El aumento de los feminicidios es escandaloso, indignante!
José también es ese hombre o mujer que se encamina de regreso al escuchar la voz de Dios hacia la misión que no conoce a ciencia cierta. Es que esperando, cree y se pone en marcha.
La fe es ese abandono en la esperanza de la promesa de Dios. Igual actitud que la de su esposa María: "hágase en mí según tu palabra".
Jesús sella ese modelo del enviado por Dios. Y es ahí donde el cristiano debe imitar celosamente.
Porque ya lo hemos visto mucho antes y ahora. Los cristianos no de palabra o títulos, sino de práctica son perseguidos, cuestionados, criticados.
Trabajan como uno más del pueblo, pagan sus impuestos porque "dan al César lo que es del Cesar y a Dios, lo que es de Dios". No viven un divorcio o dicotomía entre su fe y su vida. Se esfuerzan porque han aprendido a esperar, a escuchar, a leer la voz de Dios en su interior, pero también, en los acontecimientos.
Jesús nos enseña que la vocación cristiana es el servicio a los demás. No esa de lucrarse o corromperse por los innumerables vicios del pasado y presente siglo. No esa de acumular más y más, de comprar y engañar conciencias y espíritus humanos.
Jesús, incluso nos dice que el servicio a los demás implica "dar la vida" por ellos. Eso para mí es la expresión máxima del amor.
He visto muchas personas que han dado la vida por los demás. No tanto por un ideal, o una ideología sea cual fuera, una orden del jefe civil o castrense, o por vanagloria o insensatez. Todas son diferentes. Sino, por arriesgar todo por una esperanza, por un palmo de libertad.
Nos encaminamos al encuentro de Jesús que dio su vida por nosotros en la cruz. Una y otra vez esa cruz nos interpela a cada uno nuestra manera de vivir.
"...el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". (Mateo 20:28)




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