DANDO TESTIMONIO EN ROMA
- estradasilvaj
- 4 jun
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En los capítulos 22 y 23 del libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos a Pablo en una situación crítica. El apóstol, ya no el vigoroso misionero de caminos abiertos, sino el prisionero de cadenas, se convierte sin embargo en testigo audaz del Evangelio. En medio de confusión política, violencia religiosa, amenazas de muerte y manipulación de autoridades, Pablo brilla como un faro de coherencia, astucia espiritual y esperanza indestructible.
El texto que meditamos hoy —Hechos 22,30; 23,6-11— nos revela una escena cargada de tensión, pero también de propósito. Es el momento en que Pablo, arrestado en Jerusalén, es presentado ante el Sanedrín. Allí, con la sabiduría de un corazón lleno del Espíritu, se defiende no con espadas, sino con la verdad y la astucia que proviene del discernimiento espiritual.
Esta es más que una historia antigua. Es una ventana para mirar cómo Dios actúa en nuestras propias tribulaciones, cómo el testimonio cristiano puede resistir entre lobos y cómo hasta la cárcel puede convertirse en púlpito.
Pablo está en Jerusalén. Fue arrestado en el templo, acusado falsamente por los judíos de haber profanado el lugar sagrado. El tribuno romano, confundido por las acusaciones contradictorias del pueblo, lo lleva a la fortaleza y decide presentarlo ante el Sanedrín, esperando entender por qué lo odian tanto.
Aquí comienza nuestro texto:
"Al día siguiente, queriendo saber con certeza de qué lo acusaban los judíos, le soltó y mandó reunir a los sumos sacerdotes y a todo el Consejo; hizo bajar a Pablo y lo presentó ante ellos." (Hechos 22,30)
Pablo no es ingenuo. Sabe que está ante un tribunal religioso profundamente dividido entre saduceos (grupo aristocrático, conservador, que niega la resurrección y lo espiritual) y fariseos (grupo popular, con una teología más cercana a Pablo, que sí cree en la resurrección, los ángeles y el mundo espiritual).
Entonces ocurre lo inesperado. Pablo, movido por el Espíritu y por su experiencia de vida, proclama:
"Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; me juzgan por la esperanza en la resurrección de los muertos." (Hechos 23,6)
Con esta frase, Pablo incendia el recinto. La asamblea se divide violentamente. Lo que era un juicio contra él se convierte en una batalla interna del Sanedrín. La estrategia de Pablo no es oportunismo político: es la afirmación de su fe central —la resurrección— y también una jugada sabia que deja al descubierto la hipocresía de sus acusadores.
El tribuno, temiendo por la vida de Pablo, lo retira nuevamente a la fortaleza. Allí, en la noche, ocurre el momento más íntimo y conmovedor:
"La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: '¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que dar testimonio también en Roma.'" (Hechos 23,11)
Es una visita personal de Jesús. Un consuelo. Una misión. Una certeza: no morirás en Jerusalén, tienes que llegar a Roma. El plan de Dios sigue su curso, aunque desde fuera parezca que todo está detenido.
Podemos desentrañar las siguientes reflexiones:
1. Dios escribe su voluntad en medio del caos
A primera vista, todo parece estar fuera de control. Un apóstol en prisión. Una ciudad en ebullición. Un tribunal manipulado. Un imperio indiferente. Pero el texto deja claro que Dios sigue al mando. Incluso las injusticias humanas sirven a su propósito.
Lo mismo pasa hoy: cuando el mundo parece estar patas arriba, cuando la Iglesia es atacada, cuando la verdad es ignorada o manipulada, hay una providencia silenciosa, obstinada, firme, que sigue guiando la historia hacia su plenitud. Nada detiene a Dios.
Pablo no se desespera, porque su fe no depende del aplauso ni del éxito visible, sino de la certeza de que está en las manos de Cristo.
2. La fe inteligente: astucia evangélica y verdad sin miedo
Pablo no se deja atrapar por la trampa del victimismo ni por la violencia. Él discierne la situación, reconoce la división interna del Sanedrín y la utiliza para exponer la falsedad de sus acusadores.
