DÓNDE ESTÁN NUESTRAS RAÍCES
- estradasilvaj
- 3 nov 2022
- 3 Min. de lectura
Le he comentado a una amiga que empezaré a leer las Encíclicas del amado Papa Pablo VI. Cuando joven estudiante en la Casa de Formación Religiosa me las leí, me apasionaron. Incluso, las llevaba conmigo. Juan XXIII abrió una ventana, pero Pablo VI una puerta, y sus escritos fueron mal comprendidos.
He empezado a leer también dos de las últimas Encíclicas del Papa Francisco. Con franqueza me han impelido hasta muy a fondo por el lenguaje que utiliza. No es fácil entender lo que hay detrás de las palabras de un Papa, pues vivimos tiempos de mucha confusión.
Soy parte de un grupo de oración y llegan cientos de peticiones. Me doy cuenta de la fe en esas personas y de la confianza en la oración. He escrito sobre ello varias veces, pero no creo haber dicho todo. Por eso, yo pido oración por mí, pues no soy tan fuerte como pienso o que las personas creen. No soy tan humilde como debiera de serlo.
Quiero volver al propósito de mis reflexiones. Y es que somos diversos, y entendemos de manera diferente lo que vemos, vivimos y pensamos. El respeto es tan necesario. Yo me equivoco con frecuencia, pero me doy cuenta y trato de corregir. A veces me apresuro en hablar o escribir, debo tener más paciencia. Pienso, que nos falta eso, paciencia consigo mismo y con los demás.
Todos, o casi todos decimos o escribimos que "Dios tiene el control". Pero, ¿nosotros, cada uno? ¿Lo tenemos? No, no lo tenemos. Deberíamos tener el control de nuestros pensamientos, emociones, actos y deseos. Nos hemos dejado influenciar, manipular, confundir, rendir a lo que dicen otros, sin ponernos a repensarlo bien. Los medios de comunicación y las redes sociales nos tienen sometidos. Y, lo que es peor, nos creemos todo. Nuestros niños están debajo de sombra de todo lo que se publica sin filtro alguno en las redes sociales. La tecnología es cada vez más rápida y nos está ganando en la libertad de pensamiento, en la voluntad.
Ya no existe privacidad alguna. Todo lo decimos abiertamente en las redes sociales. Es increíble. Es preocupante. Venimos diciendo que la sociedad ha perdido los valores. No es así. Nos hemos vuelto desconocidos unos a otros. Hasta mentirosos.
Lo que hacemos por el bien de los demás, incluso en casa, es insuficiente. Siempre hay algo más que podemos hacer. Como leí del Papa Francisco: "podemos ser mejores o peores, pero no iguales".
Así que, quiero decir cinco pensamientos en estos momentos para que nuestro espíritu no siga afligido, ni nuestra fe confundida, ni perdamos las esperanzas.
1. Amemos de verdad. Íntegramente, sin mentiras ni engaños. Como Cristo lo hizo. Hasta el final. 2. Sirvamos con generosidad. Compartiendo, no lo que nos sobra, sino lo que tenemos. No podemos continuar siendo insensibles ante tanta miseria y dolor. 3. Oremos con sinceridad y a diario. Basta unos minutos, mejor si fuera más tiempo. Porque en ella encontraremos esa luz que nos hace falta. Oremos unos por otros, porque nos necesitamos. 4. Actuemos más. Hay demasiadas palabras ya dichas. Solidaridad significa para mi justicia. Y la justicia es una hoja de doble filo. No utilicemos aquel que hiera o mata. El odio es el peor dominio del alma. 5. Descansemos lo más posible. Demos lugar a nuestro cuerpo y espíritu de relajarse, de reorganizarse adecuadamente. Yo debería de dar ejemplo en ello. Poco descanso, poco duermo. Pero también veo a los niños y adolescentes atrapados por el celular, la laptop por esos programas que venden un mundo mágico, falso y confuso.
No olvidemos nuestros orígenes como persona y creyente. Estamos llamados a un era que sólo nosotros podemos edificarla bien, en el camino correcto. En el nombre de Dios, no desperdiciemos nuestro tiempo, a nuestras jóvenes generaciones que necesitan un mundo distinto. Dios los bendiga e ilumine. Amén.




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