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EL AMOR Y EL SERVICIO DE JESUS: UN CAMINO A IMITAR

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 5 Min. de lectura

Imagina que estás en una cena muy especial. Todos están esperando a que alguien sirva la comida, prepare los asientos y reciba a los invitados. Pero, de pronto, el más importante de todos, aquel que todos admiran, se levanta, se ata una toalla a la cintura… ¡y empieza a lavar los pies de los demás!

Eso fue exactamente lo que hizo Jesús en la Última Cena. Él, el Hijo de Dios, se arrodilló ante sus discípulos y les lavó los pies. Fue un gesto tan inesperado que Pedro, uno de sus amigos más cercanos, le dijo: «¡Jamás me lavarás los pies!» (Juan 13,8). Pero Jesús le respondió con firmeza: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo».

¿Por qué hizo esto Jesús? Porque quería enseñarnos que el verdadero amor no se queda en palabras, sino que se convierte en servicio.

En la Última Cena, Jesús compartió su última comida con sus discípulos antes de morir en la cruz. Pero no fue una cena cualquiera. Fue un momento lleno de enseñanzas, amor y entrega.

Jesús les dijo a sus discípulos algo muy profundo:

«Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19).

Y después, al ofrecerles el cáliz con vino, añadió:

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros» (Lucas 22,20).

Con estas palabras, Jesús mostró que su vida era un regalo, un acto de amor total. Pero también estaba dejando una misión: "Haced esto". Es decir, ustedes también deben aprender a darse, a entregarse por amor.

En tiempos de Jesús, los caminos eran de tierra, la gente usaba sandalias, y los pies se ensuciaban mucho. Por eso, cuando alguien llegaba a una casa, era común que un sirviente lavara sus pies. Era un trabajo bajo, reservado a los esclavos.

Y sin embargo, Jesús —el Maestro, el Señor— hizo eso por sus discípulos. El Evangelio lo cuenta así:

«Se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos» (Juan 13,4-5).

Después de hacerlo, les dijo:

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Juan 13,12-14).

Jesús nos está diciendo: El verdadero amor se demuestra sirviendo, ayudando, estando cerca del que más lo necesita.

Muchos niños y jóvenes podrían preguntarse: “¿Pero yo cómo puedo lavar los pies de los demás?” Tranquilo, no se trata solo de agarrar una palangana con agua. Lo que Jesús nos enseñó fue una actitud de vida.

Lavar los pies hoy puede significar:

-Ayudar a un compañero que tiene dificultades para aprender.

-Ceder tu asiento a alguien que lo necesita.

-Escuchar con paciencia a un amigo que está triste.

-Compartir lo que tienes, aunque sea poco.

-Pedir perdón y perdonar de corazón.

Cada vez que haces algo así, estás siguiendo el ejemplo de Jesús. Estás lavando los pies de tu prójimo.

A veces creemos que el amor es solo un sentimiento bonito, como cuando vemos una película romántica o decimos “te quiero” a alguien. Pero el amor del que habla Jesús es mucho más. Es una decisión. Es entregarse. Es actuar.

San Juan, el discípulo amado, lo explicó así:

«Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (1 Juan 3,18).

Eso significa que el amor cristiano se ve. Se nota. Se demuestra. No se queda en palabras vacías.

5. Jesús nos da el mejor ejemplo

Jesús no solo nos enseñó con palabras. Él fue el primero en vivir lo que predicaba. No vino a que lo sirvieran, sino a servir:

«El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28).

En su vida, Jesús tocó a los enfermos, abrazó a los niños, defendió a los pobres, lloró con los que sufrían y dio consuelo a los que estaban solos. Y, lo más grande: entregó su vida por nosotros en la cruz.

¡Ese es el amor más grande!

«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15,13).

6. ¿Qué podemos hacer nosotros hoy?

No todos estamos llamados a hacer cosas heroicas como los santos mártires o los grandes misioneros. Pero todos —sí, todos— podemos servir. En casa, en la escuela, con nuestros amigos, con los desconocidos. El amor de Jesús puede vivirse en lo cotidiano.

Aquí van algunas ideas prácticas:

Para niños:

Ayudar a poner la mesa sin que te lo pidan.

No pelear con tus hermanos por un juguete.

Hacer un dibujo para alegrar a alguien enfermo.

Rezar por tus amigos.

Para adolescentes:

Ser voluntario en actividades de ayuda a los demás.

Defender a quien es burlado o excluido.

Visitar a personas mayores o enfermas.

Usar las redes sociales para compartir cosas positivas.

7. Un mundo diferente es posible

Cuando vivimos el amor como Jesús nos enseñó, cambiamos nuestro entorno. Las palabras dulces, los gestos pequeños, las acciones generosas tienen un poder transformador.

Imagina una escuela donde todos se respetan, se ayudan y se escuchan. Una familia donde todos se perdonan, se cuidan y se animan. Una comunidad donde nadie queda solo. Eso es lo que Jesús soñó para nosotros.

San Pablo lo dijo así:

«Sed amables unos con otros, compasivos, y perdonaos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4,32).

8. María, la servidora alegre

Nuestra Madre María también es modelo de servicio. Cuando supo que su prima Isabel estaba esperando un hijo, no se quedó tranquila en casa, sino que fue corriendo a ayudarla.

«María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» (Lucas 1,39).

Ella no se preocupó por sí misma, sino que pensó en los demás. Por eso decimos que es la “esclava del Señor” (Lucas 1,38), es decir, la que está siempre lista para servir.

9. ¿Y si no me sale?

Es normal equivocarse. A veces no tenemos ganas, estamos cansados o nos domina el egoísmo. Pero Jesús también nos ayuda con eso. Él conoce nuestras debilidades y nos da su gracia.

Lo importante es intentarlo, pedirle ayuda en la oración y levantarse cada vez que uno cae.

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4,13).

Conclusión: ¡Vamos a lavar los pies con el corazón!

Jesús, en la Última Cena, no solo nos dio el Pan de Vida. También nos dejó una gran enseñanza: el amor se demuestra sirviendo. El más grande es el que más ama, y el que más ama es el que más sirve.

Querido niño, querida joven, no pienses que tu vida no puede cambiar el mundo. Cada vez que eliges amar, perdonar, ayudar, consolar, estás haciendo presente el Reino de Dios.

Así que… ¡manos a la obra! O mejor dicho: ¡corazón al servicio!

Oración final

Señor Jesús,

Tú que lavaste los pies a tus discípulos,

enséñame a servir con alegría,

a amar sin esperar nada a cambio,

y a vivir como Tú viviste:

con el corazón abierto y las manos dispuestas.

Que mi vida sea un reflejo de tu amor.

Amén.

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