EL HERVOR DE LA OLLA
- estradasilvaj
- 17 sept 2022
- 3 Min. de lectura
Estaba sentado junto a unos niños muy pequeños, cuando de pronto llegó la madre de uno de ellos, del más chiquito y le dijo enfurecida un reclamo que un adulto lo entendería como un reproche producto de un enojo, mal entendido o de un mal carácter. Me quedé sorprendido, mientras el niño la quedó viendo, la escuchó y continuó lo que estaba haciendo con su hermano. Me pareció no afectarle en ese momento.
Aquel espectáculo se pareció al hervor de una olla cuyo contenido sobrepasó la temperatura del cocimiento.
Esa noche oré por esa mujer y por su hijo.
Hay personas que no pueden controlar su temperamento, son bipolares y a veces son destructivas, causan mucho daño a sí mismas y a los demás.
Conozco a varias personas como ella y he llegado a descubrir que en su interior libran una batalla. Son mal educadas, variables y de baja autoestima. Con alguna de ellas he tenido la oportunidad de conversar sobre el asunto, pero con otras ha sido muy difícil por la muralla que ponen de frente.
En lo personal, siento mucha tristeza por sus hijos pues el daño que le hacen es a veces irreparable. Y es todavía peor, cuando el padre o la madre recurre a la violencia física o psicológica.
Se ha escrito y aconsejado acerca sobre estos temas y escenas tan deplorables y dañinas para las personas y grupo familiar.
Aún así, me atrevo a compartir tres reflexiones que quizás sean útiles considerar.
1. La inmadurez. Es muy importante en el desarrollo de la personalidad el amor y respeto a sí mismo. Son dos corazas que los padres deben de preservar como fundamental en la vida de sus hijos. Los actos de cualquier tipo de violencia o conducta que exaspere la respuesta del niño o adolescente causa rechazo, desmoralidad, odio, depresión y daños a relaciones futuras.
Hay que aprender a madurar correctamente como padres y como hijos, como personas. De ahí, es que estos bloqueos y conductas desestabilizan la comunicación y relaciones humanas asertivas.
Aprenda a conocerse a sí mismo y de reestructurar su forma de pensar, de sentir y actuar, porque sino será esclavo de sus emociones negativas y de una comprensión de la realidad muy distorsionada. Déjese aconsejar adecuadamente por un profesional.
2. El entorno influyente. El contexto y la realidad en que cada uno vive es determinante en lo que somos y actuamos. De ahí, qué importante es aprender a manejar el influjo que ejerce el entorno donde vivimos, trabajamos y actuamos.
La mayoría de personas son presa de las influencias exteriores, de la propaganda, las redes sociales, los prototipos estereotipados televisivos o del cine, ideas toxicantes y chismería.
Una educación basada en buenos y sólidos valores humanos y éticos es necesaria para una vida saludable, realizada y feliz.
3. La fortaleza interior. Aquellos que creen que la fortaleza física o belleza exterior son atractivo exitoso, en realidad son muy débiles y frágiles en su estado interior. Es curioso observar la fragilidad de estas personas frente a las enfermedades o sucesos en los que se ven incapaces o quebrantados.
Las correctas y sanas relaciones humanas contribuyen a fortalecer la vida interior. La práctica de una relación con lo divino desprovista de supersticiones y de un misticismo negativo, sincera y profunda también nos fortalece.
Debemos algún día comprender que lo humano que no aspira a lo divino queda en el vacío.
La vida interior que no está llena de amor está en serio peligro. Sólo Dios puede saciar ese vacío y esa sed en contextos y realidades humanas y sociales muy duras.




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