EL DEFENSOR

"...os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor." (Juan 16:7)

Nadie esperaba que sucediera. Cuando uno ama mucho a alguien, ocurre que se marcha muy pronto y quizás, no lo volvamos a ver.

Qué fácilmente nos atamos a lo que es bueno y satisfactorio, y nos olvidamos que es pasajero como el agua que cae del cielo y se va sin detenerse. Pero hay quienes se atan a la maldad y al pecado causando dolor y sufrimiento a muchos. Sus vidas no creo sean gozosas ni largas.

Pues me he encontrado con una mujer que le conocí hace tiempo atrás y nos hicimos amigos. En ese entonces, llena de vida y vigor vivía muy a gusto y mucha gente hablaba de ella muy agradecida y llenos de admiración. Yo también la admiraba y teníamos conversaciones de altura sobre diferentes asuntos sociales, políticos y religiosos. Aprendíamos juntos a ver el mundo desde muchas ópticas.

Supe que desde hace meses su salud está en alto riesgo enfrentando un cáncer devastador. No la he visto desde entonces y aunque he seguido su martirio a través de amigos y parientes, no deja de afectar mi corazón por tan extraordinaria mujer.

No sé lo que sucederá y aunque no hay día que ore por ella, sé que un cáncer destierra nuestra vida, pero no nuestras esperanzas.

Ya he perdido este año a dos amigas muy apreciadas. Y cuando medito las palabras de Jesús diciendo a sus Apóstoles que es necesario que el se vaya, porque sino, no vendrá el Defensor, se me han ocurrido unas reflexiones para quienes viven tan dura experiencia de sufrimiento y dolor corporal.

1. El sufrimiento es inevitable a lo largo de toda vida. Qué no hacemos para no sufrir tanto dolor. Lo único que podemos hacer es desde temprana edad vivir una vida sana y activa en todos los órdenes. Aún así, las pruebas y enfermedades llegarán tarde o temprano. Pero, podemos aprender a sufrir bien. Porque el sufrimiento nos viene como la vida misma. Qué podemos aprender del sufrimiento humano?

2. Convivir conmigo mismo y con quiénes también sufren. Enfrentarlo como una adversidad y no como un castigo. Salvo que merezca ser castigado por actos bochornosos y perversos.

Apreciar la paz interior y los muchos ratos de soledad. Ellos nos pueden ayudar a reconstruir nuestra vida y llenarnos de esperanzas, pues la vida es un punto tras otro hasta que se acaba.

Amar lo que somos y llevamos dentro como un tesoro muy valioso y que no nos hemos dado cuenta de la oportunidad de disfrutarlo cada segundo que pasa.

Comprender que el alma que nos acompañado todos esos años vividos es ahora el fondo y el contenido de un cuerpo quebrantado. Esa luz interior que Dios depositó en cada uno debe aliviar las dolencias como un bálsamo y enjugar nuestras heridas con la confianza que el beso de Cristo sobre la llaga nos dará salud y serenidad.

3. Orar, y no me aburro de hacerlo y decirlo. La oración es una medicina muy eficiente para el sufrimiento. Nos mantiene vivos el mayor tiempo posible y nos alienta hasta el final. Yo le aseguro que si usted ora con todo su corazón y mente, que si oran por usted y con usted, Dios está allí. Y su vida no será más un cauce perdido. Al menos, en mi caso no hay día que no veo al cielo y le agradezco a Dios por el sol y la luna que iluminan mis huellas.

4. No deje de sonreír. Disfrute cada instante a plenitud. Habrá asuntos pendientes, importantes quizás. Pero, lo mejor lo posee usted adentro. Las historias oscuras, arrójelas lejos y acoja lo bueno y fértil del amor que le tributan. Sea agradecido en todo momento.

5. Sepa que no está solo aunque se sienta solo. No estamos solos. No somos huérfanos.

Ahora, viene el Defensor. El Espíritu que llenará todo vacío, dará luz a la oscuridad, gozo a la tristeza, plenitud a lo inacabado, realidad a lo imposible, salud al quebranto.

Para el que ha sufrido, sabrá por su fe y fidelidad al Señor que lo nuevo ha de llegar, porque Él nos ha prometido que "hará todas las cosas nuevas".

¡Quién como Dios!