top of page

CUANDO DIOS TE MIRA CON ROSTRO HUMANO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 16 may
  • 5 Min. de lectura

Seguro te ha pasado: estás en una situación difícil, abrumadora o simplemente en un momento de vacío, y te preguntas: “¿Dónde estás, Dios?” Quizá no lo digas en voz alta, pero esa pregunta te arde por dentro.

Y si no te lo preguntas tú, alguien lo hará: “¿Dónde está Dios en medio de tanta injusticia? ¿Por qué no se muestra de una vez?”

Ahora, ¿te imaginas tener a Jesús frente a ti y decirle cara a cara: “Muéstranos al Padre, y con eso basta”? Pues eso mismo hizo Felipe, uno de sus discípulos. Y la respuesta de Jesús no tiene desperdicio. Está en Juan 14, 7-14 y es tan potente como reveladora.

Este fragmento ocurre en la Última Cena. Jesús está a punto de morir, y sus amigos no entienden nada. Hay confusión, miedo y esa sensación de que todo se está saliendo de control.

Entonces Jesús suelta una bomba:

“Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre. Desde ahora lo conocen y lo han visto.”

Y Felipe, que no es muy diferente a nosotros, le responde algo así como: “Ok, Jesús, todo bien... pero ¿nos podrías mostrar al Padre? Solo eso necesitamos.”

Boom. Y Jesús le responde casi con dolor:

“¿Tanto tiempo que estoy con ustedes y aún no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.”

Sí, leíste bien: quien ve a Jesús, ve a Dios.

Paremos ahí. Porque esto es un antes y después en la historia de la humanidad.

Hasta entonces, Dios era el Inalcanzable. El que hablaba desde zarzas ardientes. El que liberaba esclavos con plagas. El que se revelaba en montañas envueltas en fuego. Nadie podía “ver” a Dios y vivir (Éxodo 33,20).

Y de repente, Jesús te dice que si quieres conocer a Dios, míralo a Él.

¿Quieres saber cómo trata Dios a los que fallan? Mira cómo Jesús mira a Pedro después de su traición.

¿Quieres saber si a Dios le importa tu dolor? Mira cómo llora Jesús por la muerte de Lázaro.

¿Te preguntas si Dios se acuerda de los que no encajan? Mira cómo Jesús toca a los leprosos y come con pecadores.

¿No sabes si Dios perdona lo imperdonable? Mira cómo en la cruz dice: “Padre, perdónalos.”

Jesús no es solo un profeta, un buen tipo o un influencer espiritual. Jesús es Dios con piel humana. En sus palabras, en su modo de amar, en su entrega hasta la muerte, Dios mismo se hace visible.

La petición de Felipe sigue siendo nuestra petición: “Muéstranos a Dios, que se haga evidente.”

Y Jesús responde con ternura y desafío: “Mírame. Yo soy esa respuesta.”

No es arrogancia. Es revelación. Jesús está diciendo algo radical: “Si quieres saber cómo es el corazón de Dios, mírame actuar.”

¿Te das cuenta de lo que eso significa? Dios ya no es una teoría, una idea, una energía o un misterio lejano. Tiene rostro. Tiene voz. Tiene historia. Tiene heridas.

Y eso lo cambia todo.

Aquí viene lo más loco del pasaje. Después de todo lo que Jesús ha hecho, dice:

“El que cree en mí, hará también las obras que yo hago, y aún mayores.”

¿Perdón? ¿Obras mayores que las de Jesús? ¿Yo?

Sí. Pero ojo: no se trata de andar caminando sobre el agua para impresionar gente en Instagram. Las “obras mayores” son el fruto de una fe viva, de una conexión tan profunda con Él, que el amor se desborda en actos concretos.

Piensa en esto: cuando Jesús estuvo en la tierra, actuó en un territorio limitado. Pero después de su resurrección, su Espíritu se extendió a millones de corazones. A través de ti, de mí, de cualquiera que crea, Jesús sigue sanando, enseñando, liberando y amando.

Las “obras mayores” no son fuegos artificiales. Son gestos cotidianos con poder eterno: una reconciliación, una defensa de la vida, una ayuda silenciosa, un perdón que no se merecía nadie.

Jesús no solo promete poder hacer sus obras. También dice algo asombroso:

“Y todo lo que pidan en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.”

Ahora, esto no es un comodín para pedir autos deportivos o notas milagrosas sin estudiar. Orar “en su nombre” no es poner “por Jesús” al final de cada frase como una contraseña mágica.

Orar en su nombre es estar sintonizado con su corazón. Es pedir desde una relación, no desde un capricho.

Cuando pedimos desde esa conexión real, nuestras oraciones tienen fuerza. No porque seamos buenos, sino porque confiamos en quien tiene el poder de transformar realidades.

Este texto no es un discurso bonito. Es una invitación.

¿A qué?

1. A dejar de buscar a Dios en lo complicado.

Dios ya se mostró. Está en Jesús. ¿Quieres saber cómo es Dios? Abre los evangelios. Lee sus gestos, escucha sus respuestas, mira cómo trata a la gente rota. Ahí está. No hace falta que lo inventes.

2. A mirar tu vida desde otra perspectiva.

Si Dios se hizo tan cercano, tan accesible… ¿qué excusa nos queda para seguir viviendo como si Él estuviera lejos? Jesús no es un accesorio espiritual. Es la clave para entender quién eres, para qué vives y hacia dónde vas.

3. A creer que tú también puedes hacer cosas grandes.

No esperes ser “perfecto” para actuar. La fe no es un club exclusivo de los santos. Jesús dice: “El que cree…”, no “el que no falla jamás…” Cree, aunque tengas dudas. Cree, aunque no veas claro. Y verás.

4. A rezar con confianza.

Dios no es sordo ni ciego. No es un robot que responde comandos. Es un Padre que escucha a sus hijos. Atrévete a hablarle con el corazón. No para convencerlo, sino para dejarte transformar.

5. A ser el rostro de Dios para otros.

Hoy Jesús no camina físicamente por las calles. Pero camina contigo. Y a través de ti. Cuando perdonas, cuando ayudas, cuando defiendes al que nadie defiende, estás mostrando algo del Padre. Ser cristiano no es solo creer en Dios: es dejar que otros lo vean a través de ti.

Sí, lo leíste bien. Si Jesús dijo “Quien me ve, ve al Padre”, hoy podríamos decir: “Quien ve a un verdadero discípulo de Jesús, debería ver algo del Padre.”

¿Te animas a eso?

No porque seas perfecto, sino porque estás en camino. No porque lo tengas todo resuelto, sino porque caminas con Aquel que sí lo tiene.

Este mundo no necesita discursos religiosos vacíos. Necesita gente como tú que haya visto el rostro de Dios… y no pueda callarlo.

Así que la próxima vez que alguien te diga: “¿Dónde está Dios?”, no le des un sermón.

Míralo con ternura. Háblale con verdad. Ámalo sin condiciones.

Y entonces, sin palabras, le estarás mostrando al Padre.

ree

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

50557600273

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por Brother George. Creada con Wix.com

bottom of page