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EL DIOS DE MI INTERIOR

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 1 Min. de lectura

En la vasta bóveda de mi alma,

un Dios pequeño y radiante respira.

No es trueno ni fuego devorador,

sino brisa tibia en la flor dormida.

Caminante silente en mi pecho oscuro,

con los pies descalzos de luz estrellada,

ilumina con huellas de oro puro

las sombras que yacen en mi morada.

Su voz es un eco de mar en calma,

un latido oculto en la melodía

de cada hoja que besa el alba,

de cada gota que al río envía.

Es la voz que al miedo torna ceniza,

y en la tiniebla siembra luceros;

es la mano que en mi caída

me ciñe el alma con mil veleros.

Dios de los lirios, Dios de la brisa,

Dios de los cántaros llenos de vida,

se esconde en la risa de los niños

y en la nostalgia de las heridas.

Cuando la noche tiende su manto

y la duda al alma muerde,

Él es la chispa que sigue brillando

aunque todo a su fin desciende.

No mora en templos de piedra fría,

ni en altares de oro muerto;

baila en la danza de cada día,

late en la entraña de mi silencio.

Dios sin nombre, Dios sin rostro,

Dios de barro y de rocío,

sabe mi angustia, mi gozo escondido,

es mi raíz y mi destino.

Lo hallo en la brisa, lo hallo en el beso,

lo hallo en los surcos de mis heridas.

Es el fuego que nunca cesa,

la voz que siempre me resucita.

Así en mi pecho canta y mora,

como un sol que nunca expira.

El Dios de mi interior despierta

y en mi ser entero brilla.

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