¡CUÁNTO AMOR!

Ocurrió el día de ayer por la tarde, cuando al volver de nuevo a mis tareas en la Obra, al ingresar en la casa de una familia el niño corre hacia mí y se lanza a mis brazos.

Estaba asido a mí y me besaba. Lo abracé y lo besé una y otra vez. ¡Cuánto amor!

Por mis mejillas corrieron algunas lágrimas...

Juntos dimos gracias a Dios por habernos reencontrado. Porque la vida sin amor no tiene sentido.

Al escuchar los niños de la vecindad, llegaron y así, muchos otros.

¡Qué mayor alegría...! Continuar vivo es continuar sirviendo al que te necesita, está solo y abandonado, al hambriento y triste, al despreciado por otros...al enfermo y moribundo.

La noche de ese tarde, descubrí que Dios continúa vivo en cualquier hombre y mujer. Allí, donde la semilla de su amor es también el lugar donde nuestro barro es fértil.

Ese día era de los abuelos.