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DIOS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 18 may
  • 6 Min. de lectura

El pasaje de Hechos de los Apóstoles 14, 5-18 es uno de esos textos que no sólo narran la acción de los primeros misioneros cristianos, sino que también ponen en evidencia el choque de culturas, la fragilidad del ser humano ante lo milagroso, y la paciencia divina al guiar a los hombres hacia la verdad. Es una sección vibrante, dinámica y llena de enseñanzas profundas para nuestra vida actual. Nos confronta con preguntas que siguen vivas: ¿Dónde ponemos nuestra fe? ¿Qué hacemos cuando presenciamos lo inexplicable? ¿Cómo distinguir entre el mensajero y el mensaje?

El capítulo 14 de los Hechos nos sitúa en Listra, una ciudad de Licaonia, donde Pablo y Bernabé continúan su misión evangelizadora. Después de haber huido de Iconio por causa de una inminente persecución, ambos se instalan en Listra para predicar el Evangelio. En este nuevo territorio, de cultura grecorromana y profundamente religiosa, sucede un hecho extraordinario: la curación de un hombre tullido de nacimiento, que no podía caminar.

El asombro de la multitud es tal que malinterpretan lo ocurrido y llegan a una conclusión muy humana: "¡Los dioses han descendido en forma humana!" (v.11). A partir de allí se desarrolla una escena fascinante, que nos revela tanto la apertura como la confusión espiritual de las multitudes, y nos muestra a dos apóstoles con un mensaje claro y una fe inquebrantable.

En los versículos 8 al 10, el autor nos describe al hombre cojo de nacimiento, que escuchaba atentamente la predicación de Pablo. Este, al mirarlo fijamente y ver que tenía fe suficiente para ser curado, le ordena en voz alta: “Levántate y ponte derecho sobre tus pies”. Al instante, el hombre saltó y comenzó a caminar.

Este milagro es un eco claro de los milagros de Jesús y de Pedro, lo que sugiere la continuidad de la obra divina a través de sus apóstoles. Pero lo más impactante aquí es el reconocimiento espiritual de Pablo, al ver que el hombre tenía fe. No se trata solo de una curación física, sino del poder de la fe que activa la gracia. En este sentido, el milagro no solo confirma la veracidad del mensaje cristiano, sino que también es un signo visible de lo invisible: la fe que ya estaba obrando en aquel hombre.

A partir del versículo 11, se da un giro dramático: los habitantes de Listra, al ver el milagro, creen que Pablo y Bernabé son dioses encarnados. A Bernabé lo llaman Zeus y a Pablo, Hermes, pues este era el que hablaba. Incluso el sacerdote del templo de Zeus trae toros y guirnaldas para ofrecer sacrificios ante ellos.

Esta escena, que a primera vista puede parecer casi cómica, es una expresión profunda del anhelo espiritual del ser humano, pero también de su tendencia a malinterpretar las manifestaciones de lo divino. En la antigüedad grecorromana, era común la creencia en dioses que tomaban forma humana para visitar a los hombres. Así que no es de extrañar que una multitud pagana, sin formación cristiana, reaccione de este modo ante un milagro.

Lo que sí sorprende —y aquí radica uno de los puntos centrales del pasaje— es la manera en que Pablo y Bernabé responden.

Cuando Pablo y Bernabé se dan cuenta de lo que la gente intenta hacer, rasgan sus vestiduras, símbolo de gran aflicción y rechazo, y se lanzan entre la multitud gritando:

“¡Hombres! ¿Por qué hacen esto? Nosotros somos hombres como ustedes, con las mismas debilidades” (v.15).

Este gesto es poderoso por varias razones:

-Rechazan todo intento de divinización personal. No caen en la trampa del ego, de la fama, del poder religioso.

-Dirigen la atención hacia el verdadero Dios. No se aprovechan del fervor del momento para ganar popularidad, sino que se mantienen fieles al mensaje original.

-Aprovechan la confusión para predicar. En vez de escandalizarse o enojarse, utilizan la situación para enseñar:

“Les anunciamos la Buena Noticia de que se conviertan al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra…”

Este acto nos recuerda la importancia del mensajero como mero instrumento. Pablo y Bernabé no se interponen entre Dios y el pueblo, sino que sirven como puentes. Esta actitud humilde y valiente es especialmente necesaria en tiempos donde muchas personas adoran más a los “mediadores” que al “Mediador”, y donde no faltan quienes disfrutan siendo venerados.

En su breve pero contundente predicación, Pablo adapta su lenguaje a los oyentes. No cita las Escrituras, porque su audiencia no es judía, sino que parte de la experiencia común: la creación, la lluvia, las cosechas, la alegría de vivir. Les dice que el Dios vivo se ha manifestado siempre, incluso cuando los hombres no lo conocían, dejando “testimonios de su bondad”.

