CUANDO SIENTES QUE LAS FUERZAS SE AGOTAN
- estradasilvaj
- 11 jul 2022
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No hay día que visite a doña Rosita. Lleva enferma un mes y su esposo se ha hecho cargo de hacer las tortillas, vender carbón, gas y leña.
Cuando la veo, me acerco y la animo. Le cuento historias de la Biblia, de Jesús... Y es ella más bien que me quita la palabra y me habla como una experta.
Entonces, le digo:
- Por qué sabiendo tanto de la Palabra del Señor, usted vive desalentada, triste, como que Jesús no estuviera a su lado?
Ella me responde:
"Es que el dolor es tan grande que me quebranta y se me acaban las fuerzas."
- Es cierto doña Rosita, le dije. La enfermedad es tan dolorosa a esta edad, y a cualquier edad.
A mí, muy poca gente me pregunta cómo estoy de salud, porque me ven fuerte, lleno de ánimo y de fe. Pero, le confieso, que por dentro estoy enfermo, luchando por vivir cada dia alegremente, arrastrando dolores de muchas personas fallecidas, moribundas, tristes, con hambre, sin esperanzas, deseosas de ser amadas.
No puedo mostrar un rostro angustiado, triste, solitario, como si Dios no existiera, si el amor hubiera muerto.
Qué podré decirles a los niños y adolescentes cuyo futuro está en juego? Qué aliento daré al enfermo y al anciano?
Cómo podré aconsejar y ayudar a la mujer abandonada cuyos hijos enflaquecen? Cómo sacudiré el alma del hombre abatido?
Dios no es ajeno al dolor humano. Sabe bien de su significado. Y, aunque nuestras plegarias se vuelven exigencias, Él sabe de nuestras fuerzas si son débiles o pocas.
Así que..., Rosita. La vida la tenemos todavía en nuestras manos. Los dolores nos afligen y llenan de angustia y miedo.
A mí me pasa a diario. Tengo que tomar un té o una pastillita para controlar esos sentimientos de abandono e impotencia.
Pero, le digo con toda franqueza que tengo dos recursos que me mantienen lleno de vida: la oración y el servicio.
Acudo al Padre todas las noches, a través de su Hijo y de su Madre.
Y, me despierto, respirando el nuevo día haciendo todo lo que puedo para que los niños y las personas como usted, vivan alegres, sanas, llenas de esperanza; encuentren en mis palabras la voz del Nazareno que nos amó tanto, que murió clavado en la Cruz, frente a María, su madre y parientes; frente a sus torturadores.
Mientras hablaba, no me percaté que de mis ojos brotaban un par de lágrimas. Rosita lo notó y tomando un trapito se acercó y me limpió el rostro.
Mi corazón latía con mucha fuerza y mi aliento también. Por dentro, sentía una fuerza tan esplendorosa...
Aquella mañana de mediodía, la abracé como a mi madre. Ella, empezó a comer con más ánimo mientras reíamos de mis tontas lágrimas.
Supe entonces dentro de mí, que Dios estaba en medio de los dos y renovaba nuestras pobres fuerzas para seguir viviendo.




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