top of page

EL ALBA DE NUESTRA FE

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 4 Min. de lectura

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro” (Jn 20,1).

La resurrección de Jesús no ocurre bajo reflectores ni con fuegos artificiales. Ocurre en silencio, en la oscuridad, en la incertidumbre de la madrugada. La fe cristiana nace en el corazón de la noche, cuando todo parece perdido y solo queda el eco de una esperanza herida.

María Magdalena camina hacia el sepulcro movida por el amor, no por la lógica. Ella no espera una resurrección; solo quiere honrar al que ha muerto. Y ahí, en ese gesto de fidelidad sin esperanza, la gracia se manifiesta.

Esta escena nos revela algo poderoso: la vida de fe auténtica no comienza con certezas, sino con pasos dados en la penumbra. Dios no espera que entendamos todo, sino que caminemos hacia Él, incluso sin comprender.

El sepulcro abierto: un signo que exige una lectura nueva.

“Vio la piedra quitada del sepulcro” (Jn 20,1b).

El primer signo visible del acontecimiento pascual no es un ángel ni una aparición, sino la ausencia: un sepulcro vacío, una piedra movida. Jesús no está donde esperábamos que estuviera.

Esto trastoca nuestra manera de buscar a Dios. Nos desafía a no encerrar nuestra fe en moldes rígidos. El sepulcro abierto es una provocación: ¿y si Dios está actuando donde no lo imaginamos? ¿Y si su presencia se revela en la ausencia?

Creer en la resurrección es atreverse a leer la vida con nuevos ojos. Es mirar lo que parece vacío y descubrir que allí puede brotar la gloria. Como dice San Pablo: “Lo necio del mundo lo eligió Dios para confundir a los sabios” (1 Cor 1,27).

“Pedro y el otro discípulo salieron hacia el sepulcro. Corrían los dos juntos...” (Jn 20,3-4).

No basta con observar. Ante la noticia desconcertante de María, Pedro y Juan corren. La fe no es estática, no se queda en teorías: empuja, moviliza, inquieta.

Juan corre más rápido, pero espera a Pedro. Hay en este gesto una enseñanza preciosa: en el camino de la fe no todos corremos al mismo ritmo, pero sí debemos caminar juntos. La fe se comparte, se discierne, se vive en comunidad.

El discípulo amado (Juan) representa a quien cree desde el corazón; Pedro, a quien lidera con fortaleza pero también con fragilidad. Ambos son necesarios. La Iglesia no se construye solo con místicos o solo con pastores, sino con el encuentro fecundo de ambos.

“Entró también el otro discípulo... vio y creyó” (Jn 20,8).

Este versículo es una joya espiritual. Juan no ve a Jesús resucitado. Ve los lienzos y el sudario. Y sin embargo, cree. Cree no por lo evidente, sino por lo sutil. Cree porque ama.

Esta es la madurez de la fe: creer incluso sin ver. No esperar pruebas espectaculares. Aprender a leer los signos de Dios en lo cotidiano, en lo frágil, en lo que parece insignificante.

Jesús había dicho: “Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). Juan se convierte en prototipo de esa fe pascual que no exige demostraciones, sino que se entrega con confianza.

“Pues aún no habían entendido la Escritura: que él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9).

Este versículo final es profundamente honesto. Nos recuerda que incluso los primeros testigos no entendieron todo de inmediato. La fe necesita tiempo, aprendizaje, revelación. Nadie nace sabiendo cómo interpretar la resurrección. Se aprende en el camino.

La Escritura no se comprende desde la lógica humana, sino desde la experiencia vivida. Solo después de vivir el encuentro con el Resucitado, las palabras proféticas cobran sentido.

Por eso, la vida cristiana es una permanente pedagogía espiritual: vamos entendiendo a medida que caminamos. Lo importante es permanecer abiertos, humildes, disponibles.

El texto de Juan 20,1-9 no solo relata un hecho del pasado. Es una invitación viva y constante a vivir con coherencia y vitalidad la fe.

Coherencia: porque no podemos proclamar que Cristo está vivo y vivir como si estuviera ausente.

Vitalidad: porque la resurrección no es solo una idea; es una energía divina que nos renueva por dentro.

Creer en la resurrección significa:

+No rendirse en medio del dolor.

+Buscar a Dios incluso cuando todo parece oscuro.

+Leer los signos de esperanza donde otros ven vacío.

+Caminar con otros, respetando su ritmo.

+Amar antes de comprender.

+Ser pacientes con nuestro proceso espiritual.

El sepulcro está vacío. No porque la historia terminó, sino porque apenas empieza.

Aquí te dejo siete prácticas:

1. Ora en la madrugada al menos una vez por semana.

Imita a María Magdalena. Levántate antes del amanecer y dedica un momento de oración en silencio. Es una forma poderosa de conectar con Dios en la oscuridad, como símbolo de fe activa.

2. Haz un “examen pascual” diario.

Cada noche pregúntate:

-¿Dónde vi a Dios hoy?

-¿Dónde lo busqué y no lo encontré?

-¿A qué sepulcro corrí hoy, esperando vida o consuelo?

Esto afina tu mirada espiritual y te hace más consciente del Dios que actúa.

3. Practica la presencia resucitada.

Cuando sientas vacío, repite interiormente: “El Señor ha resucitado”. Esto puede aplicarse en momentos de estrés, cansancio o soledad. Es una forma de encender una llama interior que recuerda la verdad más poderosa.

4. Lee la Escritura con ojos nuevos.

Toma un evangelio entero durante la Pascua (por ejemplo, Juan) y léelo lentamente, buscando signos de resurrección en cada capítulo. Sube al texto con tu historia, no como quien estudia, sino como quien se deja tocar.

5. Comparte tu fe sin imponerla.

Habla de lo que Dios hace en tu vida, sin discursos largos. Un testimonio sincero vale más que mil sermones. Sé como Juan: alguien que “vio y creyó”, y cuya mirada invita a otros a creer.

6. Abraza la ausencia como parte del camino.

Cuando sientas que Dios “no está”, recuerda que el sepulcro vacío fue el inicio, no el final. Aprende a descubrir a Dios en el silencio, en la ausencia, en lo que aún no entiendes.

7. Vive en comunidad: no corras solo.

Acércate a un grupo cristiano, parroquial, de estudio o de oración. La fe se alimenta en comunidad. Pedro y Juan corrieron juntos. No te aísles en tu camino espiritual. Corre con otros.

Porque el sepulcro está vacío…

¡la esperanza está llena!

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page