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EL PODER DE LA ORACIÓN

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 7 jun 2022
  • 2 Min. de lectura

Creo que la mayoría de los que somos creyentes, no sabemos orar. Porque también el frío e indiferente en algún momento de su vida ora. Orar no es rezar, decir frase tras frase. Es casi siempre escuchar.

Todos recordamos aquel momento en que los Apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñará a orar y cómo Jesús les respondió.

También a lo largo del Antiguo Testamento leemos cómo Noé, Abraham, los Profetas y hombres amados por Dios buscaban, recurrían, conversaban con Dios. Jesús constantemente, por las noches, a veces hasta el amanecer pasaba orando horas.

Nosotros nos ponemos a rezar cuando estamos en peligro, enfermos, angustiados, desconcertados o para pedir algo. Y si no recibimos respuesta, nos enfadamos. Eso no es oración.

En lo personal, tengo varias experiencias muy ricas de cómo la oración ha llenado mi vida de Dios. No acabo de hacerlo. Y siempre quedo en deuda con Dios y con muchas personas que me piden orar por ellas o por sus familiares.

Me abandono a la voluntad de Padre, pero también tengo que obrar bien, que caminar sobre su sendero y sobre todo, enfrentar la tentación de Satanás.

Recuerdo en mi Noviciado cómo el Director espiritual nos enseñó el Método de oración de San Juan Bautista De La Salle. Confieso que me resultaba complicado y casi nunca terminaba con él. Pero creo en mí un profundo deseo por orar. Las actividades del día y el sueño de la noche me vencían. Más adelante, el descuido de la oración en común y personal me expuso a las tentaciones del mundo. Fue entonces, que las pruebas y fragilidades me enseñaron cuán necesaria es la vida de oración para ser fiel a Dios y permanecer así, en su Voluntad, descubrirla y amarla.

Jesús ama a su Padre, porque los dos son uno. Lo dijo bien claro: "Si alguien Me ama, guardará Mi palabra; y Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada". (Juan 14, 23)

Conozco el poder de la oración y lo he visto en la conversiones de hombres y mujeres a Cristo y en las sanaciones de enfermos. Pero no en esos teatros públicos, sino en cómo Dios va actuando a su manera en el corazón convertido.

Le digo de todo corazón, aférrase a Jesucristo enteramente, sin miedo, confiadamente, y haga de ahora en adelante lo que Él mismo nos dijo:

"Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará". (Mateo 6, 6)

No olvidaré su nombre en mis plegarias.

 
 
 

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