Este no es el acto de un oportunista, sino de un creyente maduro que sabe que la fe no está peleada con la inteligencia. Jesús mismo nos dijo: "Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas" (Mateo 10,16).
El testimonio cristiano de hoy necesita esa mezcla: coraje para decir la verdad, pero también sabiduría para no desperdiciarla en medio de la confusión.
3. La esperanza cristiana: el escándalo de la resurrección
La causa de Pablo es clara: "me juzgan por la esperanza de la resurrección de los muertos". Esa frase resume el corazón del Evangelio: Cristo ha resucitado y nosotros también resucitaremos.
Esa esperanza era y sigue siendo escandalosa. Porque no es una idea, sino una promesa que exige vida coherente. En tiempos donde se predica el nihilismo elegante o la espiritualidad sin compromiso, la fe en la resurrección es subversiva.
Pablo no teme afirmar esa esperanza, aunque lo cueste todo. ¿Nosotros la vivimos así? ¿O hemos domesticado la fe hasta volverla inofensiva?
4. El consuelo divino: “Ánimo, tienes que dar testimonio también en Roma”
Esta frase del Señor a Pablo es un bálsamo y una misión. No le promete libertad inmediata, pero sí sentido: tu vida aún tiene propósito.
Jesús no le dice “tranquilo, todo saldrá bien”, sino algo más profundo: “yo sigo contigo, y aún hay más por hacer”.
Muchos creyentes necesitan hoy escuchar eso. Tal vez sientan que están en una “fortaleza”, aislados, juzgados, atacados, cansados. Pero el Señor entra en la noche y dice: “Ánimo”.
Roma —ese símbolo del poder, del mundo, de la cultura pagana— espera el testimonio de Pablo. Y el mundo de hoy también espera el nuestro.
Algunas enseñanzas para nuestra vida cristiana:
1. El cristiano no se define por el lugar donde está, sino por a quién pertenece.
Pablo está preso, pero no es un prisionero del sistema. Es un siervo del Señor. Su identidad no cambia por las circunstancias. Nosotros tampoco deberíamos permitir que el entorno nos robe la certeza de quienes somos en Cristo.
2. El Espíritu Santo inspira tanto el coraje como la estrategia.
Pablo no actúa con miedo, pero tampoco con imprudencia. Sabe cuándo hablar, qué decir, cómo hacerlo. La fe no es ingenuidad; requiere discernimiento, formación, visión clara. Hoy más que nunca, los creyentes debemos pedir al Espíritu esa sabiduría que nos hace valientes y lúcidos.
3. La esperanza en la resurrección debe sostener nuestras decisiones.
Creer en la resurrección no es un consuelo futuro, sino una fuerza presente. Nos permite vivir de pie, aunque todo alrededor parezca derrumbarse. Nos impulsa a hablar, a amar, a resistir, a perdonar, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra.
4. La noche no es ausencia de Dios.
Fue “de noche” cuando el Señor se apareció a Pablo. En nuestras noches personales, espirituales o sociales, no estamos solos. Jesús se hace presente en la oscuridad para recordarnos que el camino sigue. No debemos temerle a la noche si en ella se oye la voz del Resucitado.
5. Cada uno tiene su Roma.
A Pablo se le dice: “tienes que dar testimonio también en Roma”. Es un llamado concreto. Así también, cada uno de nosotros tiene una misión aún pendiente. Puede ser tu familia, tu lugar de trabajo, tus enemigos, los jóvenes, los pobres, los que están lejos de Dios.
Tu Roma es ese lugar donde tu palabra, tu fe, tu amor, aún no han llegado. Y Dios te llama a no desistir. Ánimo. Todavía tienes que testimoniar en Roma.
La escena de Hechos 22,30 – 23,11 no es simplemente un pasaje más en la vida de Pablo. Es un espejo donde vernos, un llamado a vivir la fe con audacia y un consuelo que nos recuerda que Jesús no abandona a los suyos, aunque estén en medio de juicios, prisiones o confusiones.
Pablo sigue caminando, porque no camina solo. Y nosotros también.




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