Este es un punto teológicamente muy rico. Pablo se adelanta siglos a la teología de la revelación natural: Dios habla a todos los hombres, en todas las culturas, incluso cuando no tienen aún la plenitud del Evangelio. Así, la bondad de la creación, las leyes de la naturaleza, la belleza y la fecundidad de la tierra son signos de un Dios bueno que busca al hombre.

Esta perspectiva nos invita a ver el mundo con otros ojos: cada flor, cada nube, cada estación del año es un mensaje de Dios que habla en lenguaje universal. Pero también nos recuerda que todo ese lenguaje requiere ser interpretado a la luz del Evangelio, porque la razón sola no basta. Se necesita la fe.

El pasaje termina abruptamente en el versículo 18, con una frase inquietante:

“A pesar de estas palabras, apenas pudieron impedir que la multitud les ofreciera sacrificios.”

Esto es revelador. A pesar de la elocuencia, de la humildad, del milagro, la gente sigue confundida. No se deja convencer del todo. Este desenlace no es un fracaso, sino una muestra de la libertad humana y de la dificultad que implica cambiar una cosmovisión arraigada.

Pablo y Bernabé no pueden forzar la conversión. Solo pueden anunciar, testimoniar, y seguir caminando. No hay milagro que sustituya la libertad del corazón humano.

Este pasaje tiene un eco poderoso para nosotros hoy. Vivimos en un mundo que, aunque se diga secular, sigue adorando falsos dioses. Ya no son Zeus o Hermes, pero sí el dinero, la fama, el cuerpo, la tecnología, el poder. Y también hay una peligrosa tendencia a endiosar a personas: influencers, líderes, políticos, o incluso predicadores. Como en Listra, se nos hace difícil mirar más allá del instrumento hacia el autor verdadero.

A veces, nosotros mismos queremos ser “dioses”: dueños de todo, creadores de sentido, árbitros del bien y del mal. Este pasaje nos grita:

“¡Somos hombres como ustedes, con las mismas debilidades!”

También nos confronta con la necesidad de discernir. ¿Dónde está verdaderamente Dios? ¿En el milagro o en el mensaje? ¿En la figura pública o en la cruz silenciosa?

Por otro lado, nos recuerda que el Evangelio debe anunciarse con un lenguaje que el otro pueda entender. Pablo no se queda con la fórmula judía. Él adapta el mensaje, sin adulterarlo, a una cosmovisión distinta. Eso nos interpela a hablar de Dios hoy no solo desde la doctrina, sino también desde la belleza, la ciencia, la ecología, la historia, el arte.

Y, finalmente, nos da un modelo de humildad y fidelidad: el verdadero misionero no busca que lo aplaudan, sino que la gente vea a Dios. Si al final del día nos miran a nosotros y no a Cristo, algo hicimos mal.

A modo de cierre, estas son algunas enseñanzas concretas que este texto nos deja:

1. La fe abre caminos que la razón no puede prever.

El cojo fue sanado no solo por el poder de Dios, sino porque “tenía fe para ser curado”. La fe es esa puerta interior por la que la gracia entra. Cultivarla es esencial.

2. Los milagros son signos, no fines.

No nos detengamos en el milagro. Miremos más allá. Lo importante no es el espectáculo, sino el mensaje que conlleva.

3. No idolatres a nadie.

Ni líderes religiosos, ni figuras públicas, ni ideologías. Todo lo bueno que ves en otros es reflejo del Dios vivo. No te detengas en el espejo: busca la luz.

4. Evangeliza con el lenguaje del otro.

Habla de Dios de manera que el otro pueda comprender. No tengas miedo de usar puentes culturales, científicos o artísticos. Dios es más grande que nuestras fórmulas.

5. Mantente humilde.

Si haces algo bueno, recuerda que es por gracia. No te atribuyas lo que es don. Como Pablo y Bernabé, rasga tus vestiduras ante cualquier intento de vanagloria.

6. Dios siempre deja huellas.

Incluso cuando no es conocido plenamente, su bondad se deja ver. Aprende a ver a Dios en lo cotidiano, en la lluvia, en la comida, en la alegría. No necesitas un templo para encontrarlo.

7. La conversión es un proceso.

No todos cambiarán al primer anuncio. No te desanimes. Siembra con fidelidad. El Espíritu hace el resto.

Hechos 14, 5-18 es un pasaje de luces y sombras, de milagros y malentendidos, de predicación y resistencia. Pero sobre todo, es un texto lleno de humanidad y divinidad entrelazadas. Nos recuerda que Dios sigue actuando, que el mensaje sigue siendo válido, y que nosotros, como Pablo y Bernabé, estamos llamados a anunciarlo con humildad, pasión y claridad.

Porque aunque el mundo siga confundido, el Dios vivo —que hizo el cielo, la tierra y nuestros corazones— no deja de hacerse presente.

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