EL JUSTO ACOSADO
- estradasilvaj
- 29 abr
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«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso:
se opone a nuestro modo de actuar,
nos reprocha las faltas contra la ley
y nos reprende contra la educación recibida;
presume de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo de Dios.»
(Sabiduría 2,12-13)
Las palabras del libro de la Sabiduría resuenan con fuerza, como un eco milenario que atraviesa los siglos para confrontarnos hoy. Aunque fueron escritas hace más de dos mil años, describen con precisión quirúrgica lo que muchos viven actualmente: ser rechazado por buscar la verdad, ser marginado por elegir la coherencia, ser ridiculizado por atreverse a vivir según principios que no encajan con la lógica dominante.
El justo no es molesto porque hable mucho, sino porque vive de un modo que denuncia silenciosamente. Su presencia es espejo y faro: refleja lo que otros no quieren ver y señala un rumbo que muchos temen seguir. En tiempos donde la apariencia pesa más que la verdad, la sola existencia del justo resulta fastidiosa.
Vivir con autenticidad es una forma de rebelión. Y toda rebelión, aunque sea pacífica, incomoda. El justo paga el precio de la coherencia: la soledad, la crítica, la burla, el aislamiento. En palabras del Evangelio:
"La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas"** (Jn 3,19).
La justicia, entendida como rectitud interior y fidelidad a Dios, no es un adorno moral, sino una amenaza a los sistemas que se nutren de mentira, ambición y egoísmo. Por eso el justo molesta: pone en evidencia que otra vida es posible, que hay opciones que no se rigen por la ley del más fuerte ni del más ruidoso.
El pasaje de Sabiduría revela una estrategia muy conocida y tristemente vigente: primero se ridiculiza al justo, luego se lo acusa de soberbia, y finalmente se lo elimina. El objetivo es siempre silenciar su testimonio.
"Presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios". Esta acusación no es ingenua: pretende deslegitimar su fe, convertir su confianza en Dios en arrogancia. Quien molesta con su verdad termina siendo etiquetado como fanático, radical, peligroso.
Esto le pasó a Jeremías, quien clama:
"Yo era como un cordero manso llevado al matadero" (Jer 11,19).
Y a Jesús, que fue condenado no por hacer el mal, sino por no callar ante el mal.
En la Biblia, el justo no es solo una buena persona: es un profeta encarnado. Su vida misma es mensaje. Sin discursos, su testimonio confronta. Sin pancartas, su compasión transforma.
Jesús advirtió:
"Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes"** (Jn 15,18).
Seguirlo implica entrar en tensión con la cultura de turno. No por capricho, sino por fidelidad.
Frente al rechazo, aparece la tentación más sutil: callarse. Pasar desapercibidos. Bajar la cabeza. Adaptarse. Pero el silencio del justo es complicidad.
El mismo Dios se lo advirtió a Ezequiel:
"Si tú no hablas para advertir al malvado, yo te pediré cuentas de su sangre" (Ez 3,18).
La lucha del justo no es solo ética o política, sino espiritual. San Pablo lo expresa así:
"Nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los poderes de este mundo de tinieblas" (Ef 6,12).
Por eso, el rechazo al justo no es solo reacción humana, sino signo de una guerra invisible entre la luz y la oscuridad. El justo es, sin saberlo, un testigo del Reino.
Jesús es la encarnación del justo anunciado por Sabiduría. Fue acusado de blasfemo, rechazado por los suyos, condenado por decir la verdad. Cumplió en carne propia estas palabras:
"Nos resulta fastidioso... se llama a sí mismo hijo de Dios".
Y sin embargo, no se defendió con violencia, sino con amor. No contraatacó, sino que perdonó. No buscó venganza, sino redención.
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
En la vida cotidiana, ser justo es tan simple como valiente:
- No sumarse a chismes cuando todos critican.
- Elegir la honestidad cuando otros eligen atajos.
- Defender al débil aunque eso cueste popularidad.
- Ser compasivo en medio de la indiferencia.
Es vivir como si Dios importara. Porque importa.
"Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas lo libra el Señor" (Sal 34,19).
Ser justo hoy es ir contracorriente. Es vivir con esperanza cuando todo invita al escepticismo. Es apostar por la verdad en una era de postverdades. Es ser luz sin estridencias.
El justo no busca brillar, sino ser fiel. Y su luz, aunque pequeña, tiene el poder de encender fuegos que no se apagan.
"Los justos vivirán para siempre, su recompensa está en el Señor" (Sab 5,15).
Que esa promesa sea nuestro consuelo y nuestra fuerza. Porque al final, la verdad prevalece, el amor vence y la justicia de Dios nunca llega tarde.
¿Qué podemos aprender para nuestra vida hoy en día?
1. La coherencia incomoda: No temas vivir con fidelidad a tus valores, aunque eso moleste a otros. Tu integridad vale más que la aceptación social.
2. El rechazo es parte del camino: Si eres criticado por hacer el bien, estás en buena compañía. También lo fueron los profetas y el mismo Cristo.
3. Tu vida es un mensaje: Aun sin palabras, tu forma de vivir puede ser luz para otros. No subestimes el poder de un testimonio sencillo y fiel.
4. No te calles ante la injusticia: Tu voz puede despertar, inspirar y consolar. No la escondas por miedo.
5. La lucha es espiritual: No te desgastes odiando personas. Enfócate en combatir el mal con el bien, el odio con amor, la mentira con verdad.
6. Jesús es el modelo: Sigue sus pasos. Fue justo, compasivo, valiente y fiel hasta el final. Y su victoria es también promesa para ti.
7. Tu pequeña fidelidad cotidiana transforma: Amar en lo simple, ser justo en lo cotidiano, perdonar en lo oculto: ahí también está el Reino.
8. La recompensa está en Dios: No esperes premios inmediatos. Confía en que Dios ve tu corazón y te sostendrá.
9. No caminas solo: Aunque el mundo te rechace, Dios te llama hijo. Esa identidad es tu fuerza.
10. La verdad siempre prevalece: Puede tardar, pero nunca fracasa. Y el justo, al final, brillará como el sol en el Reino de su Padre (cf. Mt 13,43).




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